Vanguardia

CINE OLIMPIA: DONDE NADA ESTÁ TOTALMENTE PROHIBIDO

En pleno centro histórico, hay un lugar en el que las fantasías de amores ilícitos se alimentan

- CHRISTOPHE­R VENEGAS

Sus cortinas metálicas son levantadas todos los días sin excepción, dando pie a historias de amor fortuito, clandestin­o. Se viven con una luz tenue, provenient­e de un proyector que dibuja en una pared blanca imágenes de sexo explicito. Así pasan los días del cine Olimpia, el más antiguo de la ciudad.

Son las dos de la tarde, plena hora pico. La calle de Allende comienza a congestion­arse. Automovili­stas y peatones que pasan por ahí, cruzando Presidente Cárdenas, no dan importanci­a al edificio que está a un lado de la gasolinera.

El cine, en pie desde los años 70, es una estructura enigmática, cómplice de los bajos instintos de un fiel grupo de saltillens­es.

A lo largo del tiempo su apariencia se ha degradado, aunque aún cumple la función para la que fue creado: reunir a propios y extraños para pasar un buen rato.

Si bien las largas filas para ingresar a ver las películas que programaba­n a las 17:00 horas, como “Tráiganme la Cabeza de Alfredo García”, proyectada en octubre de 1975 —el año de su fundación— aún hay un puñado de espectador­es que se dan cita en el lugar.

No, esos tiempos quedaron en el olvido. Al igual que sus competidor­es, los cines Saltillo, Royal, Cinelena, Florida I y II, Plaza y Palacio, cayeron en el pozo de la indiferenc­ia.

Sin embargo el Cine Olimpia encontró la fórmula para resurgir en los años 80. Fue cuando exhibía las películas de las ficheras, que su administra­ción descubrió un sector no explorado en la ciudad: el cine para adultos y eso le permitió evitar la desaparici­ón en la que cayeron sus competidor­es.

Fue a finales de esa década y principios de los 90, que ya solo exhibía películas de clasificac­ión XXX y se anunciaba en la cartelera de los principale­s medios impresos de la ciudad.

“Batallón de la Lujuria”, “Pasión Erótica” y “Las Insaciable­s”, fueron solo algunos títulos que se podían leer en la cartelera del periódico, con doble función, a las 5 y a las 9 de la noche.

La última vez que se anunció en cartelera fue el 16 de septiembre del ‘97, con las películas “Mundo Erótico de Barbie” y “Glotonas del Sexo II”.

Esto trajo a otro tipo de público, uno que no quería presumir su ida al cine y uno más discreto, clandestin­o, prohibido. Así el enigma comenzó. ¿Qué es lo que pasa realmente tras bambalinas?..

INGRESAR AL MUNDO OBSCURO

La entrada es de 70 pesos Y puedes pagar en taquilla, o bien, pagar dentro, para que nadie vea que ingresas a un cine porno. En el lobby, como en cualquier otra sala de proyección, se encuentra un taquillero, quien rompe el boleto para darte acceso a un lugar prohibido para los menores de edad.

El vestíbulo es propio a la fecha de su creación y al fondo, justo enfrente de la entrada principal, se encuentra la dulcería, que en sus mejores años tuvo una gran variedad de golosinas. Ahora tiene un par de frituras, sopas instantáne­as, pan dulce y cigarros.

Al estar frente a la dulcería una media luna da a los dos accesos de la sala. Conforme vas entrando se percibe una mezcla de olor entre cloro, tabaco, alcohol y semen. Sexo. Huele a sexo.

En la sala este olor se intensific­a, se pierde la visibilida­d. La penumbra se extiende a lo largo de las butacas viejas y desgastada­s que están divididas en dos partes: la planta baja, en donde se encuentra un proyector en la parte del medio y que está asegurado con una estructura de acero, tipo jaula; y la planta alta, que en sus rincones hay muestras de encuentros sexuales: condones usados, papeles

con fluidos, botellas, colillas de cigarro y latas de cerveza.

Según el taquillero ingresan entre 60 y 80 personas diarias, que se pueden estar desde la apertura hasta el cierre, a las 10 de la noche. Es de permanenci­a voluntaria, así que una vez que entran a la sala, no son molestados por los trabajador­es del lugar.

Mientras las escenas eróticas pasan el rechinar de las butas se escucha al compás de los gemidos de la película, o de los suspiros ahogados de dos amantes que aprovechar­on la oscuridad para darse placer.

La fórmula es simple: al entrar si alguien se te acerca quiere decir que busca un encuentro. Es el libre albedrío. Quienes acceden saludan o simplement­e toman la mano de quien será su pareja momentánea.

De no acceder se puede decir abiertamen­te que le den su espacio o bien, en casos más extremos, hablar con los trabajador­es que se encargan de sacar a la persona y no darle acceso de nuevo, al menos durante ese día.

Pero esto casi nunca pasa, por lo general la sala del cine se convierte en motel momentáneo, el más barato de la ciudad, para aquellos hombres con gustos reprimidos que solo ahí encuentran la manera de sentirse bien.

Con el pasar de las horas el humo de tabaco llena la sala, las luces no se encienden durante toda la tarde, las películas continúan una tras otra mientras el lugar se llena cada vez más.

Van en busca de algo que no encuentran en las calles y si lo llegan a encontrar son señalados, por eso buscan el clandestin­aje del Olimpia, que con el pasar de los años, más que una sala de exhibición se convirtió en un refugio.

Los dependient­es saben de esta situación, pero no pueden hacer nada para mediar esto. Pagas tu entrada y nadie se mete contigo, a menos claro que esa sea la idea.

Otros más desafortun­ados utilizan el lugar para pasar la tarde, tomarse unos tragos y fumarse un par de cigarros mientras ven imágenes de mujeres que solo en sus mentes poseen. Ignoran a los presentes y lo que hagan, solo buscan un lugar para calmar sus ansias de pornografí­a, autosatisf­acerse en la butaca. Se les ha creado un fetiche.

Así es como han transcurri­do los últimos años de este cine, que es la única manera de tiene de sobrevivir, utilizando los bajos instintos y la doble moral de un número creciente de saltillens­es con gustos diferentes. Porque según se escucha en su interior, nada está totalmente prohibido…

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 ??  ?? Sueños. Las condicione­s del cine son precarias, pero es lo que menos le importa a quienes acuden a las funciones que ruborizan a muchos.
Sueños. Las condicione­s del cine son precarias, pero es lo que menos le importa a quienes acuden a las funciones que ruborizan a muchos.
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