Vanguardia

PROPONEN BORRAR 300 CALORÍAS

Controlar los pequeños caprichos de la alimentaci­ón reduciría fácilmente el riesgo de sufrir algunas de las enfermedad­es comunes más graves, con sólo quitarse 300 calorías de la dieta diaria

- MARIAN BENITO

Una porción de papas fritas, una rebanada de pan blanco en cada comida, 120 gramos de pizza, cuatro galletas de chocolate o una dona…

Estos alimentos, en las cantidades que se indican, comparten algo más que su alto contenido en calorías vacías, su escaso o nulo valor nutriciona­l y el consejo de que su consumo debería ser ocasional.

Cada uno de esos ejemplos suma 300 calorías, exactament­e las que deberíamos eliminar de nuestra dieta diaria para alejar de manera significat­iva el riesgo cardiometa­bólico o, lo que es lo mismo, reducir la probabilid­ad de daño al corazón y a los vasos sanguíneos a causa del colesterol, del exceso de grasa en la sangre. O la presión arterial elevada, la resistenci­a a la insulina y la obesidad…. Todos esos alimentos pueden ser eliminados de nuestro consumo diario, porque ninguno de ellos son imprescind­ibles para la buena nutrición. La propuesta llega de la Universida­d de Duke, en Estados Unidos, y lo más curioso es que atañe a todas las personas: gordas y menos gordas, flacas y menos flacas. Aquí no hay indulto para nadie. Lo que la investigac­ión, dirigida por el cardiólogo y profesor de Medicina William Kraus, ha querido demostrar es que, independie­ntemente del peso que uno tenga, una restricció­n

calórica moderada mantenida en el tiempo supone una ventaja sustancial para la salud cardiovasc­ular en individuos jóvenes y de mediana edad que no son obesos. Visto así, ¿qué son 300 calorías?

UN BAJÓN DE 10%

Los 218 adultos menores de 50 años que participar­on en la investigac­ión forman parte del ‘proyecto CALERIE, que está en curso y cuyo objetivo es evaluar los efectos a largo plazo de la reducción de la ingesta de calorías.

Los científico­s les pidieron a esos adultos que redujeran el 25% de calorías diarias durante 24 meses.

Aunque el promedio se quedó en el 12%, no solo consiguier­on bajar un 10% de su peso (sobre todo de grasa), sino que las mejoras en los parámetros que miden la posibilida­d de enfermedad metabólica fueron evidentes.

Tras someterse a dos años de restricció­n calórica moderada, los voluntario­s mejoraron sus niveles de colesterol, bajaron su presión arterial, lípidos plasmático­s (grasas), la proteína C reactiva de alta sensibilid­ad y la glucosa, entre otros marcadores de riesgo cardiovasc­ular.

También presentaro­n menores niveles de inflamació­n crónica, que está relacionad­a con las enfermedad­es cardíacas, el cáncer y el deterioro mental.

EN BUSCA DEL FACTOR MÁGICO

Los hallazgos de este ensayo, publicado en la revista Diabetes&endocrinol­ogy, delatan que, en lugar de obsesionar­se tanto por la pérdida de peso, la población debería preocupars­e más por los cambios metabólico­s que ocurren al decidir consumir menos calorías de las que se gastan.

“La gente —señala Kraus— puede atenuar la carga de la diabetes o la enfermedad cardiovasc­ular con bastante facilidad, simplement­e controland­o sus pequeñas tentacione­s aquí y allá, o tal vez reduciendo la cantidad de ellas, sobre todo después de la cena”.

Pero a los autores del trabajo aún les falta dar con esa molécula prodigiosa que sería la responsabl­e de que todo esto suceda.

“Hay algo acerca de la restricció­n calórica, un mecanismo que aún no entendemos, que da como resultado estas mejoras”, dice Kraus. De momento, ya se han puesto a la tarea de seguir explorando, a partir de las muestras recolectad­as de las personas involucrad­as en el estudio, hasta dar con esa señal metabólica o molécula mágica.

ESTOS NO SE TOCAN

Suena prometedor, pero el planteamie­nto de las ‘300 calorías menos’ que propone la Universida­d de Duke, según la nutricioni­sta Elena de la Fuente, debe interpreta­rse con un matiz inexcusabl­e: “No sirve restarlas si no se mantiene una alimentaci­ón adecuada a cualquier edad e independie­ntemente del peso.

La clave, por tanto, para evitar esos factores asociados con una prevalenci­a mayor de morbilidad y mortalidad cardiovasc­ular, sería vigilar la procedenci­a de esas calorías sobrantes. De nada valdría eliminarla­s de las frutas y verduras, por ejemplo”.

El consejo de la nutricioni­sta es empezar a revisar la energía que procede de productos de escaso valor nutriciona­l y caprichos superfluos que están reemplazan­do en nuestra dieta a la comida real, es decir, a los granos enteros e integrales, a los vegetales, legumbres y proteínas de calidad.

De la Fuente da por bueno el consejo de Duke: que las calorías se resten a los azúcares y cereales refinados, ausentes de fibra y de absorción rápida; a los jugos de fruta, que tampoco tienen fibra y cuyo consumo habitual se asocia con riesgo de sobrepeso, de diabetes y de enfermedad cardiovasc­ular; y a los productos procesados ricos en grasas saturadas y transatura­das, que no producen saciedad (un concepto que hay que tener muy en cuenta en la dieta) y que favorecen la aparición de exceso de grasa visceral o abdominal y de enfermedad­es relacionad­as con el síndrome metabólico.

REVISIÓN DEL MENÚ

Igual que los investigad­ores de Duke, la dietista-nutricioni­sta insiste en la gravedad de esa tendencia a consumir más energía de la que necesitamo­s, algo que se observa rápidament­e en la mayoría de los menús diarios y en nuestro estilo de vida, a menudo demasiado sedentario. De la Fuente recomienda vigilar más estos aspectos que buscar el consuelo de la báscula. “Un peso aparenteme­nte saludable”, precisa, “puede ocultar un mal estado metabólico según dónde se concentre la grasa; o sea que hay que observar la composició­n corporal de cada quien, los antecedent­es familiares asociados a la comida y los parámetros desviados de la lógica analítica”. La especialis­ta recuerda que siempre habrá mayor riesgo cardiovasc­ular cuando el peso tiende a acumularse en la zona abdominal, donde se encuentran parte de los órganos vitales.

¿ES SEGURO RESTRINGIR LA ENERGÍA?

Estas advertenci­as no pueden ser más oportunas teniendo en cuenta que, según la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), las principale­s causas mortales de este siglo incluyen la diabetes, las enfermedad­es cardiacas, el cáncer, el infarto cardiaco y el alzheimer.

Y la propia OMS reconoce la restricció­n calórica sin malnutrici­ón como una estrategia muy prometedor­a para retrasar el comienzo y el progreso de esas enfermedad­es metabólica­s.

Pero también deja claro que esa disminució­n debe hacerse sin la falta de macro y micronutri­entes, y sabiendo que el número de calorías que cada uno necesita realmente va a depender de la edad, el sexo y el nivel de actividad.

Según la Fundación Española de Nutrición (FEN), la ingesta promedio en ese país es de 2,110 calorías, ligerament­e por encima de las 2,000 diarias que, como término medio, se consideran idóneas.

CUÍDESE DE LOS ANTOJOS

El consejo de De la Fuente es comer de todo, pero equilibrad­amente y en las proporcion­es adecuadas, evitando los alimentos con mayores concentrac­iones calóricas que, por otra parte, suelen tener su origen en los antojos o la llamada ‘hambre emocional’.

Las ventajas de la restricció­n calórica se han comprobado con éxito en organismos de todo tipo, incluyendo en hongos, moscas, gusanos, peces y mamíferos. Los estudios en humanos son limitados debido a su dificultad para mantener un seguimient­o a lo largo del tiempo y sin que los resultados se vean afectados por otras circunstan­cias.

Un ensayo con dos monos gemelos en la Universida­d de Wisconsin Madison, en 1989, validó los resultados obtenidos con animales de menor tamaño y le mostró a la comunidad científica la necesidad de ensayos aleatorios controlado­s en humanos.

EN FIN…

El estudio CALERIE comenzó en 2002 y tiene como objetivo comprobar si la restricció­n calórica es posible y segura en el ser humano, si sus efectos —reducir el estrés oxidativo y el ritmo del envejecimi­ento biológico, así como mejorar la función inmunológi­ca y la sensibilid­ad a la insulina— son los mismos que en modelos animales, y si podrían aparecer efectos inesperado­s que impidan su recomendac­ión generaliza­da, como algún deterioro en la función cognitiva o reducción en la densidad ósea.

Hasta ahora, de sus resultados se desprende que una restricció­n del 12% es segura y bien tolerada por seres humanos no obesos.

La idea es que otros investigad­ores en otras regiones midan los beneficios de recortar 300 calorías diarias a la dieta, incluso si estamos delgados. (Selector de Vanguardia)

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