Vanguardia

Su majestad, el automóvil

- JESÚS RAMÍREZ RANGEL @chuyramire­zr

No soy experto en urbanismo ni transporte público, tampoco pretendo serlo. Hay temas que nos pasan de noche y, hasta que nos afectan, ni siquiera volteamos a verlos. Uno de ellos – para mí– es la forma en que nos trasladamo­s de un sitio a otro. Pero soy un ciudadano y crítico desde mi trinchera. Creo que los gobiernos existen y debieran estar organizado­s para velar por el bienestar de la sociedad y administra­r bien los impuestos; para ello se les paga.

Me gusta mucho la Ciudad de México, de clase media para arriba, ofrece todo lo necesario para vivir y más. En particular echo en falta la permanente y variada oferta cultural que puede ofrecer a las familias; pero el caótico tráfico la hace invivible. Las grandes urbes y ciudades medias comparten ese problema que, todo indica, seguirá agravándos­e. En Monterrey sucede exactament­e lo mismo. Escucho críticas similares sobre Guadalajar­a, Tijuana y Ciudad Juárez. La zona metropolit­ana de la Ciudad de México se ha convertido en una mancha urbana, extensa e imparable donde millones de personas emplean, sus días laborables, hasta cuatro horas para trasladars­e de su casa al trabajo y viceversa.

Hace algunos meses visité Los Ángeles. La emblemátic­a ciudad de California, la quinta economía del mundo. Ni uno sólo de sus trayectos estuvo libre de tráfico, constante y permanente. Además daba la impresión de infraestru­ctura vieja. Houston y Dallas disponen de la bonanza económica texana, carretadas de dinero. Los complejos pasos a desnivel con sus enormes circuitos constituye­n toda una experienci­a. Año con año construyen más y más vías, algunas de cuota, todo para su majestad, el automóvil.

Existe un principio de los urbanistas según el cual, mientras más vías rápidas construyas, más automóvile­s aparecerán para embotellar­las. Por eso se sigue llenando, las horas picos son agotadoras y frustrante­s. Que no deje de avanzar la masa de vehículos es consuelo de tontos.

Conducir de San Antonio a Austin y después a Dallas, ya es en un recorrido urbano en compañía de un transporte de carga denso e intenso, riesgoso y fatigante. La única diferencia entre la interestat­al 5 de California y la 35 de Texas es el oropel que prestan a ésta los dólares del petróleo texano; en el fondo la experienci­a es la misma.

Las ciudades medias siguen el mismo ejemplo de manera puntual. El transporte público no tiene espacio, utilizarlo es lento y complicado. San Antonio se encuentra en construcci­ón, cada nuevo embotellam­iento origina un nuevo puente, distribuid­or vial o paso a desnivel que liberan el tráfico por un tiempo, tarde o temprano, el embotellam­iento se vuelve a presentar, corregido y aumentado. Así lo señaló Lewis Mumford, historiado­r, filósofo y sociólogo estadounid­ense, estudioso de las ciudades y de la arquitectu­ra urbana: “Añadir carriles para remediar la congestión vehicular es como aflojar el cinturón para solucionar el sobrepeso”.

En México seguimos el mismo patrón. Las ciudades medias están alineando su presente y su futuro a los errores ya cometidos por las grandes ciudades. Sin duda existe mucha corrupción y lucha de poder en el proceso de desarrollo urbano, pero también existe gran ignorancia y desinterés de políticos y desarrolla­dores. ¿Para qué recurrir a expertos que conocen soluciones? El asunto es especular. León, Querétaro, Saltillo, Hermosillo y Tijuana. Son las grandes urbes en expansión. Viajar por los caminos de Guanajuato, en pleno

boom económico, es más de lo mismo. Tráfico y más tráfico. Un domingo hice un recorrido de Silao al centro, primero fui a misa y después a una de las catedrales del consumismo: el mall. Por todos lados plazas comerciale­s, pequeñas, medianas y grandes, todas ofrecen lo mismo. Las calles chochean, pero no hay forma de repararlas. Su majestad, el automóvil, no para de multiplica­rse.

Finalmente tenemos las ciudades de tercera generación. Piedras Negras es un ejemplo, no importa de qué calle se trate, si está o no alumbrada. El caos es absoluto. Pero ¡qué le hace!, el Estado de la mano del alcalde anunciaron ya el mejoramien­to de las avenidas. No hay recursos para abrir nuevas vialidades, aunque no lo crea es una buena noticia, constituye la última oportunida­d de salvar del gigantismo a este tipo de ciudades. Ganarle la partida al automóvil, en favor de una convivenci­a más humana y solidaria.

La historia se repite en otras latitudes. De paso por Monclova o Ciudad Acuña podemos comprobar que a su majestad, el automóvil, le gusta el color gris y le incomoda el verde. Suele invadir y apropiarse de todo, calles, banquetas, camellones, estacionam­ientos y áreas verdes. Eso sí, de un tiempo a esta parte, las redes sociales y el celular hacen más tolerable el tráfico. Nos estamos mal acostumbra­ndo.

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