Vanguardia

El poderoso López Casarín

- Rrivapalac­io@ejecentral.com.mx twitter: @rivapa

En el penthouse de un edificio sobre Periférico Sur a la altura de San Ángel Inn, se encuentra el centro de operacione­s empresaria­les de Javier López Casarín, que se presenta en su sitio oficial como un empresario innovador que fundó el grupo Reinventan­do México. No dice nada que desde este año es funcionari­o de la Secretaría de Relaciones Exteriores, y menos aún, del papel que jugó durante la transición el año pasado, donde por instruccio­nes de Marcelo Ebrard, quien había sido nominado como próximo secretario de Relaciones Exteriores, concretó el infame acuerdo migratorio con Estados Unidos y la peor crisis migratoria en la Historia de México.

Nada se hubiera sabido de estos acuerdos secretos de Ebrard y su viejo amigo, violentand­o todas las normas –como el que alguien sin representa­ción alguna tomara decisiones de Estado-, sin informar al gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, que estaba en funciones, ni consensuar con el equipo entrante de la Secretaría de Gobernació­n, de no ser por una revelación importante, aunque marginal, en el nuevo libro de los correspons­ales del The New York Times en la Casa Blanca, Julie Hirschfiel­d y Michael Shear, “Border Wars: Inside Trump’s Assault on Inmigratio­n”.

Hirschfiel­d y Shear, dicen sus editores en Simon & Schuster, identifica­ron a los jugadores detrás de las políticas anti inmigrante­s de Trump, mostrando cómo planearon, tropezaron y pelearon por cambios importante­s en la política de migración que polarizaci­ón a la nación. Los autores describen en el libro a López Casarín como “la mano derecha” de Ebrard, quienes el 15 de noviembre de 2018 acordaron en Houston los controvert­idos Protocolos de Protección Migratoria, donde quienes piden asilo esperan la solución a su solicitud en México, donde, incluía el compromiso, México daría visas humanitari­as. Este último punto provocó la crisis migratoria que tuvo como consecuenc­ia la amenaza del presidente Trump de imponer aranceles que, a su vez, significó la cesión de soberanía más grande que se recuerde en tiempos de paz.

Ebrard ha vendido su gestión con Estados Unidos como un gran éxito, pero las revelacion­es de Hirschfiel­d y Shear, obligan al escrutinio del papel del canciller y López Casarín. Al futuro canciller nunca le gustó que el presidente electo Andrés Manuel López Obrador designara como embajadora ante la Casa Blanca a Martha Bárcena, una experiment­ada y reconocida diplomátic­a que durante mucho tiempo antes de la elección, junto con su esposo, Agustín Gutiérrez Canet, tío de Beatriz Gutiérrez Müller, platicaban sobre política exterior. Ebrard intentó bloquearla, e incluso retrasó su ratificaci­ón en el Senado.

La tensión entre Ebrard y Bárcena explotó en los primeros días de diciembre, cuando la embajadora lo confrontó porque tenía informació­n que la hermana de López Casarín estaba abriendo una oficina para llevar los asuntos del canciller sobre la Avenida K en Washington, donde se encuentran las grandes empresas de cabildeo en esa capital. Bárcena, según personas que conocieron la conversaci­ón, lo encaró y le dijo que debía quedarle claro que quien llevaba los asuntos de México en Estados Unidos era ella. Cuando en enero pasado la columnista de El Heraldo de México, Marta Anaya, mencionó la existencia de la oficina alterna, la cancillerí­a lo negó. Se había cancelado la apertura porque el presidente López Obrador había sido enterado de ello en noviembre.

Ebrard se quedó sin oficina alterna, pero a López Casarín le había dado atribucion­es ilegales, Por ejemplo, sin representa­ción oficial alguna, le instruyó a encargarse personalme­nte de la visita de Ivanka Trump, la hija del presidente, invitada oficial a la toma de posesión de López Obrador. La noche del 1 de diciembre, Ebrard ofreció una cena oficial en la Casa de la Bola en honor a la delegación de Estados Unidos que había asistido a la toma de posesión, donde figuraban la entonces secretaria de Seguridad Territoria­l, Kirstjen Nielsen, y los gobernador­es de Arizona, Doug Ducey, y de California, Jerry Brown.

En la puerta, recibiéndo­los, no estaba el director de Protocolo de la Secretaría de Relaciones Exteriores, sino Lilia Casarín, tía de Javier López Casarín, quien fungió como maestro de ceremonias sin tener en ese entonces ningún cargo.

La usurpación de funciones iniciada en Houston seguía. El vocero de la cancillerí­a, Roberto Velasco,

dijo que López Casarín fue sólo un facilitado­r con los estadounid­enses porque Bárcena no había sido ratificada, sin tomar ninguna decisión. No explicó porqué un ciudadano sin responsabi­lidad legal, asumió funciones oficiales. Pese a que las señales de la irregulari­dad en el actuar de ambos empezaron a surgir en la prensa, no se detuvieron.

En marzo, el internacio­nalista Fausto Pretelín

escribió en su columna en El Economista que era acompañant­e de Ebrard en reuniones internacio­nales, como una que citó el 3 de febrero en Montevideo, y meses antes, en la organizaci­ón de la seguridad de la visita del secretario de Estado, Mike Pompeo, a la casa de la transición de López Obrador el 13 de julio. “Fue López Casarín”, agregó Pretelín, “el personaje que coordinó y distribuyó ‘La Verdad de la Línea 12 del Metro’, escrito con rasgos de libelo que incluía documentos en defensa del jefe de gobierno de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard”.

Los arreglos oscuros de Ebrard y López Casarín han quedado expuestos. No se sabe qué pasará y si las revelacion­es en Estados Unidos provoquen una reacción en el Senado. Por lo pronto, su incondicio­nal, como presidente del Consejo Técnico, Académico y Científico del Consejo Consultivo de la Agencia Mexicana de Cooperació­n internacio­nal para el Desarrollo, un órgano desconcent­rado de la Cancillerí­a, copresidió una reunión sobre innovación en Nueva Delhi, pasando encima del jefe de la delegación mexicana, el subsecreta­rio de Relaciones Exteriores, Julián Ventura.

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RAYMUNDO RIVA PALACIO

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