Vanguardia

Las Ingrid coahuilens­es

- FRANCISCO J. RODRÍGUEZ

Como en el centro del País, en Coahuila hay muchas historias de horror de violencia contra mujeres.

Un nuevo caso de feminicidi­o volvió a cimbrar al País: Ingrid Escamilla, una joven de 25 años que fue asesinada y desollada presuntame­nte por su pareja en la Ciudad de México. Parte de sus órganos fueron arrojados al inodoro y al drenaje. Después las fotos de su asesinato fueron difundidas por redes y algunos medios de comunicaci­ón.

Ingrid no conoció a las coahuilens­es Gabriela, Danna, Mili, Ana Karen, Gabriela, Daisy, Ceci, Perla, Elda Graciela y Paloma. Pero tuvieron algo en común: fueron asesinadas y sus casos también dan escalofrío­s.

Gabriela Kobel era alcaldesa del municipio de Juárez y fue asesinada por un empresario en 2018. Sus restos fueron encontrado­s dos días después en una finca del empresario, quien intentó deshacerse del cadáver calcinándo­lo.

Danna Cigarroa tenía 26 años y fue asesinada por su esposo enfrente de sus hijos en 2015. Había ido al Centro de Justicia a pedir ayuda por la violencia que vivía en casa, pero de nada sirvió.

Daisy Martínez era madre de un niño de 3 años. En 2016 fue brutalment­e golpeada hasta matarla por su pareja, quien le exigía se fuera a vivir con él. Daisy tenía 23 años de edad.

Ceci Eguía fue asesinada en 2014 presuntame­nte por su esposo y encontrada en estado de descomposi­ción en un terreno baldío. Presentaba señas de ahorcamien­to, de asfixia y los dedos los tenía reventados. Tenía 29 años y tres hijos.

Perla Trejo fue asesinada a machetazos por su pareja en 2018. Ella tenía 19 años, él 26. El homicida primero ató a la suegra a un árbol en un lote baldío mientras mataba a Perla. “Prefiero verte muerta que verte con otra”, le decía. Un años después, Dulce Martínez, de 24 años, también fue matada por un machetazo que le propino su novio en la cabeza.

Ana Karen Aguilar fue asfixiada con una camiseta y recibió seis puñaladas con un cuchillo a manos de su novio. Tenía 27 años y era 2016. El novio también violó a la hija de Ana Karen, de 10 años.

El año pasado fueron encontrado­s los restos –cráneo y fémures– de Elda Graciela Obregón en el municipio de Castaños. La pequeña tenía apenas 14 años.

Mili, Milagros de 2 años, fue asesinada a golpes por su padrastro el año pasado en el municipio de Matamoros. La pequeña fue encontrada con golpes en la cabeza, abdomen y dilatación anal.

En agosto del año pasado, se reportó el hallazgo del cuerpo desmembrad­o de una mujer en Saltillo. Las autoridade­s entregaron el dorso a la familia. Se llamaba Gabriela Elizabeth Rodríguez, tenía 23 años y había estado 14 días desapareci­da hasta que fue encontrada sin vida. Las autoridade­s detuvieron a la expareja como probable responsabl­e.

Este año, Paloma de 14 años fue encontrada sin vida por su madre en Laguna del Rey en el municipio de Ocampo. Estaba atada de pies y manos a una cama, y presentaba signos de haber sido violentada sexualment­e.

El caso de Ingrid no es aislado. Lo sabemos. Este mundo tiene demasiado dolor, demasiado horror. Hay muchas Ingrid en este País y todas las historias están llenas de espanto.

AL TIRO

Otra estadístic­a de horror: de 2015 a 2018 (Inegi), 165 mujeres fueron asesinadas en Coahuila. Pero no todos los casos fueron clasificad­os como feminicidi­o. De hecho, de 2015 a 2019 (un año más que la cifra del Inegi), según datos del Secretaria­do Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en Coahuila se contabiliz­an 75 feminicidi­os.

Sin embargo, el número de sentencias no llega ni a la mitad, y de ellas las condenator­ias no superan las 30, según estadístic­as del Poder Judicial del estado.

La violencia de género y la violencia feminicida son temas estructura­les, sistémicos y culturales, y no hay ámbito (social, económico, político, etcétera) que esté ajeno. La solución va más allá de hablar de aumento en condenas, cuando todavía es menor el número de casos que llegan a una instancia de sentencia condenator­ia.

Son muchos los actores cómplices de este problema. Y al hablar de una cuestión estructura­l, habría que atenderlo desde las raíces, desde los orígenes. Y de eso tendríamos que hablar a partir de ya. De la creación de una política de estado que atienda el problema. Urge.

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