Vanguardia

A propósito de huevos

ARMANDO FUENTES AGUIRRE, ‘CATÓN

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Comencemos ab ovo. Es decir, desde el huevo. Así decían los griegos cuando iniciaban un relato desde su origen más remoto. “No sé por dónde empezar” –vaciló Alicia, la del País de las Maravillas, antes de comenzar un relato–. “Empieza por el principio –le sugirió el Rey–, y continúa hasta llegar al final. Luego detente”. Contada ab ovo, o sea desde el principio, la historia de la guerra de Troya empezaba con la seducción de Leda por Zeus, quien para poseerla se convirtió en cisne. Lógico: en vez de tener un niño, Leda puso dos huevos: de uno nacieron Cástor y Pólux, que andan todavía dando la vuelta al mundo en la constelaci­ón de Géminis; del otro nació Helena, causante de la guerra de Troya y de todos los desastrado­s desastres que siguieron.

Desde siempre el huevo ha intrigado a los humanos. “¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?”. (Al gallo nadie lo toma en cuenta). Cosa intrigante es, en efecto, el huevo. Materia orgánica contenida en cápsula inorgánica, es el único objeto de la naturaleza en que están unidos en forma tan inmediata, tan cercana, lo mineral y lo animal. El huevo es cosa mágica; se usa en ritos de todas las culturas, sobre todo los de carácter curativo. Entre nosotros, ya se sabe, el mal de ojo se cura con un huevo que se hace pasar una y otra vez sobre quien es víctima de tan misterioso mal. La curación, por supuesto, debe hacerse con cuidado. “Póngale un huevo en la frente” –le aconsejó alguien a la esposa de un pobre infeliz que sufría mal de ojo–. La señora equivocó el procedimie­nto, y lastimó bastante a su desdichado marido.

He aquí algunos interesant­es datos sobre el huevo de gallina.

- En promedio hay 17 huevos en un kilo.

- Cada huevo pesa en promedio 60 gramos. (A una gallinita le dijeron sus compañeras que pusiera los huevos más grandes, pues así alcanzaría­n mejor precio. Respondió ella con desdén: “Por unos cuantos centavos más no voy a quedar toda desguangui­lada”).

Los especialis­tas en cosas de cocina afirman que el huevo se puede preparar en más de 500 formas diferentes. En un pequeño restorán de Villahermo­sa este viajero localizó la semana pasada la forma número 501. Vio en el menú unos “Frijoles machos”, y preguntó cómo eran. La meserita le contestó sin cambiar de expresión: “Con huevos y plátano”.

El modo más antiguo que se conoce de preparar un huevo para comerlo es en ceniza. Simplement­e se pone el huevo bajo cenizas calientes, y se deja ahí entre 10 y 15 minutos. Con pimienta y sal es sabrosísim­o.

Luis XIV cazaba en un bosque cierto día cuando de repente sintió hambre. Entró en la choza de un campesino y le pidió que le diera algo de comer, y pronto. El hombre, aturrullad­o porque no estaba ahí su esposa, y él no sabía cocinar, no acertó a hacer nada mejor que quebrar unos huevos, batirlos en un plato y echar el revoltillo en aceite. Lo que resultó lo rellenó con trozos de jamón, tocino y hierbas de comer, lo dobló y lo sirvió rápidament­e a Su Hambrienta Majestad.

-¡Homme leste! –exclamó complacido el rey–. Una nueva palabra había nacido para el mundo, pues

homme leste –esta última palabra se pronuncia ‘let’– que quiere decir hombre listo, ligero, o rápido, es el

omelette que nos comemos hoy.

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