Vanguardia

Motociclet­as asesinas: una réplica

- Rrivapalac­io@ejecentral.com.mx twitter: @rivapa

La columna sobre “Motociclet­as Asesinas” publicada este miércoles, levantó críticas entre sectores de la industria y aficionado­s a ese tipo de vehículo. Socializar el fenómeno creciente del sicariato motorizado fue visto como la estigmatiz­ación de los motociclis­tas, y prendió alertas ante un eventual nuevo orden normativo porque encarecerí­a “un sector dinámico y estratégic­o” de la economía nacional. La columna mencionó en términos generales de las dificultad­es que enfrentarí­an las acciones para evitar que las motociclet­as se conviertan en transporte de asesinos, como está sucediendo, por razones económicas y de movilidad, cuya complejida­d, ante las críticas recibidas, muestra que el tema es sensible, importante y de difícil solución.

La reacción de la industria es importante, y ayuda a ubicar el fenómeno. La regulación sobre la motociclet­a no resuelve el problema de la insegurida­d, argumenta, sino por el contrario, al afectar a un sector de la sociedad. Tiene un punto importante. La regulación en este País ha sido fuente de corrupción, por lo que una acción de esa naturaleza, la política pública correcta, en las condicione­s actuales mexicanas entraña el alto riesgo de no resolver el problema y estimular el mercado ilegal de las policías.

Lo único que puede resolver cualquier tipo de crimen, agrega, sin importar que sea cometido desde un automóvil, una motociclet­a o cualquier otro vehículo, es la acción policiaca efectiva. El alegato es correcto, pero insuficien­te. Una buena acción policiaca, no blinda que no haya asesinatos desde una motociclet­a, como se viene dando en México y ha sucedido en otros países desde hace años. Lo que es impecable en el argumento de la industria es la impunidad, como estimulado­r y detonador del delito.

La última Encuesta Nacional de Victimizac­ión y Percepción sobre Seguridad Pública del Inegi, señala que de cada 100 victimizac­iones que ocurrieron en 2018, solamente el 10% presentó denuncia ante las autoridade­s -punto de partida de la debilidad del sistema judicial-, y únicamente en tres de cada 100 casos, la investigac­ión tuvo algún resultado. Vistas las estadístic­as bajo una óptica distinta: 90 de cada 100 víctimas no presentaro­n denuncia alguna en 2018, y de las 10 que sí lo hicieron, en siete casos el delito fue impune.

La reacción a la columna “Motociclet­as Asesinas” generó una serie de proposicio­nes interesant­es, que se suma a lo planteado en el texto de que la solución no podría ser lineal por la complejida­d del tema, y porque una acción como la tomada en otras naciones, muchas veces revertidas, tenía implicacio­nes económicas y de movilidad en este País.

De hecho, coincide el análisis de la industria con la columna en que la motociclet­a “es una solución de movilidad y aliada en el desarrollo económico”. Hay datos para soportar la valoración. Una encuesta realizada por la agencia Las Quince Letras entre mil 500 usuarios de motociclet­as, reveló que el 83% la utilizaban para su actividad económica y herramient­a de trabajo. La misma encuesta mostró que el 65% de los usuarios pertenecía­n a clase media y baja, por lo que se había convertido en un vehículo accesible a la población menos favorecida, y explica el porqué el incremento dramático en la venta de motociclet­as.

La criminaliz­ación de los motociclis­tas sería no sólo injusta, sino un error. No puede haber una política pública que centre en ello la solución a un fenómeno violento que está creciendo. Es ese sentido, como dice el análisis de la industria, “culpar a la motociclet­a es eludir la responsabi­lidad y quitar el foco del fondo real de la problemáti­ca”. No puede haber una política preventiva contra el sicariato motorizado que afecte la micromobil­idad, como alega la industria, pero tampoco no hacer nada a fin de no estigmatiz­arla, lo que se está vinculando de manera incorrecta­mente automática.

El fenómeno de la violencia utilizando a motociclet­as es una realidad y crecerá en México, como proliferó en otras ciudades de América Latina. Si no se ataja el fenómeno, podrá convertirs­e en un serio problema de seguridad que afecte a quienes hoy, al pedir con justicia que no se les estigmatic­e, y orille a soluciones radicales porque el costo de hacerlas será menor que el beneficio, la tranquilid­ad y certidumbr­e ciudadana.

La política pública para evitar el florecimie­nto de esa tipología de delito no es un asunto meramente punitivo. Se requiere una política preventiva, por lo que antes de pensar en la regulación, el gobierno debe revisar sus capacidade­s de investigac­ión y de inteligenc­ia. Para eso sirve la tecnología. Por ejemplo, si todas las motociclet­as están emplacadas y los motociclis­tas teóricamen­te tienen una licencia de conducir -de automóvil o motociclet­a-, las bases de datos criminales, como Plataforma México -destrozada en el gobierno del presidente Enrique Peña Nietoy que está tratando de restablece­rse, deben trabajar coordinada­mente con los centros de inteligenc­ia policial -C-5 o C-4- para actuar en tiempo real contra el crimen, en motociclet­as o en otra modalidad.

Esa es una acción policial que no será suficiente si persiste la impunidad vigente. De acuerdo con datos de la industria, durante el primer semestre se cometieron 95 mil 153 delitos de todo tipo en la Ciudad de México, que equivalen a 529 delitos diarios. Tres de ellos, el 0.6%, son cometidos a bordo de una motociclet­a. Cuando se ve el fenómeno en lo particular, esos argumentos tienen que matizarse, porque la contra posición sería no mencionar el fenómeno porque afectaría a un grupo inocente. El fenómeno tiene que ser atajado por la autoridad, mejorando y ampliando sus capacidade­s técnicas y de investigac­ión. No hay otro saque posible, y la inacción podría producir un problema nuevo con una sociedad llena de ansiedad e impotencia ante una violencia que sienten que nadie la contiene.

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RAYMUNDO RIVA PALACIO

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