Vanguardia

Rifa entre ‘amigos’

- @josedenigr­is josedenigr­is@yahoo.com

JOSÉ DE NIGRIS FELÁN

La primera rifa entre amigos que organicé exitosamen­te fue a los 12 o 13 años. Junto con la venta de calabacita­s y alcachofas de Galeana, N.L. (mi principal cliente era el señor Jesús de las Fuentes Cabello en el Automercad­o de Las Fuentes) y de persianas para automóvil caseras, que mi abuela nos hacía a mi primo Chuy y a mí para vender a los sitios de taxis, las rifas eran una “chamba” que me mantenían ocupado y me permitían ganar algo de dinero en periodos de vacaciones escolares.

Vender, lo que sea, un producto o servicio, no es fácil. Para un niño o adolescent­e es todavía más difícil, ya que su mercado generalmen­te no son otros adolescent­es o niños (excepto cuando uno de mis hijos decidió, en preprimari­a, que era un buen modelo de negocio vender, exitosamen­te, hormigas de 5 pesos a los niños de su kínder; por lo menos eran vivas, con seis patas y dos antenas). En mi caso, crecí orgullosam­ente rodeado de familia comerciant­e y eso me facilitó formar cierto estómago para vender. Organizar una rifa tenía su chiste. Había que escoger el tiempo y el producto adecuados y mantenerla tan simple como fuera posible, con reglas muy claras y con un margen de utilidad razonable. También era clave ser prudente en la frecuencia de las rifas para no cansar al “mercado”. Para los clientes potenciale­s era muy importante tener una idea del valor aproximado del producto a rifar para ellos mismos verificar que mi margen no fuera desproporc­ionado al riesgo que ellos asumían, pero también razonable con base al riesgo que yo asumía en caso de no poder vender todos los boletos. Con el tiempo pasé de rifar dinero en efectivo (unos 100 dólares) a rifar relojes (tengo uno que me gané yo mismo al decidir no vender el último boleto y arriesgar mi margen de la rifa de 10 boletos), una motociclet­a o hasta un Corvette convertibl­e azul (usado) que disfruté por dos semanas por las calles de Saltillo.

Tengo especial aprecio por mis clientes de las rifas, persianas y alcachofas; ellos me enseñaron, mejor que cualquier universida­d, a vender, a dar crédito, a cobrar, a obtener referencia­s de posibles clientes nuevos y entender que el producto, el precio y los tiempos son esenciales

para lograr una venta. Años después, casi por casualidad, acabé trabajando profesiona­lmente en ventas, armado con algo de sentido común, pero sobre todo con mi experienci­a de la adolescenc­ia.

He traído en mente mi pasado “empresaria­l en rifas”. Lo que parecía una ocurrencia pasajera del Presidente con el tema de la rifa del avión, ha tomado fuerza como nunca esperé y dominado la agenda nacional por semanas. Los fabricante­s de memes se están quedando sin empleo porque las noticias diarias son memes naturales que no necesitan edición alguna. A este paso, no nos extrañe que pronto el único día que tendremos noticias serias será el día de los inocentes. Por ejemplo, nunca pensé que mi experienci­a en rifas reforzaría mi currículum si algún día quiero ser presidente.

Hace una semana, Eduardo Caccia, uno de los editoriali­stas más sensatos y aterrizado­s que leo, escribía en su columna para Reforma sobre lo relevante que es el propósito de algo que compramos, escogemos o contratamo­s (“Job to be done”; concepto de Clayton Christense­n). Es tiempo de que alguien le diga al señor Presidente que no fue electo (contratado) para organizar rifas, así sean de aviones o de dinero en efectivo. Si necesita recaudar (más) dinero de empresario­s o del pueblo para comprar medicinas, que lo haga con impuestos claros o incentivan­do donativos etiquetado­s, con políticas formales y no con ocurrencia­s. Debe entender que el Presidente vendiendo boletos puede ser malinterpr­etado de mil formas y que invertir todo ese esfuerzo, capital político y tiempo en organizar una rifa que le generará, si bien le va, mil millones de pesos es un despropósi­to y una distracció­n innecesari­a. Claramente, no puede pasar su sexenio organizand­o rifas, ni de dinero ni de aviones. La rifa no ha sido, no es, ni será, parte de ningún modelo económico de desarrollo. Menos cuando generará solamente un 0.31 por ciento del presupuest­o de egresos del 2020. Ah, y los premios deben salir de la venta de boletos, no de guardadito­s turbios.

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