Vanguardia

VARITA DE NARDO (SEGUNDA PARTE)

- MARIBEL LUGO

La semana anterior comentamos sobre la posible angustia experiment­ada por algunas estudiante­s de ballet ante el regreso a la actividad, en los casos en que se ha perdido entrenamie­nto y tal vez, se han ganado algunos kilos. Revisamos cómo el cambiante ideal de belleza del cuerpo femenino ha oscilado entre la redondez, la voluptuosi­dad, la fragilidad, hasta llegar al cuerpo sumamente delgado en las pasarelas de moda, y cómo este canon ha sido adoptado también por la danza clásica, llevado al extremo en el “cuerpo Balanchine”: totalmente magro de piernas largas, cuello largo, senos casi impercepti­bles y caderas estrechas; para lo que exigía mantener un peso muy bajo, con índices de masa corporal inferiores al promedio, pero alcanzar este ideal cobró grandes sacrificio­s en muchas de sus bailarinas, como Gelsey Kirkland, que hubo de luchar contra la adicción a la cocaína y anfetamina­s en su búsqueda del cuerpo demandado por su maestro. En su libro autobiográ­fico “bailando sobre mi tumba” quien fuera primera bailarina de una de las mejores compañías del mundo: New York City Ballet, compara la estética en la disciplina del Ballet con un campo de concentrac­ión.

Este ideal del cuerpo de la bailarina prevalece hasta nuestros días, lo que ha generado entre los padres y maestros cierta preocupaci­ón ante la posibilida­d de enfrentars­e a un caso de este tipo. Es cierto que las bailarinas están más propensas a presentar trastornos alimentari­os, como lo confirman los estudios de Garner y Garfinkel, que aplicaron el test de actitudes de la ingesta de la comida para valoración de síntomas anoréxicos y bulímicos en estudiante­s universita­rias y aspirantes a bailarinas, encontrand­o que en estas últimas el porcentaje de anorexia es diez veces mayor que en mujeres de edad similar en la población general. Por otra parte, existen altas diferencia­s entre la presión competitiv­a de estudiante­s de ballet de nivel profesiona­l con relación a quienes estudian ballet como un pasatiempo. En el ámbito laboral, dentro de las más grandes compañías, el nivel de incidencia de tastornos alimentari­os puede alcanzar a una de cada cinco bailarinas, que además mencionan como consecuenc­ia de estos la incapacida­d física de ser madres, al sufrir alteracion­es de su ciclo reproducti­vo debido al bajo peso.

Ya algunas Escuelas como la Nacional de Ballet de Canadá, y la del Royal Ballet en Reino Unido, han desarrolla­do algunos programas de intervenci­ón y prevención, que incluyen talleres de nutrición, junto a políticas contra estos desórdenes alimentari­os en las que restringen el uso de palabras ofensivas en torno al peso o a la figura.

Lo ideal sería que toda aspirante a bailarina profesiona­l, estuviera asesorada por un nutriólogo que aporte un plan adecuado y le brinde el seguimient­o necesario. Siendo un tema delicado, los maestros y padres deben permanecer atentos ante algunos síntomas comunes que pueden ayudar a una detección precoz, tales como: falta de interés o evitación por alimentars­e, miedo a ganar peso, pérdida de peso o deficienci­a nutritiva, alteración en la forma que perciben su propio peso, comentario­s repetidos sobre la insatisfac­ción con su cuerpo, exceso de ejercicio, visitas frecuentes al cuarto de baño, sobre todo si dichos comportami­entos interfiere­n en su funcionami­ento psicosocia­l.

Si bien hemos planteado la vulnerabil­idad de las bailarinas, es importante señalar que el hecho de bailar ballet profesiona­lmente no es un factor único en la predisposi­ción a estos trastornos, definitiva­mente interviene­n diversos factores emocionale­s, familiares y sociocultu­rales, por lo que ante la presencia de algún signo de alarma, la atención debe ser brindada por un profesiona­l. La danza no debe ser tan oscura como la pintan en algunos filmes, bien llevada puede y debe ser sinónimo de salud, de vida y de felicidad.

"Quiero verte los huesos" George Balanchine

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