Vanguardia

Mi Britney de Saltillo

- Marcelino Dueñez Hernández

Durante la primaria dije muchas mentiras. Yo no podía ir cada fin de semana de compras a Laredo, mi casa no tenía tina de baño, ni jardín o perro. Cuando me cambiaron a la pública fue un respiro. Las maestras me querían. Yo no robaba de la tiendita, iba más adelantado y mis zapatos nuevos me convertían en el fresa del salón. La felicidad me duró un año.

Secundaria fue mi realidad. Era bueno en clases, pero era uno más. Tres prefectos-carceleros custodiaba­n los salones, 750 pubertos amontonado­s en una caja de concreto. Lo único que brillaba era Brenda, todos decían que se parecía a Britney, ella estaba en tercero, yo en primero.

La “Diosa”, me empezó a hablar después de que le dejé mi lugar en la fila del estanquill­o. Antes era el raro del pantalón brilloso y corbatas coloridas, ahora era el enemigo público número uno. Me preguntaba­n que si le gustaba a Brenda porque me prestaba sus revistas, yo me hacía guey. Que si me gustaba, “obvio”, contestaba. Que si ya andábamos, porque en las horas libres nos veíamos en las jardineras para berrear “Oops i did it again” con su discman a todo volumen. Que si ya le había agarrado una chichi. Yo solo me sentía agusto con ella.

No siempre, pero normalment­e me pasa algo en los días feriados, no siempre es bueno, pero definitiva­mente es algo que marca mi vida. Era un 24 de febrero, la escuela estaba hipnotizad­a por los tazos con retos que salían en las papas. Te salía uno y se lo dabas a la persona que quisieras que cumpliera el reto. A Luis le salió uno que decía: “Cántasela a la/el que te gusta”. Maldito. El plazo máximo era la hora de salida.

Le aventé papeles al maestro de matemática­s, me colé a la clase de cocina para probar los postres, falté a educación física. Sonó el timbre de salida y la única cita que yo quería era con la prefecta. La estúpida nunca se dio cuenta de nada.

Cuando salí ya tenía a una bola de morbosos siguiéndom­e. Mis piernas eran de gelatina, no paraba de acomodarme el pelo. Me acerqué a Brenda y la llamé lejos de sus amigas. Los chismosos se quedaron atrás, pero no perdían detalle. La tomé de la mano y le puse el tazo en la mano. Vi su cara de sorpresa junto con la cara de furia de su hermano a la distancia. “Es de mentira, no tienes que decir que sí, pero me están obligando a hacerlo, perdón”, le dije en voz bajita. Después de ver el tazo de nuevo, se me aventó, casi me tumba, me abrazó y me dijo al oído “dile a esa bola de calenturie­ntos que soy tu novia”.

El fin de semana pasado, estaba en el antro, intentando deshacerme de un cabrón de esos que creen que las cogidas incluyen anillo de compromiso. Acababa de pedir una cerveza en la barra cuando me taparon los ojos por la espalda. “I think I did it again”, me cantaron al oído. Me di la vuelta y era Brenda, después de un gritito jotero y un abrazo de esos que sobreviven al tiempo, me presentó a su Cristina.

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 ??  ?? Reportero de locales, nota roja, cultura, gastronomí­a y moda. Aspirante a escritor, amante de Saltillo y de las buenas anécdotas. Devoto de los unicornios.
Reportero de locales, nota roja, cultura, gastronomí­a y moda. Aspirante a escritor, amante de Saltillo y de las buenas anécdotas. Devoto de los unicornios.

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