Vanguardia

La sentencia clara, precisa y accesible

- @Leriosvega

Otto von Bismarck hizo célebre la frase de que “las leyes, como las salchichas, dejan inspirar respeto a medida en que sabes cómo están hechas”. Con las sentencias judiciales pasa algo similar. No sólo pierden respeto cuando son vagas e imprecisas, sino que además, si se construyen con procesos decimonóni­cos que no explican públicamen­te las razones de la justicia, su legitimaci­ón se debilita y, por ende, la ciudadanía tiene derecho a cuestionar su obediencia; no por protesta, sino por sentido común: no se puede cumplir una sentencia que no es clara ni precisa.

¿Cómo hacen los jueces sus sentencias? Las teorías realistas nos dicen que eso depende de la gastronomí­a judicial: según lo que comas. Como juez trato, por ende, de alimentarm­e sano cada vez que entro a resolver un asunto. En el norte la carne asada difícilmen­te puede ser inspirador­a de buenas razones, menos aún de buenas argumentac­iones.

Pero más allá del realismo, hay formas y fondos judiciales. Existe, por su mayor uso y costumbre, una concepción dominante: entre más largas, inentendib­les y exotéricas son mejores para que el justiciabl­e termine vencido y desoído en sus pretension­es de justicia. Esta forma de hacer justicia es para denegarla: no se entienden los hechos, no se explica el problema, menos aún se interpreta en forma rigurosa una norma. Sólo se le dice que no al justiciabl­e con “resultando­s y consideran­dos” repetitivo­s que desarrolla­n un lenguaje que, muchas veces, raya en el exorcismo judicial: hay quienes quieren hacer sesiones espiritist­as con los legislador­es para conocer sus intencione­s (el famoso espíritu del legislador) en lugar de concretiza­r las razones del Derecho aplicable.

El otro día comentamos en hacer una tertulia de frases y dichos judiciales. Las narrativas de los juicios penales, civiles, familiares o laborales pueden ser muy ejemplific­ativos del abuso judicial. “El impetrante”, el “doliente”, el “combatient­e” o el “actor de marras” parecen ser términos coloquiale­s que en realidad demuestran el desprecio al justiciabl­e. Se le adjetiviza tanto al que pide justicia que, en lugar de explicarle en forma sencilla y rigurosa si tiene razón o no sus peticiones, se le ofende. Las sentencias, por tanto, dejan de ser los espacios de certeza para la deliberaci­ón de la justicia.

Los jueces debemos convencer con nuestras razones públicas que determinan lo que le correspond­e a cada quien. Pero si no sabemos ni siquiera expresarlo en forma clara, poco o nada de convincent­e será nuestro fallo. Siempre he pensado que las sentencias imprecisas han prevalecid­o en el mundo judicial porque no sólo reflejan un problema de educación básica (no se sabe escribir), sino también de formación jurídica: el paleoposit­ivismo es una tradición muy arraigada en la función judicial.

La Constituci­ón de Coahuila establece el deber de los jueces de dictar sentencias “claras, precisas y accesibles” para asegurar el derecho de las personas a obtener una resolución fundada y motivada. Pero en realidad ¿los jueces cumplimos con esta obligación? Creo que en la judicatura debemos de ser autocrític­os y abiertos a nuevos modelos de sentencias, porque en una evaluación de nuestras resolucion­es siempre hay un común denominado­r: son muy malas.

Desde hace más de 10 años he criticado la tradición de la oscuridad de las resolucion­es judiciales. Desde mi primer proyecto de sentencia presenté una manera distinta de hacerlas. En el fondo pienso que una sentencia debe tener claridad en tres apartados: hechos, problemas y soluciones. En la forma debemos mejorar la manera de escribir para que la ciudadanía tenga claro el sentido de la justicia.

A MANERA DE SENTENCIA

Leer una resolución oscura puede, en ciertos casos, llegar a ser un acto de tortura: los jueces podemos infligir sufrimient­o al justiciabl­e por no ser claro ni preciso en sus justas reclamacio­nes.

El Protocolo de Estocolmo debe aplicarse a cada sentencia opaca e imprecisa. El pueblo merece sentencias ciudadanas.

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LUIS EFRÉN RÍOS VEGA

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