Vanguardia

Caras vemos, lo demás no sabemos

- ‘CATÓN’, CRONISTA DE LA CIUDAD

Este muchacho tiene 19 años. Es una edad que a mí no me gustaría volver a tener, pero allá él. Si este muchacho viviera en la Ciudad de México sería actor de telenovela­s, porque es muy guapo y muy tonto. Pero no vive en la Ciudad de México: vive en Monterrey.

Vive en una colonia fifí, como hoy se dice. Ya no es esa colonia lo que fue. De cualquier modo todavía quedan ahí algunos ricos, y otros que aspiran a que se les crea ricos. Ocupa un departamen­to este muchacho por el cual paga 15 mil pesos al mes. No sólo vive ahí: también ahí trabaja.

¿A qué se dedica? ¿Es ingeniero en sistemas computacio­nales (ISC), o licenciado en comercio internacio­nal (LCI), profesione­s tan de moda entre los jóvenes de hoy? Ni una cosa ni la otra. Este muchacho -Dios lo cuide- es gigoló.

Gigoló, sí. Se gana la vida acostándos­e por dinero con señoras. Las recibe en su departamen­to, o va a su casa, o se encuentra con ellas en fincas campestres por la Carretera Nacional. Algunas tienen gustos extraños, y le piden que les haga el amor en el asiento de atrás del automóvil, para acordarse de cuando eran jóvenes. Pero casi todas prefieren recibirlo en su casa. Ahí, le dicen, se sienten más seguras.

La cosa empezó de la manera más extraña. El muchacho fue a una fiesta y ahí conoció a una especie de Mrs. Robinson que le ofreció llevarlo, porque él en ese tiempo no tenía coche. (Ahora trae un Porsche). La señora le pidió que le permitiera pasar rápidament­e a su casa a ver si ya había llegado su hija de una reu (reunión). Después sabría él que la señora no tenía hija. Lo invitó a entrar, le ofreció una copa, y después de la copa le ofreció todo lo demás. A él aquello le pareció muy bien: tenía 17 años, aunque parecía mayor, y a esa edad hasta con una escoba. Además esa noche se dio cuenta de que tenía dotes para la profesión.

Hizo lo que hizo por amor al arte, y por tanto grande fue su sorpresa -así se dice, y no “Su sorpresa fue grande”, porque así la frase pierde fuerza-, grande fue su sorpresa, digo, cuando al despedirse ella le puso unos billetes en la bolsa de la camisa.

Semanas después la señora lo buscó de nuevo, para lo mismo, y otra vez hubo billetes. En esa ocasión ella le preguntó si podía recomendar­lo con algunas amigas suyas, a quienes segurament­e les gustaría pasar un rato con él. Así empezó la cosa. De recomendac­ión en recomendac­ión -la mejor propaganda es la oral, dicho sea sin juego de palabras- al cumplir los 20 años ya tenía formada una estupenda cartera de clientes que le rinden al mes ingresos equivalent­es a los de un diputado federal. Claro, sin las prestacion­es.

Sigue estudiando, sin embargo, en una de las institucio­nes más caras -y por lo tanto de mayor prestigio- en Monterrey. Dice que se retirará cuando reciba el título y encuentre un buen trabajo. El que ahora tiene, declara, presenta inconvenie­ntes: una novia que tiene es hija de una señora que tuvo. El mundo es una vecindad, y la colonia que dije otra más chica.

Por lo pronto este muchacho vive de su cuerpo. Y hace bien: he aquí un paso más en los esfuerzos que se hacen para lograr la definitiva igualdad entre el hombre y la mujer.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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