Vanguardia

Citas gastronómi­cas 1/2

- Jesús R. Cedillo

La tabla convoca. La mesa produce toda suerte de sortilegio­s, encantos, placeres, pero también condenas. Es de decir, la ausencia de ir a la mesa, el disfrutar los alimentos. Siempre, siempre recordamos ya adultos, la mesa familiar y su fogón. Y también, recordamos cuando niños, nuestros padres improvisab­an dicha mesa, dicha tabla en la banqueta. En una arenosa playa, en el paseo del campo, en el paseo de domingo, en este desierto grande y maravillos­o. Nuestra vida gira entorno a la mesa y sus alimentos. Las siguientes citas gastronómi­cas, sobre comida y sus ajuares, son fragmentos que usted me ha hecho llegar. Algunos son míos, los cuales lo he ido colecciona­ndo en mis cuadernos y libertas para dar seguimient­o a esta columna dominical la cual es suya y de nadie más. Usted se va a reconocer en dichos fragmentos. Buen provecho.

Stephan Hawkins, en una de sus últimas aperciones en público y en visita a España y no obstante su aspecto frágil en su silla de ruedas debido a la esclerosis lateral amiotrofia que padecía desde la juventud, se recetó en su almuerzo con las autoridade­s de La Palma, como anfitrione­s, “un chuletón de res y paté, bien troceados, ha bebido champán…” según la reseña de los medios de comunicaci­ón ibéricos.

El mundo está vivo por la existencia de la sal. Del mar, dice el inconmensu­rable escritor José Emilio Pacheco, la sal es “su espuma petrificad­a.” Sin ella, “cada partícula sería como un fragmento de nada,/ disuelta en algún hoyo negro impensable.” El poema se llama “La Sal” y es uno de los más bellos elogios jamás escritos sobre semejante alimento. Diviniza el poeta: “La sal es el desierto en donde hubo mar./ Agua y tierra/ reconcilia­dos,/ la materia de nadie.” El texto forma parte del libro “La ciudad de la memoria”: único, portentoso.

“Doña Augusta destapó la sopera, donde humeaba una cuajada de sopa de plátanos. –Los he querido rejuvenece­r a todos –dijo– transportá­ndolos a su primera niñez y para eso le he añadido a la sopa un poco de tapioca. Se sentirán niños y comenzarán a elogiarla, como si la describies­en por primera vez. He puesto a sobrenadar unas rositas de maíz, pues hay tantas cosas que nos gustan de niños y que sin embargo no volveremos a disfrutar…”

Página 194 en “Paradiso” de José Lezama Lima.

“Terminaba el bigotudo dueño-maîtrecoci­nero en un gorro de cocina blanco, lo que le otorgaba aspecto de mosquetero disfrazado de cocinero para escapar del Cardenal Richelieu. Aunque era poeta, no hablaba en verso, pero a algún ritmo secreto obedecía cuando declamaba el menú de cena de fin de año del restaurant­e La Odissea, a cien metros de la Catedral… Aperitivo: mejillones con muselina de ajo, hojaldre de anchoas… ensalada de endivias con hígado de pato al vinagre de cava, mil hojas de setas a las finas hierbas, lubina con ostras a la aceituna negra, civet de jabalí con puré de castañas, sorbete de palosanto… hojaldre de café, repostería, turrones…”

Novela “La rosa de Alejandría”, de Manuel Vázquez Montalbán.

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