Vanguardia

Rendir cuentas al patrón

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“Tengo problemas de disfunción eréctil –le dijo don Chinguetas a su médico-. Batallo para hacerle el amor a mi mujer”. “Le aconsejo tomar esta pastilla –prescribió el facultativ­o al tiempo que le entregaba una-. Vaya ahora mismo con su esposa y tómese la pastillita. Después llámeme y dígame si el medicament­o funcionó”. Poco después el médico recibió la llamada. “Doctor –le dijo don Chinguetas-, llegué a mi casa y mi señora no estaba. Me envió un mensaje donde me dice que su papá enfermó, y va a cuidarlo una semana”. Preguntó el médico: “¿Tiene usted a alguien más con quien probar los efectos de la pastilla?”. “Sí, doctor –contestó don Chinguetas-. Tengo una amiguita, y están también la muchacha de servicio, una antigua novia, mi secretaria, una comadre, la esposa de mi mejor amigo y la vecina del 14”. “Muy bien –dijo el galeno-. Vaya con cualquiera de ellas, tómese la pastilla y…”. “Doctor –lo interrumpi­ó don Chinguetas-. Con ellas no batallo”… El viaje de Marcelo Ebrard a Washington es el del empleado que va a rendirle cuentas a su patrón. Lo que dijo Trump resultó cierto: México pagaría el muro. Y acabó pagándolo, en efecto. Nuestro país se ha convertido en un muro de contención para evitar que los migrantes lleguen a la frontera norte. López Obrador, que le tiene miedo pánico a su prepotente homólogo norteameri­cano, ha hecho abandono de la tradición política y diplomátic­a de México, que de ser país hospitalar­io y generoso con los exiliados del mundo se ha convertido en territorio hostil para ellos. Ahora los migrantes son perseguido­s por policías convertido­s en militares y por militares convertido­s en policías. Para colmo nuestro gobierno se jacta de eso y anuncia que la inmigració­n ha descendido en un 56 por ciento. Dicho de otra manera: “Hemos cumplido bien sus órdenes, amito Trump”. Y aun así López Obrador va a dar el Grito de la Independen­cia el próximo día 15. Una vergüenza… En la cocina del convento la madre superiora dijo de repente: “Necesito un curita”. “¿Se cortó usted, madre?” – inquirió, preocupada, una novicia. “No –contestó la reverenda-. Pero de cualquier modo necesito un curita”… La maestra reprendió a Pepito por sus travesuras: “Si sigues portándote mal te pondré una mala nota. ¿Sabes qué es una mala nota?”. Aventuró el chiquillo: “¿La mamá de los malanitos?” … Himenia Camafría, madura célibe, le aventaba el calzonaje a don Cucurulo Patané, señor de muchos calendario­s pero dineroso. Una tarde lo invitó a su casa y le ofreció una merienda de pastel que había comprado con sus propias manos y una copita de vermú. Al terminar la colación la anfitriona le propuso a su invitado: “Juguemos a las escondidil­las. Me ocultaré en alguna parte de la casa y usted me buscará. Si me encuentra podrá disponer de mi persona como más le plazca. Si no me encuentra estoy atrás de las cortinas de la sala”… Sir Lancelot y sir Galahad se disponían a ir a la Cruzada. Antes de partir los dos nobles caballeros brindaron 14 veces por el buen éxito de su campaña con otros tantos vasos de recio vino borgoñón. Incitado por los espíritus cordiales que en el buen vino residen sir Lancelot le hizo una confidenci­a a su amigo y compañero: “Voy a ponerle un cinturón de castidad a mi mujer. Tendrá un fuerte candado, y me llevaré la llave a la Cruzada”. Respondió sir Galahad, que estaba ya también poseído por el borgoña: “Perdóname, Lance, pero tu esposa es tan fea, tan extremadam­ente fea, que no necesitas ponerle cinturón. Su tremenda fealdad bastará para que ningún hombre se le acerque”. “Ya lo sé –reconoció sir Lancelot-. Pero cuando regrese de la Cruzada le voy a decir que se me perdió la llave”… FIN.

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