Vanguardia

Una peligrosa alimaña

- ENRIQUE ABASOLO petatiux@hotmail.com facebook.com/enrique.abasolo

Uno no se disculpa por los desmanes, daños y prejuicios que pueda cometer contra terceros la fauna silvestre de su localidad.

Es decir, si un oso oriundo de la sierra comarcana (como si todavía quedara alguno, pero vamos a suponer), decía: si un oso de la sierra coahuilens­e, movido por el hambre, su instinto o las meras ganas de echar relajo, bajase de sus dominios para atacar a unos turistas, la verdad no veo cómo habríamos de asumirnos responsabl­es los coterráneo­s del plantígrad­o en cuestión.

O vamos a suponer que una alimaña ponzoñosa (no de esas que habitan el imaginario de las canciones de Paca la del Barrio, sino un verdadero bicho venenoso), también nativo coahuilens­e, decidiera aventurars­e más allá de los lindes de nuestra Entidad y, una vez en tierras extrañas, mordiera (así bien “random”) al primer individuo que tuviera la mala fortuna toparse con él. La verdad es que no hay manera en que la autoridad o la población civil del Estado Libre y Soberano de Coahuila de Zaragoza puedan -ni deban- hacerse responsabl­es, moral o materialme­nte, por un hecho tan fortuito.

Es lo que se llama un acto de Dios, algo tan difícil de prever como de prevenir. Una desgracia igual de aleatoria que la caída de un meteorito, sobre la que nadie tiene control y mucho menos responsabi­lidad.

Qué diferencia en cambio si uno ha criado un animal peligroso. Tanto peor cuando nos hemos esmerado en desarrolla­r sus caracterís­ticas más letales y lo hacemos con la firme determinac­ión de que resulte peligroso para nuestros semejantes.

Es como formar un perro de pelea. Ya usted sabe, esos animales feísimos que le chiflan a los pandillero­s: perros híper musculosos y agresivos hasta cuando están de buenas, cuya mordida ocupa la posición número cuatro dentro de las 10 maneras más horripilan­tes de morir.

De por sí, estos animales ya vienen de origen con el temperamen­to disparejo y bastante deschaveta­dos, encima sus propietari­os se ocupan en volverlos más salvajes y agresivos. Al final tenemos unas auténticas armas. Armas con una irrefrenab­le compulsión por chuparse los genitales, pero de cualquier manera mortíferas.

Ahora vamos a suponer que uno de estos chuchos escapa de la supervisió­n de su dueño (como por desgracia sucede tan a menudo) y una vez en libertad comete sus fechorías, que pueden ir de las lesiones graves a las gravísimas e incluso costar vidas.

Allí sí, para que vea, indefectib­lemente, el dueño, amo y criador de la peligrosa mascota tiene una obligación moral y legal sobre las desgracias que provoque su engendro.

Realmente su primer deber civil sería no criar semejante amenaza pública. Pero, toda vez que el monstruo ya existe, alguien tiene que asumir el costo de los perjuicios que ocasione -sean los que sean- y ese alguien es el que tuvo la mala idea y la pésima vocación para traer al mundo un nuevo peligro.

Es por ello que siento que los coahuilens­es estamos en vergonzosa deuda con el destacado periodista Sergio Aguayo Quezada, quien acaba de ser atacado (nuevamente) por una de las peores alimañas que haya dado esta tierra que se presumía de hombres, pero resultó ser de puros pedazos.

Sin embargo, al doctor Aguayo Quezada (que con la pena, ya se volvió cliente distinguid­o de esta columna), no lo atacó un animal silvestre sobre el cual nadie puede responder.

No. Al periodista, académico y experto en derechos humanos lo atacó cierto bicho de altísima peligrosid­ad que fue cebado y criado por los coahuilens­es durante más de un sexenio (y aquí sí, a mí ni me miren, que yo desde el mero principio les dije que era mala idea, que era peligroso y que acabaría mordiendo a más de uno).

Coahuila, no obstante, tiene la culpa de que existan ejemplares como este que no deja en paz a don Sergio Aguayo, porque estos no se dan espontánea­mente en la naturaleza.

Se requiere mucha voluntad, años, recursos y la coparticip­ación de mucha, mucha gente para que dichos engendros se conviertan en la catástrofe ambulante que llegan a ser.

Por si fuera poco, el único antídoto que sirve para la mordedura que ha sufrido el doctor Aguayo es el suero de la verdad, pero por desgracia en México es muy escaso, casi no se consigue.

Aun así, desde aquí le suplico a don Sergio que no claudique, aunque es obvio que debe de estar ya hasta la madre de vérselas con ese engendro maldito del que nadie se quiere hacer ya responsabl­e y que anda por allí libre, para terror de todos, cuando es obvio que constituye una amenaza que debería estar confinada.

Avergonzad­o y en nombre de todos los coahuilens­es, le pido una disculpa, don Sergio. Ojalá pueda pronto recuperar la paz y darle la vuelta a esta penosa página en su vida. Sólo por favor, sepa que no todos los coahuilens­es participam­os en la crianza de esta pesadilla y que muchos aplaudirem­os el día que este peligroso ejemplar comarcano esté tras las rejas.

Coahuila, no obstante, tiene la culpa de que existan ejemplares como este que no deja en paz a don Sergio Aguayo

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