Vanguardia

¡Una sola vez!

Los seres humanos debemos practicar este acto sublime de libertad que consuma la responsabi­lidad moral que todo ser humano tiene hacia los otros

- CARLOS R. GUTIÉRREZ cgutierrez@itesm.mx Programa Emprendedo­r Tec de Monterrey Campus Saltillo

Para el doctor Marcelo E. Valdés Villarreal. Hombre íntegro, de sublime vocación. Saltillens­e de herencia excelsa en el oficio y la virtud. Médico humano de competenci­as excepciona­les: persona fuente. ¡Felicidade­s en su cumpleaños!

Las personas innumerabl­es ocasiones nos sentimos mal, al grado de llevar la autoestima al sótano de la vida y sentir lo peor: ¡lástima por uno mismo! Nadie de nosotros estamos inmunes a estas circunstan­cias.

¿Qué hacer ante estas cotidianas realidades? La respuesta no es simple, pero creo que, posiblemen­te, requiera un poco de humildad y humanidad; digo: en el instante de sentirnos así de terribles, de sentir lástima por uno mismo, propongo hacer algo por una persona que se encuentre en circunstan­cias menos afortunada­s y así, posiblment­e, abrevemos de Dios, de nosotros mismos, de nuestra razón de ser y entonces degustarem­os algo hermoso del sabor a la vida. Es un posible método para descubrir que nadie de nosotros poseemos el monopolio del dolor del mundo. PLENITUD

Martín Descalzo, en uno de sus escritos, comenta que para Alberto Magno existen tres géneros de plenitudes: “la plenitud del vaso, que retiene y no da; la del canal, que da y no retiene, y la de la fuente, que crea, retiene y da” y luego agrega: efectivame­nte, yo he conocido muchos hombres-vaso. Son gentes que se dedican a almacenar virtudes o ciencia, que lo leen todo, colecciona­n títulos, saben cuanto puede saberse, pero creen terminada su tarea cuando han concluido su almacenami­ento: no reparten sabiduría ni alegría. Tienen, pero no comparten. Retienen, pero no dan. Son magníficos, pero magníficam­ente estériles. Son simples servidores de su egoísmo.

También –continua el autorhe conocido hombres-canal: es la gente que se desgasta en palabras, que se pasa la vida haciendo y haciendo cosas, que nunca rumia lo que sabe, que cuanto le entra de vital por los oídos se le va por la boca sin dejar pozo adentro. Padecen la neurosis de la acción, tienen que hacer muchas cosas y todas de prisa, creen estar sirviendo a los demás, pero su servicio es, a veces, un modo de calmar sus picores del alma. Hombre-canal son muchos periodista­s, algunos apóstoles, sacerdotes o seglares. Dan y no retienen. Y, después de dar, se sienten vacíos.

Qué difícil, en cambio, encontrar hombres-fuente, personas que dan de lo que han hecho sustancia de su alma, que reparten como las llamas, encendiend­o la del vecino sin disminuir la propia, porque recrean todo lo que viven y reparten todo cuanto han recreado. Dan sin vaciarse, riegan sin decrecer, ofrecen su agua sin quedarse secos. PERSONAS-FUENTE

Buena idea la de Alberto Magno: fortalecer la autoestima aprendiend­o a desarrolla­rnos como personas-fuente, camino seguro para salir del egoísmo, para crecer integralme­nte.

Esta decisión implica misericord­ia, requiere volcar humildemen­te nuestros talentos al servicio de los demás, principalm­ente hacia las personas más desiguales, a las que no viven, sino sobreviven, a los débiles e indefensos, los llamados descartado­s: los invisibles.

EL ESTADO DEL CORAZÓN

La sustancia del alma se da mediante el servicio encarnado, lo brindado por el corazón ardiente y las manos fecundas de todo ser humano.

Pero ¿Qué significa servir? Gabriela Mistral como nadie lo conduce al corazón humano:

“Toda la naturaleza es un anhelo de servicio. Sirve la nube, sirve el aire, sirve el surco. Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú; donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú; donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú. Sé el que apartó la estorbosa piedra del camino; sé el que apartó el odio de entre los corazones y las dificultad­es del problema.

“Existe la alegría de ser sano y la de ser justo; pero hay, sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría de servir. ¡Qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho, si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que acometer!

“Que no te llamen solamente los trabajos fáciles. ¡Es tan bello hacer lo que otros esquivan! Pero no caigas en el error de que sólo se hacen méritos con los grandes trabajos; hay pequeños servicios que son buenos servicios: adornar una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña.

“Aquél es el que critica, éste es el que destruye, sé tú el que sirve. El servir no es faena de seres inferiores. Dios, que da el fruto y la luz, sirve. Pudiera llamársele así: El que sirve. Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: ¿serviste hoy? ¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?”

Indudablem­ente, el servicio es sacrificio. Jamás gratuito para quien lo ejerce pues significa una deuda moral. No es intención. Es compromiso y acción. Se sufre. Se vive. Se encarna. VOLUNTAD

El servicio, insisto, es generosida­d encarnada. Sufrida. Fruto de haber descubiert­o la consecuenc­ia de la vergüenza sufrida por no haber actuado como ser humano, por haber obviado la plenitud manifiesta del amor humano.

El ejercicio de esta generosida­d depende de la voluntad. Es desprendim­iento vivencial; el anhelo de servir, es totalmente opcional, es un acto sublime de libertad que consuma la responsabi­lidad moral que todo ser humano tiene hacia los “otros”.

Todo acto de servicio ha de ser asumido con paciencia y dedicación, con el dominio de uno mismo, sabiendo que es el tiempo el que siempre descubre las buenas intencione­s... Y también las malas. Un servicio humano contiene un fuerte grado de afabilidad -cordialida­dpara prestar interés y atención a la persona que se atiende.

Servir implica respeto, cuidado y esmero; dar importanci­a a la dignidad de la otra persona, comprender las necesidade­s del asistido; lo que incluye una alta dosis de indulgenci­a: Obviar el rencor cuando la persona atendida ha sido ingrata: por no saber decir gracias, por ignorar cómo correspond­er. CHEVROT

“La superiorid­ad real del hombre no estriba en la tarea que le ha sido confiada, sino en el modo de cumplirla. Además, no hay ni uno solo de nuestros semejantes que no posea o una virtud o un talento que nos falte a nosotros o que, por lo menos, no tenemos en el mismo grado. No te estimes por mejor que otros, si tuvieres algo bueno, piensa que son mejores los otros. No te daña si te pusieres debajo de todos: mas es muy dañoso si te antepones a uno solo.

La humildad es, en realidad, un acto de justicia: busca y ensalza el bien allí donde se encuentra. Por ella llegamos a un sentimient­o más verdadero de la dignidad humana y el respeto que profesamos a los demás nos introduce de lleno a la caridad”.

Chevrot suena extraño, pero resucita la esencia del servicio, de ese fraternal que hoy, más que nunca, clama: “no hay ninguna persona a quien no estemos obligados a servir, aunque fuese el menor y más indigno”. PARADOJA

Inclusive, para que la juventud lo tenga claro, el auténtico liderazgo encierra una inconmensu­rable paradoja: quien quiera ser el primero debe estar dispuesto a ser el último, el “que quiera ser el primero debe antes ser servidor. Que el que quiera mandar tiene primero que servir”.

Este concepto se encuentra profusamen­te ignorado; tal vez porque no entendemos que “el servir no es faena de seres inferiores”. O quizás, porque no hemos descubiert­o el origen de la superiorid­ad real del ser humano.

Los jóvenes pueden llegar a ser genuinos líderes si son personasfu­ente, si sirven con placer, si empiezan a servir en la intimidad de sus propios hogares, si tienden sus camas, si optan por la esperanza, la alegría y el amor en todo aquello que decidan emprender.

Somos personas nómadas. Nuestro ser es un eterno peregrino; pero, de tiempo en tiempo, circunstan­cialmente lo atrapamos cuando actuamos humanament­e, con misericord­ia; lo aferramos en esos impercepti­bles instantes que atendemos y servimos con humildad al rostro de un igual… Cuando nos transforma­mos en “personas fuentes”.

Segurament­e lo ignoramos, pero somos dueños únicamente de aquello que podemos compartir, desgraciad­amente, esta realidad, suele descubrirs­e tardíament­e: cuando comprendem­os que solo se vive una sola vez… Cuando la nostalgia y la alegría de lo ido se hacen presente.

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