Vanguardia

NOTIFICACI­ÓN

- CLAUDIA LUNA FUENTES claudiades­ierto@gmail.com

“Aquello llamado ‘cadáver’, a lo que tanto tememos, está viviendo aquí y ahora con nosotros”. Milarepa

Esto no se lea como un canto, es la clara notificaci­ón de una desintegra­ción. Así como avanza la savia entre los brazos de los árboles, así avanza la enfermedad dulce en su cuerpo. A tal punto es el dulzor, que se ha llevado un trozo de él.

Su cuerpo incompleto guarda el registro de heridas que no han vuelto a cerrar. Y la fiebre que va y viene, le abrió los ojos a otra verdad: es la irrealidad. La ha elegido. Allí se estaciona la mayor parte del tiempo. Desde allí conversa.

Ahora el mundo es un huizache que quiere derribar, una vianda que no existe, o su cuerpo completo que -dice- pronto se levantará.

Me pregunto si así serán todas las largas despedidas. Olvidar los compartimi­entos de lo vivido más al fondo, más hacia la infancia. ¿Solo quedará el momento reciente? ¿Pasará él un borrador por los momentos más duros? ¿O su mente será simplement­e una alta duna disolviénd­ose con el velo del viento por la tarde? Tal vez sí, tal vez sea como cuando las nubes se apoderan del cielo, un acto natural.

Solo los ojos que lo cuidan, solo las manos que lo tocan reciben su nombre. El resto, es otro u otra que no está.

Su cuerpo es refrescado por una vuelta y otra vuelta para evitar más llagas. En su habitación hay agua de colonia sin estrenar, cepillos nuevos, camisas sin usar. Objetos cuya única utilidad es la notificaci­ón de que siguen ocupando un lugar. Y los zapatos que ahora carecen de sentido. Podría nombrarlos fierro, manzana o gato. Ya no importan.

Sobre la devastació­n solo se requiere la precisión de la descripció­n. Saber cuántos centímetro­s ha avanzado la negrura en la carne, qué orificio debe ser limpiado, cuál de las venas aún no se ha cristaliza­do para recibir más medicament­o, los grados centígrado­s en el cuerpo, a qué hora comió, cuántos minutos cerró los ojos, cuánto ha vuelto a crecer la barba. Datos.

Él, dice que hace unos días vio a Dios. Eso le dio dicha y descanso a su cuerpo yaciente.

Andrea llegó para estar junto a él. A veces le lee fragmentos del libro tibetano de la vida y de la muerte. Y así, entre actos y abrazos, ambos unen sus esqueletos. No creo que haya mayor claridad sobre este proceso, que el que ella practica y entrega, es un inamovible espíritu con verdades sin anestesia. Allí sigue, a su lado.

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