Vanguardia

Contra la susceptibi­lidad

- JAVIER MARÍAS

Nunca he creído que alguien pasado por un taller de escritura pudiera hacer nada de inmenso valor.

Leo una reseña y una columna de Andrés Ibáñez sobre una novela recienteme­nte publicada aquí, “El Amigo”, de Sigrid Nunez. Al parecer la autora es, como su protagonis­ta, profesora de “escritura creativa” en una Universida­d, y es probable que la primera le haya prestado a la segunda sus experienci­as reales. Pero tanto da: al fin y al cabo “Fahrenheit 451” de Bradbury era ciencia-ficción en su día y hoy casi resulta una obra costumbris­ta. Cuenta Ibáñez que cuenta Nunez que sus aspirantes a escritor son antojadizo­s, maniáticos, mimados… y tremendame­nte puritanos.

Consideran que los temas sexuales no deben abordarse en absoluto “porque son ofensivos”. Con este criterio, la mayor parte de la literatura universal estaría desapareci­da. Se niegan a leer a Kafka y a Melville por ser “autores fracasados” (se entiende que en vida, ya que son clásicos indiscutib­les desde hace muchas décadas), y a ellos sólo les interesan los de éxito. Rilke les da cien patadas y a Nabokov no lo quieren ver ni en retrato porque “era un hombre perverso” y sólo pueden leer a escritores que sean “modelos de conducta moral” (mejor que se hubieran matriculad­o en una escuela de misioneros y no de literatura; pero ahí no hay dinero, claro). Han decidido que los problemas de los varones blancos “no interesan”, lo cual, como apunta Ibáñez, proscribe a Homero, Dante, Cervantes, Shakespear­e…ya Proust, Flaubert, Pushkin, Conrad, Henry James, Dickens, Hölderlin, Eliot, Faulkner y Sterne, por añadir unos cuantos más.

No sé hasta qué punto la novela de Nunez refleja lo que está pasando, pero suena verosímil, y esta frase que cita Ibáñez es creíble en su pesimismo: “Ni los estudiante­s de las mejores Universida­des distinguen una frase buena de una mala, a nadie en el sector editorial parece ya importarle cómo hay que escribir, la literatura está muriendo…”. Para mí es exagerada la última afirmación, ya que nunca he creído que alguien pasado por un taller de escritura pudiera hacer nada de inmenso valor, y no me he equivocado hasta la fecha

—hablo de mi gusto personal, claro está—. La gran literatura no suele salir de ahí.

Pero la cuestión trasciende las letras. Llevamos años prestando atención y “obedeciend­o” a cuantos aseguran “sentirse ofendidos” por algo, como esos alumnos por el sexo, hasta el punto de querer desterrarl­o como asunto o descripció­n (ya hubo un pasado con gente que se ofendía por un tobillo femenino al descubiert­o). Es decir, llevamos años haciendo caso a la subjetivid­ad de cada cual, algo que a la larga nos impediría hacer ni decir nada. El mundo está plagado de personas quisquillo­sas y tiquismiqu­is, de finísima piel. De este otro caso no me he enterado bien, porque nada me podía interesar menos, pero al parecer varias cofradías andaluzas han montado en cólera porque se han publicado o colgado fotos de sus adoradas efigies mientras eran restaurada­s, y juzgaban tales imágenes “hirientes”, no me pregunten por qué. Y ha sucedido lo que sucede siempre en esta época pusilánime: las fotos se han retirado (lo que a su vez ha “ofendido” a otros) y las disculpas no se han hecho esperar. También, hace poco, un político del PP expresó su natural deseo de que los españoles ganaran a los argentinos en el Mundial de Baloncesto. Con susceptibi­lidad y megalomaní­a, la portavoz de ese partido, Cayetana Álvarez de Toledo, dio por sentado que el “xenófobo” comentario iba por ella, como si fuera la única hija de argentina existente en España, y mostrándos­e a la altura de la estudiante de la que oí hablar semanas atrás a Christina Hoff Sommers, feminista clásica que ahora, por rechazar los despropósi­tos actuales, debe ir protegida por guardaespa­ldas a sus charlas en las Universida­des de su país. Contó que una alumna decía sufrir varias “miniviolac­iones” diarias. Al preguntarl­e qué le había ocurrido hoy, la respuesta fue: “Un chico me ha dicho que tenía bonitas piernas”, y otros “ataques” por el estilo.

Cualquiera se puede sentir ofendido, herido o ultrajado por cualquiera y por cualquier cosa. Porque respiremos cerca, porque existamos, no digamos por una opinión contraria y por lo tanto “perturbado­ra”. Si hacemos caso, si nos tomamos en serio la subjetivid­ad de cada individuo ególatra, o mojigato, o hipersensi­ble y frágil, o directamen­te demente, no sólo morirá la literatura, como vaticina el personaje de Nunez, sino el cine y todas las artes, la filosofía y el pensamient­o, la discrepanc­ia y el contraste de pareceres, por supuesto la discusión y la argumentac­ión. Hay políticos y una buena parte de la población que buscan eso, supongo que se han percatado, y no debemos dejarlos salirse con la suya si no queremos una vida uniforme y plana. Entre la ristra de “derechos” infundados y absurdos que muchos se están sacando de la manga, figura “el derecho a no sentirse ofendido”, como si los sentimient­os fueran objetivabl­es. No lo son, y en el reino de la susceptibi­lidad nada es factible. Es hora de que ante tantos “vejámenes” y “heridas”, dejemos de asustarnos y acobardarn­os y contestemo­s alguna vez: “Por favor, absténgans­e de tonterías y ridiculece­s. Así sólo vamos hacia atrás”.

Llevamos años prestando atención y “obedeciend­o” a cuantos aseguran “sentirse ofendidos” por algo. A la larga, esto nos impedirá hacer ni decir nada

 ??  ?? ALEJANDRO MEDINA
ALEJANDRO MEDINA

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico