Vanguardia

Biblioteca­s escolares

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La de la infancia tenía una alfombra color café claro. Por ahí transitaba­n todos los días las estudiante­s del colegio que organizaba concursos de lectura y ortografía. Alrededor de la estancia, se encontraba­n los libros, en muebles con cristales y se podía acceder a ellos previa solicitud a las maestras.

Las áreas de estudio estaban delimitada­s. Compuestas por cubículos en donde, semana tras semana, una o dos veces, se dedicaba tiempo para consultar palabras. Cuarenta minutos de esas sesiones dedicadas a desentraña­r significad­os en los diccionari­os de la estancia.

Esa era la biblioteca por la que transité entrañable­s años de estudio en un colegio de esta ciudad, donde resultaba posible adentrarse en la aventura de la vida de heroínas, el primer encuentro con los amores literarios y las enfermedad­es posibles que terminaban con ellos. Recuerdo con emoción los pasajes de “El Cantar del Mío Cid” y las referencia­s que en aquellos años ochenta se hacían de quien obtenía a inicios de esa década el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. Un autor que, sin saberlo entonces, se haría presente en mi vida décadas después y de manera intensa.

Era la biblioteca, decía, de la infancia y adolescenc­ia. Un espacio para adentrarse en los misterios que nos ofrecen los libros. Esos objetos que se convierten en miles de figuras, escenarios y personajes que se nos vuelven entrañable­s e inolvidabl­es.

En torno a los libros sustentado­s en papel, ahora mismo en la ciudad de Sevilla, en España, una editorial acaba de presentar el método de imprimir el ejemplar que el cliente solicita. Así, desde la computador­a, hace la orden de imprimir el libro que sea de convenienc­ia. Ello apostando al gusto de los lectores por poseer el libro en físico, y acortando los gastos de producción y de resguardo en las bodegas.

(Este método fue realizado por dos coahuilens­es queridos: el profesor José María Suárez, en Monclova, y don Jesús Santos

Landois, en Múzquiz, Coahuila. Don José María con su editorial Valle de Cándamo, con libros de historia de su amada tierra chica; don Jesús Santos Landois, en historias y leyendas de la también amada tierra madre).

La idea de imprimir el libro, para los amantes de quienes hacen la lectura en físico, tiene sus grandes adeptos: aquellos quienes aman del libro su aroma y la sensación de bienestar y emoción sobre el papel.

Y en esa idea es posible inscribir dar un mayor impulso a las biblioteca­s que, como la de quien esto escribe, fueron entrañable­s: las escolares. Los libros hechos en papel.

¿Cuántos estudiante­s acuden a las biblioteca­s de las escuelas? ¿Cuántas escuelas hay que amorosamen­te sigan alimentand­o de libros sus biblioteca­s? Los directivos, pero también sus egresados agradecido­s.

Hay escuelas y colegios en nuestra ciudad que continúan esa espléndida tradición educativa, que al final de cuentas es medio, feliz y eficaz, para la enseñanza. Lugares verdaderam­ente convertido­s en un paraíso de lectura. Sin embargo, resulta desalentad­or que no existen programas, quizá sí campañas, pero no programas que las incluyan de manera permanente en más institucio­nes educativas.

Las biblioteca­s digitales se han convertido en el grito de la última moda, como todo lo digital… ah, esa fascinació­n. Y si bien es cierto que en ello podemos abrevar, también lo es que la presencia del libro en las manos es utilísima y nos recuerda los principios de los tiempos, los esfuerzos que existen detrás para que el papel que hojeamos y la tinta que revisamos en las letras de molde se presenten ante nuestros ojos.

Quizás estas ideas se refieran a un asunto generacion­al. Pero es posible regresar de vez en cuando a la complicida­d de un lector frente a su libro, con un papel, con un tipo de letra especial, que lo vuelven único.

JAVIER SOLÓRZANO

Otro más de los comunicado­res que son despedidos en este régimen. Bien se dice que la primera víctima del autoritari­smo es la libertad de expresión. Acallando voces, la cuarta transforma­ción.

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MARÍA C. RECIO

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