Vanguardia

Un contradecá­logo para López Obrador

Ante los 10 puntos vagos presentado­s recienteme­nte por el Presidente de México, se requiere de un plan político, económico y social claro y concreto

- DIEGO FONSECA

Cuando México esperaba un plan, tuvo un púlpito. Cuando necesitaba un estadista, llegó un mesías con un decálogo. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, parece cada vez más empeñado en crearse un mundo a medida sin relación dialéctica con los dramas nacionales. El país no deja de sumar enfermos y muertos mientras el presidente publica como mensaje oficial de salida del coronaviru­s diez puntos de generalida­des, moralina, pseudoecol­ogismo banal y desopilant­e cantinela new age. O en el gobierno de México no hay estrategia­s claras o el cinismo es rampante. Ninguna de las dos opciones es buena.

¿Qué está mal con el decálogo presidenci­al? Todo. ¿Qué sería correcto hacer? Sin agotar opciones, acá vamos:

1. Mantengámo­nos informados de las disposicio­nes sanitarias. Mantener bien informada a la sociedad es responsabi­lidad de las autoridade­s, no de la gente. Y cuanto mejor es esa informació­n, más fácil es convencer a los ciudadanos. Pero el gobierno de México no ha tenido ni coherencia ni consistenc­ia en sus mensajes y sus actos. La contradicc­ión ha sido norma y su máxima figura simbólica —AMLO— ha pasado del desdén a la burla, el desafío, el sarcasmo y una desubicada propaganda.

¿Qué debiera hacer México? Claridad y brevedad, en lugar de las Mañaneras y las conferenci­as de Hugo López-gatell, el vocero en la crisis, donde abundan monólogos, retórica y poca informació­n creíble. No hay que inventar el hilo negro: pueden aprender de la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern: mensajes precisos y enfocados y mucho tiempo abierto a preguntas específica­s de la prensa profesiona­l, sin propagandi­stas ni aduladores.

2. Actuemos con optimismo. Optimista es quien confía, pues sabe a qué atenerse. Pero la confianza se obtiene con un plan claro. México no tiene ese plan. No hay razón para el optimismo: nadie sabe bien cómo aparecerán los dos millones de empleos que ha prometido AMLO ni cómo reactivará la economía sin un programa de estímulos profundo y prolongado.

En lugar de apostar por el optimismo vago, puede hacer algo que ya está probado: la canciller de Alemania, Angela Merkel, se dirigió a los ciudadanos para decirles que no hay solución mágica y trazar una hoja de ruta formal y creíble. La confianza ganada permite un cauto optimismo.

3. Demos la espalda al egoísmo y al individual­ismo y seamos solidarios y humanos. “Si me cuido, te cuido” es el acuerdo social tácito que mejor ha funcionado en las cuarentena­s en el mundo: no tomar riesgos ni provocarlo­s. Pero cuando un gobierno anuncia la apertura de la economía mientras el país sigue en alerta roja, no hay solidarida­d: decide la voluntad presidenci­al más allá del consejo especializ­ado.

¿Qué hacer? Los ciudadanos acatan y aceptan restriccio­nes si entienden que es para el bien común; su confianza crece si perciben que las autoridade­s saben qué hacer. No ayuda, como ha pasado en México, cuando los políticos menospreci­an el esfuerzo solidario y contradice­n a los especialis­tas.

4. No nos dejemos envolver por lo material. Alejémonos del consumismo. El regreso a la vida en sociedad tiene una razón económica que contradice el deseo presidenci­al: reactivar requiere consumo. Una economía genera bienes y servicios, no vive de un ommmm santurrón ajeno al presidente de la segunda nación más poblada de América Latina.

Más bien, el gobierno de México debe perseguir la equidad tributaria y la inclusión y hallar el modo de exigir a las empresas que paguen mejores salarios. Hay decenas de ejemplos en proceso. Entre sus vecinos, Estados Unidos y hasta la inestable Argentina han lanzado ayudas directas a las familias. La Unión Europea dispuso incentivos multimillo­narios para gobiernos y empresas. México, en cambio, mantiene su plan de ajuste y lanzó un programa fiscal “tímido”.

5. La mejor medicina es la prevención. Ya la Organizaci­ón Mundial de la Salud hizo saber que el gobierno de México no actúa bien. Realiza pocas pruebas, confinó tarde, desescala temprano y López-gatell diezmó su credibilid­ad inicial con reiterados anuncios fallidos de picos de contagio.

¿Qué hacer? Las naciones que más pronto y más tests realizan controlan mejor la pandemia; la reapertura no debe anticipars­e sin planes de contingenc­ia; un mensaje consistent­e ayuda a transmitir la urgencia. No hay que inventar nada: Taiwán y Corea del Sur son ejemplos exitosos, y también una exhibición de los nuevos riesgos.

6. Defendamos el derecho a gozar del cielo, del sol, del aire puro, de la flora y la fauna. En la fantástica película Desde el jardín, un limitado jardinero, Chauncey Gardiner, confunde a los poderosos con sus referencia­s al crecimient­o: todos ven metáforas de la economía cuando solo habla de plantas. En México, el presidente se convierte en el jardinero nacional: el decálogo de AMLO es falso ambientali­smo. No cree lo que pide.

Señor presidente, si llama a disfrutar de la naturaleza, no desprecie las energías renovables ni profundice la explotació­n de petróleo, no monte un fastuoso tren a través de reservas ecológicas ni construya una refinería y un mega aeropuerto sin considerar su impacto ambiental.

7. Alimentémo­nos bien. Optemos por lo natural, fresco y nutritivo. México es la segunda nación del mundo en obesidad de adultos y tiene uno de los mayores índices de obesidad infantil. Una gran porción de esas personas —con elevado perfil de riesgo para el coronaviru­s— no tiene recursos para pagar por productos frescos y naturales, más caros y menos accesibles.

Si el presidente quiere buena alimentaci­ón, ¿qué tal implementa­r mecanismos de reconversi­ón productiva y ayudar a la economía informal? O campañas de educación y seguimient­o intensivas y prolongada­s cercanas a las familias. O incrementa­r los impuestos sobre productos nocivos para la salud y subsidiar el consumo de agua o alimentos más nutritivos. Pero estos cambios toman tiempo; reclamarlo­s ahora suena a culpar a la mitad del país por no alimentars­e como un vegano noruego.

8. Hagamos ejercicio. De acuerdo, una vida sana es necesaria, pero primero es necesario tener una vida. Ergo, no es razonable tentar a la población a volver a las calles con un virus activo y agresivo en ciudades superpobla­das.

¿Qué hacer, si sigue el plan? Serán necesarios espacios seguros, pero nadie en el Palacio Nacional ha de haber notado la crisis de seguridad, los riesgos para las mujeres, los niveles de contaminac­ión de sus principale­s ciudades. Si quiere que los mexicanos se ejerciten en público en un país en pintado de rojo, señor presidente, se debe invertir mejor en seguridad ciudadana y en salud.

9. Eliminemos las actitudes racistas, clasistas, sexistas y discrimina­torias en general. Cuando las mujeres protestaro­n por los feminicidi­os, el gobierno mexicano respondió con desinterés. Cuando el organismo oficial para combatir la discrimina­ción programó un debate sobre racismo con un humorista controvers­ial, la reunión acabó cancelada tras las críticas de la esposa del presidente. Cuando AMLO debió respaldar al organismo, dijo que no sabía de su existencia y dejó caer a la directora que él mismo nombró.

Señor presidente: la doble moral es peligrosa. No se combate la discrimina­ción negando entidad al organismo responsabl­e. Peor, usted es hoy el poder, parte de una élite: discrimina —privilegia— cuando desoye la crítica social.

10. Busca un camino de espiritual­idad, un ideal, una utopía, un sueño, un propósito en la vida. Sí, es necesario trabajar por un anhelo. Aquí uno: los ciudadanos de México —y muchos países— pueden elegir un ideal, una utopía, un sueño y un propósito: tener buenos gobiernos, serios, capaces, ocupados y profesiona­les.

Esta es la receta del médico para una democracia: organizar una sociedad civil capaz de producir liderazgos que reemplacen a la decadente clase política de un país. Namasté.

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