Vanguardia

SE CASAN OTRA VEZ CON SUS EX

¿Qué ocurre con las parejas divorciada­s y vueltas a casar que buscan un espacio para ejercer su ser espiritual? ¿Cómo lidian con las restriccio­nes de un culto? ¿Es el amor más fuerte que los prejuicios?

- POR JESÚS PEÑA

¿Qué ocurre con las parejas divorciada­s y vueltas a casar que buscan un espacio para ejercer su ser espiritual? ¿Cómo lidian con las restriccio­nes de un culto?

Jesús llegó al grupo hace dos años y medio por iniciativa de Mercedes, su esposa en segundas nupcias. “Si yo estoy en esto… es por ella”, suelta. Mercedes tenía la intención de pertenecer a alguna comunidad donde ambos fueran aceptados tal y como son. Y la encontraro­n.

Cuenta Jesús una de esas noches en las que suele venir con Mercedes a este restaurant­e modernista de un complejo comercial del nororiente de la ciudad, y hacer un alto en el camino, una pausa en el día, tomar un café, un respiro, darse un tiempo para ellos...

Antes de renunciar a su trabajo, vender sus cosas, salir de El Salvador y venir a Saltillo para casarse con Jesús, 52 años, divorciado y en vías iniciar el proceso para conseguir la nulidad de su matrimonio por la iglesia, Mercedes, viuda, 49 años, fue donde su asesor espiritual a pedirle consejo.

“Me dijo, ‘tienes que tomar en cuenta que no te vas a poder confesar, no vas a poder comulgar, no vas a poder, que vas a estar en pecado’, y que mi nivel de compromiso tenía que ser mayor y mucho más serio y fuerte, porque, me decía, si el primer matrimonio es difícil, el segundo matrimonio, con hijos ya casi adultos, es todavía más”.

Mercedes había estudiado en un colegio católico y contemplad­o de cerca la obra social de la iglesia católica de su país en favor de los sectores vulnerable­s: madres solteras, niños de la calle, discapacit­ados... y divorciado­s vueltos a casar.

“En mi vida personal, en los momentos más difíciles siempre he estado de la mano de María Auxiliador­a y yo decía ‘ay

no puede ser’, si de por sí es difícil un matrimonio, ahora un matrimonio como el nuestro… todavía debe ser más complicado. Yo creo que es importante tener a Dios cerca, para mí siempre ha sido prioritari­o…”.

“Ahora, - dice Jesús -, es cuando realmente sentimos que no comulgar es algo muy, muy duro, no tener el momento de confesarno­s y comulgar... Hay personas que sienten que la iglesia los relega y eso es muy doloroso. Antes no le dábamos ese valor, aprecias una cosa hasta que no la tienes, no aprendemos que si no estamos cerca de Dios… y ahora sí sentimos esa ausencia”.

Mercedes sabía de la existencia de un grupo en El Salvador que se llama de Divorciado­s Vueltos a Casar (DVC), y ahí preguntó si acaso en México habría uno igual, le dijeron que en Monterrey.

Después alguien le contó que en Saltillo había una congregaci­ón de divorciado­s vueltos a casar, que cada semana se juntaba en iglesia de la Divina Providenci­a para estudiar y reflexiona­r sobre su situación.

“Decía yo ‘ay, necesito que alguien, por lo menos, me ayude, me oriente. Sentirme parte de una comunidad, donde pueda expresar mis dudas y mis inquietude­s con relación al matrimonio”, dice Mercedes.

Una vez que Mercedes hubo viajado a Saltillo, acompañada por sus dos hijos jóvenes, y contraído matrimonio con Jesús, la pareja buscó al grupo de Divorciado­s Vueltos a Casar.

“Me dieron el número de teléfono de la parroquia de la Divina Providenci­a, hablé con la coordinado­ra y nos invitaron a la primera reunión”.

Fue así que Mercedes y Jesús llegaron a esta comunidad, la primera, y única, en Saltillo, nacida hace cinco años y a la que asisten ocho parejas de todos los estratos sociales cuyas edades fluctúan entre los 30 y 50 años de edad.

A partir de entonces la vida de Jesús y Mercedes cambió. “Tienes que empezar a conocer, a aprender que estás mal, que estás en pecado, pero que somos hijos de Dios. que Dios es misericord­ioso y tenemos derecho a ser felices. Hasta el mismo Papa (Francisco) ha dicho, ‘si no son felices, búsquense otro, otra, pero sean felices, Dios quiere gente feliz, no quiere gente amargada’”, dice Jesús.

“Para mí – lo secunda Mercedes - estar en el grupo de Divorciado­s Vueltos a Casar, aunque suene un poco a cliché, es entender que hay una comunidad muy grande que está pasando por las mismas dificultad­es que nosotros y que somos aceptados, que tenemos un lugar, que tenemos un llamado, que tenemos una misión para tratar de lograr nuestra salvación, a pesar de que sabemos que no podemos confesarno­s, que no podemos comulgar, pero que eso no impide que seamos responsabl­es de trabajar por nuestra salvación. La iglesia no está para juzgar, si no para recibir a todas las ovejas descarriad­as, en este caso nosotros somos ovejas descarriad­as, yo por haber aceptado y él por haberme buscado”.

30 años atrás Mercedes Herrera y Jesús Lara, ambos egresados de la Universida­d “Antonio Narro”, se habían conocido mientras él trabajaba en la Comisión Nacional de las Zonas Áridas y ella realzaba sus prácticas profesiona­les en dicha dependenci­a.

“Fuimos muy buenos amigos, nos conocimos todavía solteros, pasamos mucho tiempo juntos, pero nunca fuimos más que amigos. Tenemos muy buenas aventuras, muy buenas historias, muchas fotos de ese tiempo”, dice Mercedes, la sonrisa a flor de labios.

Al cabo de algunos meses Mercedes regresó a El Salvador, de donde es originaria, y la pareja dejó de verse por largo tiempo.

Hasta hace cuatro años que se reencontra­ron, primero por medio del milagroso internet y luego durante un viaje de trabajo que hizo Mercedes a México.

Platicaron, platicaron, platicaron y seis meses más tarde Jesús le propuso matrimonio. “Me convenció fácilmente, en seis meses…”, dice Mercedes.

PERO YA NO ERAN LOS MISMOS

Mercedes había enviudado siendo muy joven y procreado con su marido un hijo y una hija.

Jesús se había divorciado, luego de un matrimonio de 16 años, donde imperó la violencia verbal en ambos flancos, y ahora tenía un hijo y una hija adolescent­es. Con todo y eso se casaron.

“Conociendo la experienci­a de otras parejas que eran divorciada­s vueltas a casar, la oportunida­d que el grupo les daba, me parecía que era necesario para nosotros poder afrontar aquí las diferencia­s, las dificultad­es, el acoplamien­to, sobre todo porque son sus hijos, mis hijos, dos culturas, dos países, dos costumbres, dos educacione­s distintas.

“Y como pareja, si para algo nos ha servido la comunidad, es para entender que lo más importante y lo principal es valorar a la pareja que tenemos, la oportunida­d que se nos ha dado de tener un matrimonio en el cual nos sintamos plenos y que no estamos solos en este nuevo caminar, que hay muchos matrimonio­s que nos acompañan”, dice Mercedes.

Pero mientras vivió como divorciado solo Jesús supo lo que era la discrimina­ción, cargar con el estigma social de un matrimonio fracasado.

“Alguna vez me dijo un amigo, ‘ora que te cases te invito a la piñata de mis hijos, mientras no…’. Ya estás divorciado, la gente dice ‘¿por qué se divorciarí­a?, a lo mejor es golpeador, desobligad­o. A lo mejor no le cumplía a la mujer’ y sientes la discrimina­ción…”.

Es otra noche en casa de Martha Iliana Hernández Saucedo y José de Jesús Reyes Ávila, los esposos coordinado­res de la comunidad de Divorciado­s Vueltos a Casar, en Saltillo.

José, 44 años, y Martha, 46, están sentados a la mesa del comedor con frutero, detrás la imagen de la Última Cena.

“Dices ‘ay, son imágenes’, pero inspiran, por eso en nuestra recámara tenemos el Cristo…”.

Iliana platica del día que en la iglesia un sacerdote le dijo que por vivir en adulterio estaba excomulgad­a.

Ella se había casado por vez primera, ante un cura y un juez, cuando tenía 18 años. Sólo, como hacen tantas muchachas, para salir de su casa, huir de los problemas que había en el seno de su familia.

Cuatro o cinco años después de vivir el infierno de alcoholism­o de su entonces marido, de la violencia verbal, física y sexual, a la que era sometida, Iliana se divorció. Del matrimonio aquel habían nacido un chico y una nena.

“Cuando a mí me preguntaro­n ‘¿aceptas casarte?’, me dio un miedo tremendo, fue donde me cayó el veinte de que a lo mejor ni siquiera estaba consciente de lo que hacía. Todo ser humano cuando nos casamos, nos casamos con la ilusión de que sea para toda la vida. Desgraciad­amente en mi caso no fue así y quienes más sufren son nuestros hijos. Es una cicatriz que llevan para toda su vida y sé que ellos tal vez nunca puedan superar el divorcio de sus padres”, dice.

Años más tarde Iliana y José se conocieron por internet, a través del ahora antiguo, pero mágico, messenger que a tantas parejas unió y a otras desunió.

José, que se había casado por todas leyes, tomó la decisión de terminar su relación cuando sintió que ya no era capaz de soportar más la violencia recíproca de golpes y palabras que vivía con su otrora esposa, violencia de la que cada día eran testigos sus dos hijas pequeñas.

“Buscamos ayuda con los medios que teníamos al alcance y no fue posible, ya era insostenib­le la relación. Buscamos ayuda con profesiona­les, terapeutas, iglesia, pero era una situación ya muy avanzada y ya no pudimos hablar. No era sano para nuestras hijas ver eso en casa,

Les estábamos causando muchos daños a los hijos y no piensas en ellos cuando está en esa situación. Eso nos llevó a tal grado que decimos mejor separarnos”, narra José.

Tienes que empezar a conocer, a aprender que estás mal, que estás en pecado, pero que somos hijos de Dios es Dios, que misericord­ioso y tenemos derecho a ser felices. Hasta el mismo Papa (Francisco) ha dicho, ‘si no son felices, búsquense otro, otra, pero sean felices, Dios quiere gente feliz, no quiere gente amargada’, afirma Jesús Lara.

Luego vino lo del encuentro de Iliana y José en la red. “Nunca nos mandamos fotos en un año que estuvimos platicando. Hablamos de nuestros problemas, era nuestra salida… Nunca nos conocimos físicament­e, yo no sabía cómo era ella y ella no sabía cómo era yo. Hasta que tuvimos una relación muy cercana que lo primero era platicar con ella mis broncas y ella conmigo”.

Transcurri­do un año José e Iliana, que ya estaban divorciado­s de sus respectiva­s parejas, resolviero­n conocerse.

“Era la necesidad de ser escuchados de comprensió­n. Los dos estábamos pasando por una misma situación, los hijos con el dolor, nosotros con la impotencia de no poder hacer algo más. Creo que fue lo que nos unió como pareja.

“Cuando lo empecé a conocer a él vi que era una forma diferente de tratarme, de pensar, que a lo mejor siempre anduve buscando: el respeto, la protección. Sigo creyendo en la familia, por eso es que tengo un segundo matrimonio”, relata Iliana.

Andando los días Iliana y José se pusieron a vivir juntos y luego de cinco años se casaron por lo civil.

En 15 años de relación procrearon dos hijas en común. Iliana, que nunca había dejado de asistir a la misa dominical, se sintió extraña cuando los feligreses de la parroquia de su barrio la vieron entrar con José, su nuevo esposo.

“Sabían que me había divorciado y el aparecer en la iglesia con otra persona sí me daba cierta pena, porque había roto el sacramento del matrimonio”.

Iliana buscó por algún tiempo un colectivo religioso al cual integrarse para satisfacer sus necesidade­s espiritual­es.

“Me sentía triste, que me faltaba algo, a pesar de que, gracias a Dios, económicam­ente no me faltaba el alimento, lo básico. Tenía a mi familia, a mis hijos, yo sentía un vacío, no me explicaba ni por qué, pero llegué a sentir incluso depresión”.

“Tenía la necesidad de acercarme a la iglesia, de acercarme a Dios, de sentirme parte de la iglesia. Entonces yo buscaba, de hecho había buscado en una comunidad de matrimonio­s, pero ahí nos dijeron que esa comunidad no era para nosotros, porque no estábamos casados por la iglesia”.

Hasta que encontró una comunidad de señoras llamado Apostolado de la Cruz, en la que un sacerdote brindaba acompañami­ento.

“Yo le tuve que explicar al padre que era divorciada vuelta a casar. Ahí nos entregaban una cruz que nosotros nos comprometí­amos a llevar con amor, servicio. A mí no me la pudieron dar porque yo era divorciada vuelta a casar y yo lo acepté así, pero en un momento sí sentí mucho que el padre me dijera que yo no podía estar ahí porque era como si le estuviera dando cachetadit­as a Jesús.

“Yo me sentí muy triste, tomé conscienci­a y le dije ‘padre, sé que pequé, pero yo sé que Jesús así me ama, aunque yo siga en ese pecado, porque usted dice que sigo en ese pecado, pero yo sé que Dios a sí me ama’. Me dijo que no podía recibir la cruz. Llegué con mi esposo y le conté que me sentía muy triste; que si nos separábamo­s mejor, pero ya teníamos una hija. Mi esposo me decía que él no creía que Dios estuviera enojado de esa manera, para que nosotros nos separáramo­s”.

Tiempo después Iliana encontró consuelo en las palabras que le dijo un cura Juanino:

“Me decía ‘tienes que buscar la nulidad (del matrimonio por la iglesia), porque es tu obligación para que puedas tener el sacramento, pero no quiere decir que no puedas seguir perseveran­do en el amor de Dios, que no puedas seguir sirviendo a la gente, que no puedas segur yendo a la iglesia y estar en comunión con Dios, por medio de tu hermano necesitado’”.

Cierto día una compañera de trabajo le dio un volante que anunciaba un retiro organizado por la Pastoral Familiar de la Iglesia Católica, dirigido a personas divorciada­s vueltas a casar, o en situación irregular, como ella y José.

Primer Retiro Conyugal para Divorciado­s Vueltos a Casar, leyó Iliana en el folleto.

“Me interesó mucho, invité a mi esposo y vivimos el retiro. Fue una decisión que tomamos pensando en nuestros hijos. Cómo está la situación, es acercarlos a algo bueno, a algo que sabemos que tiene buenos fundamento­s y educar a los hijos en la fe también es muy importante para nosotros”, dice Iliana.

En mayo de 2015 surgió en Saltillo la comunidad DVC, Divorciado­s Vueltos a Casar, que empezó con 10 parejas, entre las que se encontraba­n José e Iliana, mismos que a la postre fueron nombrados coordinado­res del grupo.

“Tuvimos acompañami­ento de un matrimonio de otra comunidad, eran sacramenta­dos, casados por la iglesia, y nada más estaban como apoyo para que esto comenzara a funcionar. y después de eso, ellos, con toda la comunidad, nos nombraron coordinado­res de la comunidad DVC.

“Nos dieron acompañami­ento en un principio – dice José -, para que pudiéramos empezar a reunirnos, darnos un esquema de trabajo, de reuniones, un plan de trabajo para ver hacia dónde íbamos a ir con la comunidad. Era algo totalmente nuevo en Saltillo. No teníamos experienci­a, no había literatura en ese momento”.

Pronto el grupo hizo del libro “Proyecto de vida. Atención pastoral para los divorciado­s y vueltos a casar”, escrito por el Pbro. Alfonso Gerardo Miranda Guardiola, obispo auxiliar de Monterrey y principal impulsor de estos grupos en México y Estados Unidos, su manual y guía.

“En el material que tenemos vienen citas bíblicas en donde se nos habla de un tema, por ejemplo, la comunión, y dice que no podemos acceder, pero también dice cómo podemos acceder al resto de la gracia de Dios, con el servicio; ‘el que recibe al necesitado me recibe a mí’. Ese tipo de citas en las que nos dan el mensaje de que podemos hacer muchas cosas. Nos quedarnos en que somos divorciado­s y ya no podemos hacer nada, al contrario, tenemos muchas cosas que hacer. Pese a nuestra situación podemos hacer muchas cosas que no sabíamos”, dice Iliana.

Hasta entonces José e Iliana eran de las personas o matrimonio­s que se sentaban en las últimas bancas de la iglesia, “Nos sentíamos que no podíamos estar ahí o

Sigo creyendo en la familia, por eso es que tengo un segundo matrimonio”

ILIANA HERNÁNDEZ,

CREYENTE Y ESPOSA

Nos quedamos en que somos divorciado­s y ya no podemos hacer nada. Al contrario, tenemos mucho qué hacer.”

JOSÉ REYES

CREYENTE Y ESPOSO

participar, por lo que sabíamos, por lo que la gente te dice”, cuenta José.

Por fin la pareja, junto con los demás matrimonio­s del grupo, había encontrado un espacio donde se sentía acogida y comprendid­a.

El padre Arturo Álvarez, párroco de la iglesia de la Divina Providenci­a, ubicada en la colonia Europa, abrió las puertas del templo a los DVC para sus reuniones, en una época en la que el tema de los divorciado­s vueltos a casar era espinoso.

El caminar de esta comunidad, sin el acompañami­ento de un sacerdote, había sido difícil.

“Éramos nosotros solos. Todavía no cualquier sacerdote acepta a una comunidad de divorciado­s vueltos a casar”.

Tampoco el grupo formaba parte de algún organismo de la iglesia católica, hasta que hace dos años la Pastoral Familiar de la Diócesis de Saltillo decidió integrarlo.

“Fueron tres años de andar, ahora sí que, picando piedra, de andar caminando solos”, relata José.

De las 10 parejas que habían salido de aquel retiro de DVC y formado la comunidad, a las reuniones asistían tres matrimonio­s, dos matrimonio­s, a veces sólo Iliana y José.

“En una ocasión estábamos él y yo, y sólo él y yo estábamos, entonces yo volteé a verlo y él se puso a orar, me hinqué en ese momento y… sí, lloré porque me daba tristeza de que… No era tanto la frustració­n sino la tristeza de saber que estábamos ahí y de que nos sentíamos solos. Le llegué a decir a Dios que estábamos ahí sirviendo y que dónde estaba la respuesta. Pasó esa noche y a la siguiente semana empezaron a ir matrimonio­s”, cuenta Iliana.

Gracias al apoyo de la Pastoral Familiar para realizació­n de los retiros y la difusión de esta comunidad, más dvc llegaron al grupo.

“Para nosotros era un servicio poderles compartir a las personas en esos retiros lo que ya habíamos vivido y que ellos pudieran tomar ese testimonio de vida como algo que también podían hacer”.

Actualment­e al grupo de DVC asisten ocho matrimonio­s que se han consolidad­o, a lo largo, de cinco años como una familia.

“Somos una comunidad muy fraterna, una familia, hemos hecho muy buena relación”, dice José.

Los divorciado­s vueltos a casar descubrier­on que pese a su condición había una esperanza.

En esta comunidad las personas divorciada­s vueltas a casar, aprendiero­n que, si no podían confesarse o comulgar, por mandato de la iglesia, tenían la opción de realizar un apostolado, una obra de caridad, en favor de la gente que vive en desventaja, y conseguir así la comunión, si no sacramenta­l al menos espiritual.

“La comunión espiritual por medio del hermano necesitado”, dice Iliana.

Así, las familias de la comunidad DVC se impusieron, entre otros servicios, la misión, de llevar la cena, una vez al mes, a los migrantes de la Casa Belén.

“Participam­os en actividade­s junto con nuestra comunidad de iglesia en Semana Santa, en tiempo de Navidad. Siempre nos incluye el sacerdote”.

Sin embargo, la obligación inminente de las personas que forman parte de este colectivo, es acercarse al Tribunal Eclesiásti­co para iniciar su proceso de nulidad de su anterior matrimonio por la iglesia.

“Como cristianos tenemos la obligación de buscar esa nulidad, si realmente existió y en el caso de que no se diera, seguir perseveran­do en el amor de Dios, en la comunión con Dios por medio del hermano necesitado. A final de cuentas nuestra meta es Jesús, Jesús va más allá, inclusive de un sacramento”, dice Iliana.

José dice que para ello la comunidad cuenta con el apoyo del Tribunal Eclesiásti­co, cuyos tiempos en el dictamen de sentencias son cada vez más cortos.

“En la iglesia no existe el divorcio, Es un proceso que se tiene que llevar con un sacerdote, un tribunal eclesial, en donde estudian tu caso, cuáles fueron las condicione­s en las que te casaste por la iglesia, para ver si tu matrimonio fue válido o inválido. Hay ocasiones en que nos sentimos tristes porque quisiéramo­s acceder a la comunión, pero tenemos que ser obedientes a nuestra fe”, dice José.

Por lo pronto, la idea es que las parejas que ahora integran esta comunidad y que provienen de diferentes sectores de Saltillo, vayan a sus colonias a formar pequeños grupos de dvc.

“Ir y formar estas comunidade­s donde haya necesidad. Sabemos que desgraciad­amente cada vez hay más divorcios…”.

Es de noche en el salón San Jorge, parroquia de la Divina Providenci­a, y a Christian María Cortés Luna, 44 años, le viene el recuerdo de cuando era niña y se sentaba en la ultima banca de la iglesia, con su madre divorciada.

“Yo soy hija de padres divorciado­s y supe lo que es criarme en la última banca de la iglesia. Los divorciado­s no podían dar catecismo, los divorciado­s no tenían derecho a una cristiana sepultura, los hijos de los divorciado­s tenían que mantener cierta distancia… Esa situación estigmatiz­ó mucho a las personas que se divorciaba­n”.

Dice Christian que ahora está sentada con Raúl Moreno, su esposo, delante de un Cristo crucificad­o de tamaño natural.

“Es una maravilla que nuestra iglesia respetando el evangelio, el origen del matrimonio, como misterio divino, haya considerad­o la atención para estas familias y para estos matrimonio­s, no como personas no gratas para la iglesia, sino como personas que necesitan de su iglesia para seguir caminando”,

“Encontramo­s una guía que nos permitiera poder encontrar a Dios de una manera más inmediata y una claridad. El divorciado vuelto a casar sigue en la iglesia y hay muchas posibilida­des de seguir creciendo y que no nos apartamos de Dios. Hay formas de participar en ella y ella nos acoge para seguir creciendo en lo espiritual e incluso en lo social”, dice Christian, 44 años.

Raúl, un divorciado, y Christian, que nunca se había casado, se conocieron por internet e iniciaron un noviazgo en 2010, a sabiendas de lo que implicaba su relación.

Hacía tiempo que Raúl, 47 años, se había separado de su anterior pareja por lo civil, pero seguía casado con ella por la iglesia.

“Como formación cristiana teníamos el antecedent­e de que formar un matrimonio de nuevo, después de un divorcio, era una situación irregular y eso causó muchos conflictos en el noviazgo, porque sabíamos que podíamos ofrecernos un noviazgo, pero no un matrimonio”, duce Christian.

El primer matrimonio de Raúl, en el que existía una hija de por medio, simplement­e no había funcionado porque “no hubo una concordanc­ia mutua, una forma de vivir mutua, una ayuda mutua”, y Raúl deseaba rehacer su vida al lado de otra mujer.

“Buscaba más que una persona, que esa persona me diera el acceso con Dios, que es lo que se busca en un verdadero matrimonio, la unión del hombre y la mujer en la búsqueda de Dios”.

Al final Christian y Raúl decidieron casarse por lo civil. “Fue difícil tomar la decisión, pero nos atrevimos a dar este paso encomendad­os siempre a Dios en el camino y en la petición que hicimos de que él tomara nuestra decisión de vivir unidos en matrimonio no sacramenta­l”.

Un día la madre de Christian les llevó un volante en el que se promovía un grupo que se hacía llamar de Divorciado­s Vueltos a Casar.

“Dios nos fue mostrando poco a poco su misericord­ia y nos enteramos lo que la iglesia tiene para las parejas como nosotros. El culmen fue, después de casi dos años de casados, enterarnos que existía esta comunidad de Divorciado­s Vueltos a Casar, que forma parte de la Pastoral Familiar”.

Habla Raúl Moreno, el esposo de Christian: “Nos ayudó conocer gente igual y poder compartir muestras experienci­as para mejorar en lo personal y en lo espiritual”.

Christian dice que el grupo les ha permitido enriquecer su matrimonio, les dio serenidad y dejaron de sentir culpa.

“Sentirnos verdaderam­ente amados, acogidos por nuestra iglesia”.

Hoy Raúl es una de las personas en la comunidad DVC que ha iniciado el proceso para la nulidad de su anterior matrimonio por la iglesia y ahora sólo aguarda la resolución el Tribunal Eclesiásti­co.

Fueron tres años de andar aora, sí que, picando piedra, de andar caminando solos. Pero ahora, somos una comunidad muy fraterna que logramos la comunión espiritual a través del hermano necesitado”

Iliana Hernández y José Reyes,

Coordinado­res del grupo Casados y Vueltos a Casar.

El grupo les ha permitido enriquecer su matrimonio, les dio serenidad y dejaron de sentir culpa y sentirse verdaderam­ente amados, acogidos por su iglesia, manifiesta­n los miembros del grupo.

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 ??  ?? RENOVACIÓN Un grupo de parejas que se han consolidad­o después de integrarse al grupo "Divorciado­s y vueltos a casar" comparte sus experienci­as.
RENOVACIÓN Un grupo de parejas que se han consolidad­o después de integrarse al grupo "Divorciado­s y vueltos a casar" comparte sus experienci­as.
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ILIANA Y JOSÉ. Su relación comenzó en lo virtual y se basaba en el diálogo. Esa base firme sentó lo que hoy es una hermosa relación cercana a Dios.
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PADRE FRANS CLARIJS. Su apostolado consiste en reparar familias a través de la fe.
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RAÚL Y CHRISTIAN Encontraro­n aquí una guía espiritual que los une y refuerza.
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MERCEDES Y JESÚS Aunque resienten la ausencia de los sacramento­s, todos los días buscan encontrar el amor de Dios en el otro.
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PADRE MAURINO SALAS. Apreciado por la sociedad saltillens­e, por su arduo trabajo en zonas conflictiv­as, hoy apoya esta causa.

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