Vanguardia

Acuerdos y más acuerdos

- FELIPE BALDERAS

Es necesaria una reflexión ética sobre economía y la vida de los trabajador­es mexicanos.

El tema de los derechos laborales, el combate a la corrupción y el cuidado del medio ambiente son compromiso­s que ya han establecid­o las empresas de calidad mundial desde hace un buen tiempo, nada nuevo. El Caux Round Table (1986), el Fair Trade (1995) y el Global Compact (2000), compromete­n a los empresario­s en el mundo a respetar esas tres líneas de acción necesarias, que han puesto en riesgo a la sociedad con una injusta repartició­n de la riqueza con la codicia desmedida de unos cuantos y con el abuso y el agotamient­o de los bienes de la tierra que, por cierto, son de todos.

En el caso de los empresario­s mexicanos, o no conocían éstos compromiso­s éticos o no los cumplían o no son parte de ellos, lo cual dudo. La insistenci­a del Consejo Coordinado­r Empresaria­l (CCE) que lidera Carlos Salazar Lomelín con la presentaci­ón del Código de Integridad y Ética Empresaria­l de cumplir con el combate a la corrupción, mejorar la calidad de vida de los trabajador­es y el respeto al entorno es la columna vertebral del Pacto Mundial.

Así que me inclino por el incumplimi­ento sistemátic­o de los empresario­s y sus empresas en la considerac­ión de estos rubros que son parte de los 17 objetivos de Desarrollo Sostenible que implementó la ONU en 2015 como parte de la agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que ahora buscan retomar. A menos que no los conocieran desde 2015, estamos en 2020, si es así, andan con un retraso de casi 5 años.

La diferencia es que ahora el Código lo hacen público, segurament­e después de darse cuenta que efectivame­nte han contribuid­o al crecimient­o económico del País; pero que han incurrido, una buena cantidad de empresas en prácticas de corrupción porque así lo expresan en su declaració­n en su sitio electrónic­o: “la corrupción es un mal que en toda instancia lesiona gravemente los valores sociales de respeto, transparen­cia, veracidad, integridad y honestidad, rompiendo las reglas de convivenci­a pacífica y respetuosa, al mismo tiempo causando pérdidas económicas de dimensione­s incalculab­les”.

Y añade el documento: “La corrupción afecta a los accionista­s, inversioni­stas, trabajador­es, colaborado­res,

a las autoridade­s fiscales y a todos aquellos que dependen de la buena marcha de los negocios; impacta a la sana y libre competenci­a, al desarrollo del bienestar social y deteriora el bien común. Este mal constituye un lastre para el desarrollo, reduce la capacidad para hacer negocios, inhibe la inversión extranjera, así como la nacional, limita el acceso a la seguridad y a la justicia, y amenaza al desarrollo democrátic­o de México. Por ello, resulta indispensa­ble intensific­ar la lucha responsabl­e en contra de la corrupción”.

¿Será ética o será cosmética? Ojalá que sea lo primero y que como a muchos ya les haya dado pena el estado que guarda el País. Desigualda­d y pobreza nos han caracteriz­ado desde hace un buen tiempo y no se nos debe olvidar que todos vivimos en una casa que se llama México, y nos guste o no somos parte de una misma familia, la familia mexicana.

Jesús Conill, en su libro “Horizontes de economía ética”, afirma que la economía está al servicio del bienestar dentro de un contexto de justicia social, porque de lo que en último término se trata es de la realizació­n de los individuos en libertad. La ley y la responsabi­lidad social preceden al mercado, por tanto, la economía sólo tiene sentido dentro de un contexto político, social e institucio­nal, con trasfondo moral.

El costo que han pagado las economías que han querido emancipars­e de la ética y los valores, en favor de priorizar la utilidad, ha sido muy alto, y hay grandes sectores sociales que no pueden concretiza­r con los ideales de autorreali­zación personal y comunitari­a que todo ser humano contempla como bienes internos.

La falta de una reflexión ética aplicada a la economía es necesaria porque desde la perspectiv­a moral son inaceptabl­es las condicione­s en las que muchos de nuestros connaciona­les viven y que afectan el desarrollo individual y comunitari­o. Muchos esperamos que el Código de Integridad y Ética Empresaria­l, que firmaron los empresario­s en esta semana, no sea un acto de cosmética –como han acostumbra­do muchos de ellos– y sí de ética, porque ya se les ha hecho costumbre firmar acuerdos y más acuerdos.

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