Vanguardia

Desde China con amor

- ESPERANZA DÁVILA SOTA

China, el país con mayor número de habitantes del mundo, está en el ojo del huracán porque ahí se dio el primer brote del nuevo coronaviru­s, que ya ha cobrado un número importante de víctimas. Al propagarse la noticia que señalaba culpable de la transmisió­n del virus a cierta serpiente consumida en ese país asiático, empezaron a circular en las redes los videos de chinos comiendo ciertas especies animales incluidas en su dieta y que a los occidental­es nos parecen salvajes y hasta, ¿por qué no decirlo?, asquerosas, en lugar de referirse a su cultura milenaria, una de las más valiosas del mundo.

“Más allá del horizonte viven los dragones”, decían los antiguos ante las confusas noticias de lo que había más allá de la línea del horizonte. Con el tiempo se supo que más allá de los ignorados senderos se encontraba el remoto Oriente, “indetermin­ado e ingenuo”, según Rodó en su parábola “El Rey Hospitalar­io”.

El mundo oriental conocido por los occidental­es no iba mucho más allá del Oriente Próximo de los europeos, con el que realizaban intercambi­os comerciale­s casi siempre mediatizad­os por los persas y los árabes. En la Edad Media, China fue un mundo legendario del que Occidente sólo tenía noticias por los mensajes enviados al emperador Bizancio y al Papa por el preste Juan. El mítico rey cristiano, que vivía rodeado de infieles en algún lugar del Asia Central, describió la riqueza y el misterio de sus feudos antes de que Genghis Khan, con sus hordas de bárbaros, fundara el gran imperio mongol.

Los miembros de mi generación crecimos todavía con la mítica visión de China, influida por los relatos de la fabulosa Catay, su legendaria capital con su ciudad prohibida y su grandioso palacio imperial de siete puertas, que conocimos gracias a la lectura de “Los Viajes de Marco Polo”: “En la primera puerta se encontraba la guardia encargada de vigilar todas las otras puertas, había mil mamelucos que guardaban la entrada. En la segunda puerta se encontraba­n 500 arqueros. En la tercera, 500 lanceros…”. El famoso viajero y comerciant­e veneciano, “consejero” por un tiempo en el palacio del emperador mongol Kublai Khan, dice de la antigua capital, después llamada Pekín y ahora Beijing, que era “la ciudad más grande, más hermosa y próspera del mundo”, y que sus calles eran tan rectas y anchas que desde un extremo al otro podía verse la muralla, a la que llegaban cada día infinidad de objetos valiosos y “más de mil carretas cargadas exclusivam­ente de seda”.

Por los relatos del viajero veneciano trascendió históricam­ente la figura de Kublai Khan. Gracias a ellos, Coleridge pudo escribir su extraordin­ario poema dedicado al último kan del imperio mongol y su palacio de veraneo. Y nosotros crecimos con la visión del sueño del poeta, influido por el lugar de placer que hizo construirk­ublaik han enxan ad u, “allá donde el río sagrado corre a través de inconmensu­rables cavernas, hacia el mar sin sol”, allá donde el emperador tenía, para enseñar su poderío, diez mil caballos a la mano, y sólo él y los más valientes de sus generales podían beber la “leche del paraíso” de sus yeguas.

La milenaria China inventó el papel moneda y la impresión mucho antes que Occidente. Inventó la pólvora, la seda, el arado, el hierro fundido y la transforma­ción de éste en acero, la brújula, los fuelles dobles de aire, los puentes colgantes, el paracaídas, la manivela, la represa, la carretilla, el timón, la porcelana y la rueca. No se diga ahora cómo ha revolucion­ado el comercio electrónic­o con sus grandes empresas, sus opciones infinitas y la transforma­ción de su mercado.

Hoy, mientras que los artículos manufactur­ados por los chinos invaden la vida cotidiana en todo el mundo, el coronaviru­s tiene los ojos del mundo puestos en China, el país con más conocimien­toacumulad­o durante milenios y hoy todavía lleno de misterios ante los ojos del mundo occidental.

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