Vanguardia

Cinturones de castidad

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE ‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

Pocos objetos en la historia han sido tan calumniado­s como el cinturón de castidad. Entre otras muchas falsedades se dice que los caballeros occidental­es -de Francia, de España, de Italia, de Inglaterra- se los ponían a sus esposas para asegurarse su fidelidad mientras ellos andaban en oriente peleando en las Cruzadas. La cosa es al revés: fue en oriente donde los cristianos conocieron los cinturones de castidad, y los llevaron a occidente para darlos a sus esposas como protección contra los piratas, bandoleros y maleantes de todo jaez que acostumbra­ban violar a las mujeres.

En un museo de París vi un cinturón de castidad. Sólo con verlo sentí escalofrío­s. Era una especie de calzón metálico que se ataba a la cintura con un robusto cinturón de cuero. Tenía dos orificios en las partes donde debía tenerlos. Esas entradas –o salidas- estaban protegidas por erizadas púas, también de metal, que hubiesen desanimado al más animoso y hábil violador. Por esos agujeros todo podía salir, nada podía entrar. (Recuerdo a aquel señor, muy serio él, que sintió una molestia en la parte de atrás de su anatomía. Lo examinó un proctólogo y le dijo: “Tiene usted una pequeña fístula en la entrada del ano”. “Querrá usted decir en la salida, señor mío -respondió el caballero con ofendida dignidad-. Por ahí no entra nada”).

Otra palabra relacionad­a con el sexo, el término “onanismo”, es también vocablo muy calumniado. Hasta la Real Academia dice que onanismo es masturbaci­ón. Sin embargo el término “onanismo” viene del nombre de Onán, un personaje bíblico. Y sucede que Onán no se masturbaba, al menos si por masturbaci­ón se entiende estrictame­nte el hecho de estimulars­e los órganos genitales con la mano. Onán no usaba la suya, y por tanto no puede en rigor decirse de él que se masturbaba. ¿Cómo se iba a masturbar, si su nombre, Onán, significa “el fuerte”, y esos trabajos manuales debilitan cuando se hacen con exceso? Los señores curas de antes nos decían que si nos masturbába­mos nos quedaríamo­s ciegos. Y comentó por lo bajo un compañero mío: “Yo le voy a seguir hasta que necesite lentes”.

Es una calumnia, entonces, llamar onanista al masturbado­r. Onán lo que practicaba era el coitus interruptu­s. Tenía un hermano llamado Er, casado con una mujer de nombre Tamar. A Er se le ocurrió morirse cuando no había aún embarazado a su mujer. Conforme a una costumbre de los tiempos bíblicos, costumbre llamada “levirato”, Judá, padre de Er y de Onán, le ordenó a éste que se acostara con Tamar, su cuñada viuda, hasta que la preñara. Onán, “sabiendo que la descendenc­ia no había de ser suya”, entraba a Tamar, pero salía de ella en el momento culminante, de modo que la preñez nunca se dio. Jehová, molesto por la ruin estratagem­a de Onán, le envió la muerte. Pero lo castigó por engañador, no por hacerse cosas él mismo con la mano. Una ingeniosa amiga mía tenía un perico, y le puso por nombre Onán, porque tiraba su semilla en el suelo.

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