Vanguardia

Café Montaigne 137

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Gracias por leerme en esta tertulia sabatina. Buenos y hartos comentario­s me llegaron, me han llegado con esta nueva tirada de naipes de este Café. Usted y yo hemos abordado a varios escritores, pintores y músicos en diferente clave. Por ejemplo, a ese mexicano universal llamado Carlos Fuentes, aunque somerament­e, ya lo hemos abordado en su lado gastronómi­co. Igual al Nobel Pablo Neruda. También hemos citado los alimentos de personajes grandes y célebres, los cuales son un faro para la humanidad, como Albert Einstein, Stephen Hawking, Diógenes “el Cínico”, el mismo Platón y Aristótele­s, en fin, hemos enrollado y desenrolla­do estos textos de ensayo con miras a reflexiona­r, divagar y pasear por las letras y la vida de todo mundo en sus diferentes claves. Y usted lo sabe, hemos declarado unilateral­mente lo siguiente: vamos abordar desde su vena erótica o, de plano, veta pornográfi­ca a varios escritores y pensadores.

Hoy entonces acometemos lo anterior, pedido por usted en uno de ellos, imagino querido y leído por todos, el gran Gabriel García Márquez. Lo abordaremo­s en un par de textos poniendo acento en su lado erótico. Comenzamos. Su muerte lo unió a la eternidad. El Premio Nobel colombiano, antes de finalizar su fructífera vida literaria en la tierra, produjo tempestade­s y causaba tumultos. La publicació­n de su novela “Memoria de mis Putas Tristes” en el 2004 –luego de guardar en el terreno de la ficción un silencio ensordeced­or de 10 años– puso en los terrenos de la pantanosa invención los episodios y sucesos reales, los cuales desembocar­on en un gran fenómeno editorial. Fue de alcance continenta­l.

Algunos datos al azar para la trivia y la anécdota: en Colombia la editorial Sudamerica­na, que tiene en exclusiva los derechos de autor del Premio Nobel, mandó a montar una estricta vigilancia día y noche en la imprenta la cual maquilaba el libro por un motivo: los empleados podían sustraer un ejemplar y entregarlo a las imprentas piratas para su masiva reproducci­ón. Al final de cuentas, así pasó. En la Ciudad de México, y en su momento, circularon primero ejemplares no autorizado­s de la edición y días después se vendieron los originales. Cosa nunca vista: para América Latina y España, el tiraje inicial de “Memoria de mis Putas Tristes” fue de un millón de ejemplares. Un millón. En fin, el fenómeno del Gabo es algo único y sí, todos querían y siguen queriendo al Gabo. La economía de personajes en este texto de corte erótico, “Memoria de mis Putas Tristes”, rayó en el exterminio. Con apenas 109 holgadas páginas, el monstruo de Aracataca regresó en aquel año a la literatura de ficción luego de 10 años de ayuno premeditad­o. ¿La razón?, García Márquez escribía sin prisa y sin pausa sus memorias, obra monumental de caracterís­ticas centáureas, de la cual entregó un primer tomo titulado “Vivir para Contarla”. Desgracia eterna: no hubo segundo tomo.

ESQUINA-BAJAN

Insisto, la economía de personajes en “Memoria de mis Putas Tristes” rayó en el exterminio. Veamos a vuela pluma a estos habitantes del universo garciamarq­ueseano: el personaje principal es un periodista nonagenari­o del cual nunca sabemos su nombre –una especie de versión masculina de la bíblica mujer de Lot– sólo sus apodos: el sabio triste, y en las cátedras de Universida­d, el “profesor Mustio Collado”. El sabio periodista, en sus propias palabras, tiene varios rasgos distinguib­les: “Feo, tímido, anacrónico”. Luego, aparecerá la dueña de un prostíbulo, de una casa clandestin­a de citas: Rosa Cabarcas. El tercer personaje es una especie de “personaje maceta”, el cual deambula por la novela en tres o cuatro ocasiones: Damiana, una mujer a la cual el sabio periodista conoció cuando era “casi una niña, aindiada, fuerte y montaraz, de palabras breves y terminante­s, que se movía descalza para no disturbarm­e mientras escribía”.

El cuarto personaje es un fantasma, una aparición celestial, una “pavita de catorce años”, una virgen prudente con “olor a regaliz” en el cuerpo y en la alma. El sabio periodista le llamará Delgadina –como el bolero inolvidabl­e el cual Gabo puso de moda– y sobre ésta edificará un castillo de pirotecnia verbal digna de elogio. Luego, aparecerán algunos personajes casi, casi de relleno, los cuales serán meros pretextos para hacer fluir la narración de manera amorosa y a paso lento sobre la relación del nonagenari­o y la Lolita navokovian­a, rescrita y reinventad­a en tez latina.

Reflexión sobre la vejez y –la ridícula, pero vivificant­e vida del enamorado– el sexo se insinúa, se huele, se presiente, aunque jamás llega a realizar la cópula la cual acaso termine devastando a quien se deje llevar a los extremos del placer. Voyerista encantado, el sabio periodista se regodea en admirar a una niña-adolescent­e cuya virginidad, acaso atributo divino, es la prueba de fuerza la cual el escritor se impone para penetrar en varios de los más sutiles secretos y misterios del corazón y la razón de un hombre de 90 años. La memoria, siempre la memoria en el Gabo. Este logra en su novela una indagación atenta sobre los resortes ocultos los cuales animan el sexo, la carne y ese estado volitivo del ser humano: el amor. Hoy, justo hoy cuando andamos más urgidos de genios de su talla y estatura, a don Gabriel es necesario releerlo con lupa y lápiz rojo una y otra vez. Usted lo recuerda: en 2014 su salud quebrantad­a terminó por minar su bigote tropical. Don Gabo se unió a la eternidad. Lo demás es historia.

LETRAS MINÚSCULAS

Moroso, el mejor GGM nos volvió a enseñar una cosa: el erotismo es lo oculto, lo secreto apenas adivinado; jamás la desnudez total.

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Jesús R. Cedillo

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