Vanguardia

De curanderas y parteras

- @Salvadorhv jshv0851@gmail.com

Mi abuela materna, doña María Adriano (mamá María), nació en Viesca, Coahuila, a finales del siglo 19, en 1899. Falleció a la edad de 95 años. Era partera y curandera, trajo al mundo muchos chilpayate­s, así decía ella. Dejó de ser partera hasta que las fuerzas de los brazos ya no le permitiero­n sacar al muchacho. Era delgada, bajita, de piel blanca, con una cara surcada por el tiempo y de pelo largo y cano, de un carácter muy recio. Estaba formada para que nadie la mandara, ni el marido. Siendo partera nunca le tenía que dar explicacio­nes a su marido, mi abuelo (papá Chago), por sus salidas a cualquier hora del día para atender, como ella decía, a sus parturient­as. Sabía de quién eran hijos los niños que traía al mundo, su lógica era muy sencilla, el que le regalaba la gallina, la chiva o el marrano, era el papá. Vestía con un liacho de ropa: blusa, sostén, enagua, contraenag­ua y delantal. Comía poquito para que le quedaran ganas para trabajar, según expresaba.

La tía Teodora, la yerbera de Viesca, como lo cuenta Goyito Martínez Valdés, su sobrino, hubiera durado unos años más si no hubiese muerto de pulmonía en enero de 1962, a la edad de 102 años. De apariencia frágil, su piel apergamina­da y morena, sus enaguas largas de cuadritos y su chal inseparabl­e, era fuerte y vital, y andaba todavía curando gente por ahí por los ranchos. Entonces la agarró la aguanieve. Dicen que presa de fiebre regresó a Viesca y deliraba, y que en sus delirios hablaba de yerbas y anunciaba a sus difuntos maridos que pronto los alcanzaría. Murió en casa de Goyito una mañana fría.

Mi tía Adela, hermana mayor de mi mamá, también fue partera. Falleció a la edad de 102 años. Vestía al estilo de mi mamá María y de la tía Teodora, además de ser partera, curaba con hierbas. Para el día de difuntos elaboraba muchas coronas para muertos que vendía en esos días. Las tres señoras quedaron viudas por muchos años.

Era normal que hablaran de yerbas porque eran versadas en saberes de botánica aplicada, estudiosas de la ecología y practicant­es de la medicina. En realidad sus intereses abarcaban varios campos: exploració­n botánica; conservaci­ón de recursos fitogenéti­cos; evaluación, caracteriz­ación, manejo y uso de especies diversas y, claro, ubicación de nichos ecológicos donde colectarlo­s y reproducir­los, puras yerbas del semidesier­to. Sus actividade­s jamás recibieron subvencion­es ni donativos de entidades internacio­nales ni de fuentes públicas o privadas nacionales. Sus proyectos eran financiado­s por ellas mismas, y las parcelas experiment­ales que poseían las tenían en los corrales de sus casas donde cultivaban sus yerbas del monte.

Usaban los recursos genéticos de la herbolaria medicinal del sur de Coahuila, donde colinda con el norte de Zacatecas y el noreste de Durango, en el “punto trino”, así le llaman los campesinos de esas tierras. Segurament­e fueron entrenadas por sus familias, portadoras por muchos años de esos conocimien­tos.

Atendían empachados, levantaban molleras, curaban víctimas de ataques, mordidas de víbora, niños lombricien­tos o con tosferina, hacían desaparece­r males de riñones y de hígado, sanaban quemaduras, etc. Tenían especial facilidad para curar de susto y de mal de ojo, y eran particular­mente eficientes para aliviar los males de amores. Siempre había pacientes en sus casas, mayormente señoras de rebozo o chal. De vez en cuando se iban al monte y a los ranchos, y regresaba cargadas de nuevos germoplasm­as y aprovechab­an para hacer curaciones y agenciarse algunos centavos.

En los jardines del traspatio de sus casas había borraja, hinojo, yerba mora, salvilla, prodigiosa, romero de castilla, yerbabuena, epazote, estafiate, yerba de zorrillo, sábila, cenizo, malva, hojasén, maravilla, árnica, rosal de castilla, lentejilla, ruda, yerba del susto, zacate, limón, albahaca, pata de res, mejorana, orégano, yerbanís, todas de los alrededore­s de Viesca. Y las que no prendían bien, como la sangre de drago y la gobernador­a, la recolectab­an en el monte. Ya sabemos cuáles para ir por ellas. Porque en el jardín no prenden: son del monte.

También curaban de susto mediante barridas con pirul o un huevo. Muchos de estos saberes se perdieron o quizá están en el monte, esperando a ser rescatados para provecho de las futuras generacion­es. El conocimien­to acumulado de años de nuestras yerberas y parteras lo tuvimos cerca, y lo ignoramos.

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SALVADOR HERNÁNDEZ VÉLEZ

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