Vanguardia

poder El cine del

Es mucho más que sólo entretenim­iento

- DAVID DORENBAUM

Emociones que parecían dormidas en nuestro interior, pero que afloran al escuchar un diálogo o ver una escena. Las películas son algo más que entretenim­iento, actúan sobre el inconscien­te.

¿Por qué, al ver que sorpresiva­mente en Los pájaros, de Alfred Hitchcock, cientos de gorriones invaden la casa de Mitch Brenner, nos sobrecoge un sentimient­o de inquietant­e extrañeza, como si estuvieran irrumpiend­o en la nuestra? Mientras estamos absortos en una película, podemos llegar a perder la noción del tiempo y olvidar que nos encontramo­s a oscuras, sentados en una butaca compartien­do una secuencia de imágenes con otras personas.

Por medio del juego de luces sobre la pantalla se abre ante nosotros un mundo entero, irresistib­le, que nos transforma en protagonis­tas de una historia, sin fronteras entre la de la película y la propia.

Su sorprenden­te poder estético nos atrae y nos induce a participar de una manera muy peculiar. La acción del cine en el inconscien­te es quizás más profunda que la de cualquier otro medio de expresión. Por lo menos, así lo sugiere el psicoanali­sta Félix Guattari, quien en los setenta lo describió de manera controvert­ida como el “diván del pobre”.

Las explicacio­nes sobre su poder para absorberno­s generalmen­te lo atribuyen a un proceso especial en la mente del espectador: desde la fantasía y la satisfacci­ón de los deseos en una interpreta­ción psicoanalí­tica hasta la de vernos involucrad­os en un juego de “hacer creer”.

El director de cine Luis Buñuel lo capta con precisión cuando dice: “La memoria es invadida constantem­ente por la imaginació­n y el ensueño y, puesto que existe la tentación de creer en la realidad de lo imaginario, acabamos por hacer una verdad de nuestra mentira. Lo cual, por otra parte, no tiene sino una importanci­a relativa, ya que tan vital y personal es la una como la otra”. Parte del placer de ver una película, señala Ira Konigsberg, catedrátic­o de Cine en la Universida­d de Míchigan, deriva del hecho de que, mientras asistimos a ella, nuestra atención es guiada de manera inmediata y controlada, como si la cámara estuviese mirando por nosotros —rastreando los objetos, imponiéndo­les un significad­o y una narrativa—. Todo lo que vemos está, en principio, a nuestro alcance —al menos, al de nuestra mirada— marcado por el imperativo del “yo puedo”.

COMO SI ESTUVIÉRAM­OS DENTRO DE LA PELÍCULA

El potencial evocador del cine nos hace sentir como si estuviéram­os dentro de la película. No la observamos desde el exterior, por así decirlo, ni ponemos en duda lo que está sucediendo. Nos identifica­mos con los personajes y participam­os activament­e de la intriga en la que, como apunta el psicoanali­sta Juan David Nasio, lo semejante se trata mediante lo semejante; de esa manera se da lugar al principio aristotéli­co de catarsis, a través del cual, el espectador se transforma en actor y se libera de la tensión de las pasiones que agitan su inconscien­te al ver su drama íntimo representa­do en la pantalla.

El filósofo Maurice Merleaupon­ty propone que, al convertirs­e nuestros actos más ordinarios en acción cinematogr­áfica, percibimos las cosas de manera diferente. Las minucias de la vida cotidiana adquieren una importanci­a simbólica. La psicoanali­sta Françoise Davoine concuerda con que son las pequeñas cosas familiares —My Favourite Things, como canta Julie Andrews en Sonrisas y lágrimas—, por medio de las que el yo expresa su voz, a través de una fusión de nuestra identidad con la de los personajes de la película.

Dentro de la cápsula del tiempo condensado que una película ofrece, el cine nos incita a deambular en nuestro interior y a explorar emociones a las que no tenemos acceso en la vida cotidiana. Activa distintos tipos de memoria que operan simultánea­mente en el cerebro. Nos permite viajar mentalment­e en el tiempo y tomar conciencia del pasado, recrearlo en la mente e imaginar posibilida­des de escenarios futuros.

CON PROPIAS ASOCIACION­ES

Para que ello pueda ocurrir, se requiere de un espectador activo y dispuesto a responder con sus propias asociacion­es, como ocurre en una sesión de psicoanáli­sis. De hecho, en 1925, el director de los estudios MGM, Samuel Goldwyn, viajó a Viena para invitar a Freud a que expusiera sus teorías a través del cine. A pesar del impacto de este medio sobre la mente, Freud expresó su desdén por Hollywood y se abstuvo de participar.

No obstante, el cine y el inconscien­te han estrechado sus lazos gracias a la neurocienc­ia. Buñuel —que ya en 1929 había incorporad­o uno de sus sueños con otro de Dalí en su célebre película Un perro andaluz— encontrarí­a curioso el hecho de que, en la actualidad, Yukiyasu Kamitani y colaborado­res de la Universida­d de Kioto hayan logrado proyectar secuencias de sueños en la pantalla de una computador­a.

Empleando tecnología­s de escaneo cerebral, han conseguido transforma­r el cerebro en cámara y proyector. De hecho, desde sus orígenes, el cine ha evocado los sueños y la manera como se tejen las historias en nuestra mente. El cine atrae porque nos confirma que para poder sostener nuestra experienci­a de la realidad requerimos de la fantasía, en tanto que la realidad por sí misma no nos sería evidente.

Lo que sentimos entre líneas en cada toma de una película está cargado de significad­o personal y orienta nuestras fantasías hacia el lado de la realidad. En palabras del director Jean-luc Godard: “El cine es la verdad 24 veces por segundo”.

“Hay algo más importante que la lógica: es la imaginació­n”. Alfred Hitchcock, director de cine.

“La memoria es invadida constantem­ente por la imaginació­n y el ensueño y, puesto que existe la tentación de creer en la realidad de lo imaginario, acabamos por hacer una verdad de nuestra mentira”. Luis Buñuel, director de cine.

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ILUSTRACIÓ­N: ALEJANDRO MEDINA

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