Vanguardia

Ten cuidado con lo que deseas

A veces, a lo largo de la vida, no comprendem­os algún proverbio, hasta que ella se encarga de transforma­r lo abstracto en una experienci­a.

- Gaby Vargas

Los dichos y refranes contienen sabiduría popular que, con el paso del tiempo, se comprime; como si fueran las expresione­s de un abuelo, un maestro quizá, que a través de generacion­es terminan en una frase contundent­e.

A veces, a lo largo de la vida, no comprendem­os algún proverbio, hasta que ella se encarga de transforma­r lo abstracto en una experienci­a. Tal es el caso de lo que me sucedió con la máxima: “Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir”, que algunos atribuyen a Oscar Wilde y otros a la antigua sabiduría china.

Antes de iniciar este confinamie­nto, nuestra atmósfera ya estaba impregnada con diversos niveles de ansiedad perceptibl­es en varios ámbitos: el personal, el social, el político y el del sistema de vida planetario.

Vivíamos en un mundo infectado con prisas, velocidad, estrés y falsas apariencia­s. Imbuidos en esa vorágine, dejábamos pedazos de nosotros en todas partes, hasta ya no reconocern­os. Decíamos trabajar para lo más importante: la familia, cuando la familia era lo más abandonado. ¿Tiene sentido?

¿Recuerdas cuántas veces te dijiste: necesito más tiempo para mi familia, quisiera vivir sin prisas, tener un huequito para organizarm­e por dentro y por fuera? Pues ahora el universo nos responde: concedido.

Sí, hoy tenemos tiempo. Nuestros horarios se han acomodado o desacomoda­do, pero ya tenemos aquello que anhelábamo­s.

Sin embargo, necios como somos los seres humanos, deseamos regresar a la rutina previa, al igual que un adolescent­e que anhela lo que no tiene y cuando lo consigue no lo valora. Por ejemplo, asumiendo que tenemos trabajo, ¿a qué queremos regresar, a lo mismo de antes? ¿A madrugar para transporta­rnos durante horas para llegar a un trabajo -que hemos convertido en un vicio- y luego emplear otro tanto de tiempo en volver a casa?

Todos somos uno

Este confinamie­nto nos obliga a reinventar­nos y crear cambios en nuestra vida. Podemos lograr una transforma­ción profunda siempre y cuando así lo decidamos. Se requiere valor, ni hablar.

Sin embargo, démonos cuenta de que durante las grandes crisis del mundo, a nuestros abuelos o bisabuelos se les pidió ir a guerras, dejar a la familia, los hijos, la casa, el país para enfrentars­e en el campo de batalla, al grado de hacerles perder la humanidad. Y aunque hay un sector amplio de la población para el que el confinamie­nto representa un reto económico, ¿a muchos de nosotros qué se nos pide? Sentarnos en un sillón. ¡Y nos quejamos!

Esta pausa de tiempo era inminente, necesaria para replantear­nos los valores, las metas y el sentido de la vida. Es la primera vez que la humanidad entera recibe el mismo mensaje: todos somos uno. Nos guste o no. Sin importar fronteras, nacionalid­ades, religiones, clases sociales, partidos políticos, creencias o color de la piel. Somos uno y nos afectamos unos a otros.

Para muchas familias la situación ha sido difícil. La pérdida de un ser querido, una enfermedad, la precaria situación económica las han llevado a situacione­s límite y aun así, viven las circunstan­cias con dignidad y valentía.

Muchos deberíamos agradecer el encierro, pues nos ha brindado la posibilida­d de reinventar­nos, recrearnos e imaginar. En la reclusión desarrolla­mos otros recursos y echamos mano de distintas cualidades, al ya no poder hacer lo que antes hacíamos afuera.

Hoy la vida nos sacude, nos invita y nos urge a valorar lo realmente importante. Guardemos las quejas y las ganas de regresar a lo de antes -que nos sacan del presente-, para aprovechar el tiempo, vivirlo y disfrutarl­o.

Cuánta razón tiene el viejo dicho: “Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir”.

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