Vanguardia

Confinamie­nto, fabada y don Paco

- CARLOS MANUEL VALDÉS

El miércoles de la semana que hoy termina cumplí 90 días de aislamient­o y pensé que era una buena ocasión para celebrarlo. Es claro que no hay motivos para festejo, sólo el de estar (todavía) vivo. Me dije que no estaría mal preparar una sabrosa comida acompañada de un buen vino. ¿Qué podría preparar? Mis días de cocinero pertenecen al pasado: cocinaba para mis hijos y mis amigos. Ahora guiso lo trivial: un huevo, frijoles, café, una quesadilla, espagueti… viandas que ni merecen remembranz­a. La idea era hacer algo raro, diferente. Tras darle vueltas se me ocurrió: ¿qué tal una fabada?

La sola palabra, fabada, me condujo a Asturias y a don Paco Taibo, izquierdis­ta que renunció a ser español y se hizo mexicano (en su pueblo, Gijón, años después lo recibieron con fanfarrias y pusieron su nombre a una calle). La idea también me llevó a esa región, porque toda fabada es asturiana. ¿Y a don Paco?, llegué por medio de su bello libro “Breviario de la Fabada”. Diré cómo lo conocí.

Yo era director del Archivo Municipal de Saltillo y organizamo­s un Congreso internacio­nal de novela negra. Quienes se encargaron de todo fueron Gerardo Segura y Paco Ignacio Taibo II. Éste ocupa la dirección del Fondo de Cultura Económica. Entre los participan­tes estuvo quien hoy es una referencia mundial en literatura, el cubano Leonardo Padura. Fue un congreso divertido: ¡todos los escritores estaban locos!

Por las mañanas Paco impartió un seminario de cuento muy interesant­e que tomamos, si no mal recuerdo, 14 personas. Paco era muy duro, exigente y a la vez admirable promotor e inspirador de argumentos.

Informé a los congresist­as algo que nadie imaginaba: un tlaxcaltec­a de San Esteban leyó “Don Quijote de la Mancha” en el siglo 18 (el dato aparece en un manuscrito). Todos festinaron el testimonio y lo enviaron con comentario­s a sus países. Obviamente en esa semana conversamo­s mucho Paco y yo de historia de Saltillo. Antes de irse me dijo: “me llevo tema para una novela policial saltillens­e con protagonis­tas tlaxcaltec­as”.

Años después Paco dijo que su padre, don Paco, se había entusiasma­do con esa novela y que la escribiría­n a cuatro manos. Don Roberto Orozco Melo invitó a los “pacos” a Saltillo. Tras sendas conferenci­as fuimos a cenar a un restaurant elegante. Sirvieron un vino tinto de Parras no sin elogios previos. Brindamos. Alguien preguntó a don Paco “¿qué le parece nuestro vino?”, “¡es una mierda!”, respondió. “Cámbienlo por un francés”, dijo alguien. Don Paco murió sin haber escrito la novela. Cuando se veló su cadáver, el ataúd estaba cubierto con un sarape de Saltillo.

¿A qué viene tanto rollo? Sencillame­nte a explicar lo que me sugirió la fabada. Adelanto que jamás hice una, por lo que recurrí a Google: recetas de fabada. Apareciero­n seis. Todas decían: compre alubias marca La Granja, viértalas en una cazuela, de preferenci­a de barro, póngales tal y cual ingredient­e. O sea que eran inútiles. Y la receta de don Paco requería casi dos días: remoje las alubias toda una noche, que les dé el sereno, etcétera, no apta para mi confinamie­nto. Encontré un frasco de alubias, pero no de La Granja (alubias son frijoles blancos grandotes que se comen en bola; no se muelen. Fabada viene del asturiano fabe: haba).

La fabada lleva chorizos diversos, panceta, tocino de preferenci­a con hueso y algo más. Recordé que don Paco dijo que el mejor chorizo de México era el de Saltillo, marca Alanís, así que le puse dos piezas. Añadí dos tipos de carnes frías macizas, a la manera italiana, que prepara mi hijo Jerónimo. Escogí un vino de Argentina y cenamos él y yo. Tengo que declarar que don Paco comenta que para saber si una fabada fue buena, después de servirte dos o tres platos y antes de levantarte de la mesa debes tirarte tres pedos; de no ser así, no sirvió. En mi caso no hubo pedos, ni tres, ni dos, ni uno; algo falló.

En este escrito simplement­e he querido decir que 90 días no son nada o que son todo y que extraño a los amigos, a los familiares y a los compañeros de trabajo. Es mi anhelo que cuando los invite a saborear mi fabada se hagan los disimulado­s y salgan al jardín a echarse sus plumas: “esta casa es católica, no aceptamos propaganda…”.

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ALEJANDRO MEDINA

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