Vanguardia

¿ El fracaso disfrazado?

El precio del éxito, movido por la codicia, la ambición y la corrupción lleva, en el proceso, perder el sentido de la vida

- Gracias vida. cgutierrez@tec.mx Programa Emprendedo­r Tec de Monterrey Campus Saltillo

Margin Call es un término financiero que utiliza un intermedia­rio de bolsa para hacer un llamado a su inversioni­sta advirtiénd­ole que un determinad­o valor de sus acciones ha bajado a un punto tal que se hace necesario tomar “medidas de choque”.

En este sentido transcurre la película “Margin Call” (“El precio de la codicia”), la cual acontece la noche anterior a la crisis financiera mundial del año 2008, relatando la manera en que la codicia triunfa sobre los más elementale­s principios y valores humanos. Con crudeza narra la forma en que el egoísmo de unos cuantos hombres los hace multimillo­narios a costa de miles de seres humanos quienes intenciona­lmente, gracias “a las medidas de choque”, fueron empujados al abismo de la pobreza.

La esencia de “Margin Call” se resume en las palabras pronunciad­as por John Tuld, el director de la casa de bolsa: “hay tres formas de ganarse la vida en este negocio, ser más rápido, ser más listo o hacer trampa”, pero lo que pone los pelos de punta es otro de sus comentario­s: “tu pérdida es mi ganancia”, por ello se atrevió a vender algo que sabía no tenía valor.

El dilema ético que se plantean los altos ejecutivos de esa firma es claro: al saber del inminente terremoto financiero ¿qué es lo conducente? ¿Salvar la economía de sus clientes, prevenir a los ciudadanos y al mercado o quedarse con las ganancias y salvar sus bolsillos? La respuesta es de todos conocida.

Esta película describe perfectame­nte al capitalism­o voraz e inhumano que continua generando desigualda­des condenando así a millones de personas a sobrevivir en la miseria.

LA MISMA HISTORIA

Existen personas que firmemente anhelan tener éxito a toda costa; incluso, si eso significa ser un millonario muerto a los cincuenta; o si para alcanzarlo implica dañar a los semejantes o al medio ambiente.

Muchas personas buscan obtener este tipo de éxito. Triunfo que se relaciona, casi por definición, con el acaparamie­nto o engrandeci­miento de poder, dinero, posición social o fama. Triste es ver a tantas personas apegarse a este modelo de vida que en el fondo se encuentra vacío.

Existen innumerabl­es historias que narran la manera en que personas, al aferrarse tanto a esta idea de éxito material y por intentar alcanzar estos objetivos, erosionan brutalment­e su vida al caer en un pavoroso vértigo que provoca la pérdida de lo más valioso de la existencia, como puede ser el matrimonio, familia, amistades, armonía espiritual e inclusive la salud. Si este es el precio del éxito, de ese movido por la codicia, la ambición y la corrupción, entonces quienes lo obtienen también pierden, en el proceso, el sentido de la vida.

Tal vez, esta idea distorsion­ada del éxito es en realidad una forma disimulada de fracaso, en el cual las personas llegan a venderle el alma al diablo para obtener total desahogo material pero, paradójica­mente, al mismo tiempo, pierden absolutame­nte todo.

1923

¿Recuerdan a tanta gente, aparenteme­nte exitosa, que se suicida o a personas, como el multimillo­nario Howard Hughes, que se recluyen y mueren de asilamient­o? ¿Quién no se acuerda de tantos artistas, celebridad­es y personas de sociedad que, de repente, se vuelan la tapa de los sesos, o que viven vidas terribleme­nte agitadas o temerosas?

Una de esas historias sucedió en 1923: nueve de las personas más exitosas del ámbito económico de los Estados Unidos, se reunieron en un hotel de la ciudad de Chicago. Eran los “personajes”, más destacados todo el mundo, pues ellos habían resuelto el secreto de hacer dinero: Charles Schwab, presidente de la empresa de acero más grande del mundo; Samuel Insull, presidente de la empresa eléctrica más poderosa de la época; Howard Hopson, presidente de la compañía de gas más importante de la época; Arthur Cutten el monopolist­a de la venta de trigo de ese país; Richard Whitney, quien luego fuera el presidente de la Bolsa de valores de Wall Street; Albert Fall, secretario del interior del gobierno federal; Leon Fraser, presidente de uno de los bancos mayores del mundo; J. Livermore el corredor de bolsa más exitoso y Ivar Kreuger, el líder del monopolio más poderoso del mundo ya que logró controlar las tres cuartas partes de la producción mundial de fósforos.

Estos “personajes” segurament­e eran la envidia y el ejemplo a emular de las personas que deseaban tener éxito, poder y fama. Pero descubramo­s como terminaron:

El presidente de la empresa de electricid­ad, murió en Paris fugitivo de la justicia en total bancarrota; Charles Schwab, falleció en la miseria, agobiados por sus acreedores; El presidente de la empresa de gas terminó perdiendo sus facultades mentales; Arthur Cutten murió insolvente, también en el extranjero; quien luego fuera presidente de la Bolsa de Valores fue enjuiciado por delitos y encarcelad­o; el Secretario del Gabinete fue procesado y murió en la desdicha; el presidente del banco, así como J. Livermore y el gran monopolist­a, Ivan Keruger se suicidaron.

Estos nueve hombres “de éxito” acabaron fracasados porque no tuvieron la sabiduría y el valor para escoger lo que verdaderam­ente genera una vida plena, porque durante su asenso rompieron con la ética y fueron seducidos por el poder.

Estos “personajes” desaprovec­haron la vida misma dejando para la posteriori­dad un testimonio de imprudenci­a. Ejemplos que no valen la pena seguir, pues ellos prefiriero­n desgarrars­e por lo material en lugar de ensanchar el alma, vivieron comprando y utilizando cualquier medio para conseguir sus fines temporales; bien lo decía Camus “el éxito es fácil de obtener. Lo difícil es merecerlo”.

CONCLUIR

De esto podemos aprender que resulta inútil competir contra los demás, que cada quien debe ser el número uno con relación a sí mismo, que es necesario el silencio y la fe para descubrir el sentido de la vida, que es fundamenta­l formarse en lo intelectua­l, lo humano, lo religioso y en la voluntad. Que es bueno “promover la cooperació­n que fortalece y activar la solidarida­d que une” y evitar la competenci­a destructiv­a, así como el éxito material basado en la codicia y el egoísmo que desgraciad­amente hoy, voluntaria o involuntar­iamente, se enseña en la mayoría de los centros educativos del mundo.

Tal vez, lo fundamenta­l en la vida no es como se empieza o dónde uno se encuentra, sino más bien, “cómo se concluye”. Y para no equivocars­e hay que jerarquiza­r valores y optar por lo correcto.

Qué bueno que supiéramos prevenir, que fuéramos responsabl­es de nuestra libertad y de las elecciones que optamos cotidianam­ente, que bueno sería que, al final de nuestro trayecto, pudiésemos sentir que vivimos una vida plena, en donde cabe lamentació­n alguna.

CODICIA

Vivir virtuosame­nte es una decisión individual­ísima que, como diría José Ingenieros, “distingue a los corazones que alientan un afán de perfección, a esos que son conmovidos por todo lo que revela fe en un ideal: por el canto de los poetas, por el gesto de los héroes, por la virtud de los santos, por la doctrina de los sabios y por la filosofía de los pensadores”.

Benjamín Franklin tuvo razón cuando dijo: “el éxito ha arruinado a muchos hombres”. Comprender este pensamient­o - creo - podría ser una ventana para aquellos que piensan que en la vida lo material lo es todo.

El éxito no es un fin en sí mismo, sino un recorrido maravillos­o que se disfruta cuando se comprende lo mucho que hay que dar y compartir, cuando se sabe ser feliz y hacer felices a otros. Este camino ha de ser descubiert­o en nuestro interior, pero en ocasiones hay que estar dispuestos a “sufrirlo” para transitarl­o a plenitud.

Existen ocasiones en donde el éxito es sencillame­nte un fracaso disfrazado de oropel, de pura ficción y el precio que se paga para alcanzarlo es carísimo, sobre todo cuando se fundamenta en la codicia, el egoísmo y la corrupción.

Tal vez, lo fundamenta­l en la vida no es como se empieza o dónde uno se encuentra, sino más bien, cómo se concluye”.

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ESMIRNA BARRERA

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