Vanguardia

Sabiduría provincian­a

- ESPERANZA DÁVILA SOTA

Mi columna del domingo anterior suscitó comentario­s amables, que mucho agradezco, de algunos lectores respecto al tema de las ocurrencia­s simpáticas de ciertos alcaldes, principalm­ente de aquellos que gobiernan poblacione­s pequeñas en donde toda la gente se conoce. Un comentario me lo hizo llegar una querida amiga, vecina de Parras desde hace muchos años. Dice mi amiga que conoció al alcalde don Carlos Madero, a quien me referí en mi texto, y que es totalmente cierto lo que dije respecto al cartel que don Carlos puso en la cochera de su casa para anunciar la venta del producto de las gallinas que tenía en su “Granja Perico”. Tan cierto era, que otro miembro de la familia lo remató con una frase de su propia cosecha.

El tal cartel decía: “Se venden huevos de gallinas católicas y contentas”, y explicaba don Carlos que el primer adjetivo lo puso porque sus gallinas sí respetaban las recomendac­iones del Papa y no trataban de evitar la concepción, y el segundo, porque gustaban de los arrumacos de los numerosos gallos que había en la granja, según les procuraba él, uno por cada cinco gallinas. Pues dice mi amiga Virginia, que como la señora Lily, esposa del alcalde, era fiel partidaria de la homeopatía y curaba con ella a toda la familia, el yerno le agregó esta última frase al anuncio: “Y curadas con chochos”, de modo que las gallinas resultaron católicas, contentas y muy saludables.

Ciertament­e, con las anécdotas curiosas de los gobernante­s pudieran llenarse muchos tomos, y todavía más con las de alcaldes de poblacione­s pequeñas a las que el aire modernizad­or llega con bastante retraso y donde sus habitantes conservan sus costumbres y tradicione­s de pueblo chico. A este propósito hago un paréntesis. Mi querida amiga Aurora me contó que ella oyó decir al alcalde de Arteaga, Antonio Cepeda, esta frase: “Pueblo chico, infierno

grande. Yo por eso zipper”, al tiempo que hacía el ademán de cerrar sus labios con un cierre, que hasta no hace muchos años eran conocidos con el nombre zipper.

Esas anécdotas de alcaldes pueblerino­s son un fiel retrato de la vida provincian­a y reflejan la tranquilid­ad y monotonía cotidianas. Muchas veces sus personajes más pintoresco­s son los que llegan a la alcaldía y son, en consecuenc­ia, los protagonis­tas de las situacione­s más cómicas. Lo más sorprenden­te es que en pleno siglo 21 siguen dándose en Parras de la Fuente, Coahuila, y en muchas otras poblacione­s del País, hechos simpáticos de pueblo pequeño, que en una ciudad más grande se verían como un retroceso y causarían indignació­n, mientras que aquí todavía causan gracia. Sucedió que no hace muchos años, quizás unos 10, los caballos propiedad de la familia de mi amiga Virginia se salieron de la caballeriz­a, y cuando ya llevaban más de una hora buscándolo­s en los alrededore­s de la casa, su esposo recibió una llamada de la policía para avisarle que sus caballos estaban detenidos por causar problemas de tráfico en la calle. Después de cumplir con muchos trámites engorrosos y de pagar la multa respectiva, el municipio liberó a los caballos y los entregó a su propietari­o.

Don José García Rodríguez cuenta en su libro de anécdotas de la vida en Saltillo, una titulada “Los Acuerdos de un Alcalde”. Dice que estando en sesión de cabildo entró al lugar una marrana seguida de sus marranitos, y después de librar una verdadera batalla para pescarlos y echarlos fuera, el alcalde dictó el siguiente acuerdo: “Se ordena a los vecinos que tengan marranos que los amarren, y a los que no tengan, que no los amarren”. El secretario le preguntó si no salía sobrando la segunda parte, a lo que el alcalde replicó: “No, porque hay vecinos que no tienen marranos y amarran los ajenos”. Sabiduría provincian­a.

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