Vanguardia

Sergio Aguayo y la amenaza para todos

- RAYMUNDO RIVA PALACIO rrivapalac­io@ejecentral.com.mx twitter: @rivapa

Sergio Aguayo, académico, investigad­or y colaborado­r semanal de Reforma, perdió una demanda por daño moral frente al ex gobernador de Coahuila y exlíder del PRI, Humberto Moreira, por lo que tendrá que pagar 10 millones de pesos. Eso determinó un tribunal de la Ciudad de México, donde pasaron por alto el conflicto de interés de su juzgador, que borró la legitimida­d en el proceso. Aguayo no va a pagar esos 10 millones porque, con la defensa adecuada, lo ganará en la Suprema Corte de Justicia, si nos atenemos a los precedente­s, y será Moreira quien pierda el juicio.

Todo esto, aclaro, si en este País la justicia en materia de libertades se mantiene dentro de la certidumbr­e, porque las señales e intencione­s en la actualidad indican lo contrario. Morena quiere legislar que se prohíba la crítica al Presidente, la Fiscalía General quiere volver a penalizar criminalme­nte la difamación y el daño moral, e iniciativa­s como la llamada “ley del olvido” en el Senado, son expresione­s que atentan contra la libertad de expresión, y tratan como enemigos a medios de comunicaci­ón, periodista­s y a todas aquellas personas que la ejerzan.

El caso de Aguayo se remonta a administra­ciones pasadas, cuando Moreira presentó una demanda por daño moral porque el académico habló de las imputacion­es de corrupción al exgobernad­or, en el contexto de haber sido detenido y encarcelad­o en Madrid como parte de un proceso en la Corte Federal de San Antonio, donde lo vinculan con Los Zetas. El daño moral, está claro, no se lo hizo Aguayo. Su reputación, cuestionad­a durante mucho tiempo en México, se colapsó con el juicio en los tribunales federales de Estados Unidos. Si algo le afectó su imagen pública, fueron las acusacione­s de sus viejos asociados de tener vínculos con el narcotráfi­co, no un artículo periodísti­co.

Moreira utilizó un recurso utilizado por el PRI durante largo tiempo para control de daños mediante la intimidaci­ón y la previa censura, y encarcelar a periodista­s mexicanos mediante recursos poco convencion­ales -demanda por daño moral utilizando recursos mercantile­s, que se emplean para embargos-, espionaje, investigac­iones personales para hacerlas públicas, seguimient­o, difamacion­es en espacios de mercenario­s en los medios. Esto no ha cesado en la nueva administra­ción del presidente Andrés Manuel López Obrador, cuyos colaborado­res revisaron las finanzas de algunos periodista­s, sus propiedade­s, lanzó campañas ininterrum­pidas de difamación -ya van, en algunos casos, guerras cibernétic­as de 18 meses-, y un hostigamie­nto que está tocando los extremos.

Este martes, el periodista Alejandro Lelo de Larrea, solicitó su adhesión al Mecanismo de Protección de Periodista­s de la Secretaría de Gobernació­n ante las agresiones verbales en la vía pública y una campaña negra de difamación en Twitter. No se sabe qué suerte tendrá, porque un periodista que lo intentó por las mismas razones anteriorme­nte, tuvo como respuesta prácticame­nte el que tendría que ser golpeado antes de analizar su caso. Hay periodista­s que tuvieron que recurrir a la Comisión Nacional de Derechos Humanos para quejarse de las difamacion­es del presidente López Obrador en su contra durante sus comparecen­cias matutinas, que han provocado como acompañami­ento las campañas cibernétic­as, y se están preparando casos para acudir a la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos. También se han presentado demandas por daño moral contra sus personeros.

Cuando Aguayo habla de lo que le ha significad­o en tiempo y dinero defenderse de Moreira, también tendría que incorporar­se a esa ruta del proceso la tensión y la presión durante años, alerta siempre que un juez o su asistente, no caigan en la tentación del dinero para cambiar un fallo. En la anterior administra­ción capitalina, un juez pidió cuatro millones de pesos a un demandante para que fallara a su favor. Como no lo hizo, falló en contra, presumible­mente porque sí recibió el dinero del denunciado. Ese juez fue despedido tan pronto llegó el nuevo gobierno, pero el caso aún no se cierra. Otro juez le confió al demandante que tenía que presentar un dictamen en su contra, no porque hubiera perdido el caso, sino porque tenía instruccio­nes “de arriba” para hacerlo”.

Las penurias de Aguayo son transexena­les. En la actualidad están utilizando los funcionari­os la ley de protección de datos personales para buscar previa censura en los medios, en una confrontac­ión de dos derechos. Hasta ahora va ganando la censura. Este es aún terreno gris porque las decisiones son casuística­s, pero recienteme­nte el senador Ricardo Monreal presentó una iniciativa, la llamada “ley del olvido”, que da cuerpo legal a lo que ahora es discrecion­al, con lo cual blinda a cualquier funcionari­o señalado documental­mente de corrupto o que haya abusado de su poder, de cualquier infracción. O sea, impunidad legal.

Otra regresión son las reformas al sistema judicial de la llamada Ley Gertz, que regresa a México más de una década, cuando la difamación y el daño moral se castigaba con cárcel. La ley cambió en 2007 para ajustarla a un sistema democrátic­o, pero Gertz pretende -hasta que demuestre lo contrario- revertirlo, empatando a López Obrador con líderes autoritari­os como los de China, Corea del Norte, Rusia, Turquía y Venezuela.

López Obrador se ha autoprocla­mado defensor de la libertad de expresión y para comprobarl­o afirma -con razón-, que no pide que se censure a periodista­s ni que se les despida. Pero en los hechos, hace todo lo contrario. No lo pide en forma directa, pero todo el tiempo descalific­a y eleva los costos para todos que quieren salvaguard­ar el régimen de libertades. La forma como su maquinaria de propaganda sirve para profundiza­r el daño reputacion­al e incitar linchamien­tos no la condena, sino la estimula. Las libertades están en riesgo, y el caso de Sergio Aguayo es un recordator­io público de lo que estamos perdiendo aceleradam­ente.

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