Vanguardia

Anécdotas prerrevolu­cionarias. Jacobo M. Aguirre

- ESPERANZA DÁVILA SOTA

Don Jacobo M. Aguirre fue en su época todo un personaje saltillens­e. Algo regordete, era de cara redonda, pelo abundante peinado hacia atrás, nariz chata, bigote lacio y ojos chiquitos y pícaros. Muy estimado por la sociedad de entonces, se le veía en las tertulias en las casas particular­es y en las trastienda­s donde se reunían los señores y en todas las veladas literarias. En 1884 era editor del periódico “La Sombra de Fuente”, órgano oficial de la sociedad literaria saltillens­e “Juan Antonio de la Fuente”, filial de la de la Ciudad de México. Dicha publicació­n no era de la Sociedad de Alumnos del Ateneo que lleva también el nombre del ameritado jurista coahuilens­e.

Poeta y periodista, la mayor parte de su poesía es patriótica y se encuentra dispersa en periódicos y revistas de la época. Fue director y editor de varios periódicos: “El Libre Examen” (1888), “El Estado de Coahuila” (1893), “El Porvenir de Torreón” (1900) y “Soberanía Coahuilens­e” (1910). También escribió un drama en verso titulado “Reflejos de un Crimen”, inédito hasta hoy, pero estrenado en el Teatro Acuña de esta ciudad el 25 de julio de 1888, y en 1902 publicó una “Monografía de Torreón”. Fue diputado, presidente de la Sociedad de Ciencias, Artes y Letras en 1905, y en 1910 fue el secretario particular del gobernador Jesús de Valle, además de ser el editor del Periódico Oficial del Estado. Fue secretario del Ateneo Fuente durante varios años.

En el último tercio del siglo 19 y los primeros años del 20, la plaza de San Francisco era un extraordin­ario centro de reunión social y estudianti­l. Por esa época, la banda de música del regimiento militar asentado en la ciudad o la banda de música del estado se instalaban al anochecer en el kiosco de la placita para ofrecer serenatas al público, y las familias acudían con sus hijos jóvenes a escuchar la música y a convivir con sus amistades. Los jóvenes caminaban en los pasillos de la plaza, las mujeres en una dirección y los varones en la contraria, de modo que podían dirigirse miradas furtivas entre ellos, tímidos inicios de sólidos romances que posteriorm­ente fundaron sólidas familias saltillens­es de la época. Por otro lado, los estudiante­s del Ateneo se reunían en la plaza antes de entrar a clases y a su salida, y armaban gran alboroto. Durante el día, muchos de los maestros ateneístas sostenían largas conversaci­ones entre ellos y con los alumnos, mientras que algún orador como don José García de Letona discurría su perorata frente a los jóvenes y las personas que se detenían a escucharlo.

En ese concurrido ambiente y cuando las calles de Saltillo no estaban siquiera empedradas, le sucedió a don Jacobo algo muy singular. Pero más singular fue el epílogo que él mismo le puso a lo sucedido. Cuenta la tradición que a principios de 1910 iba caminando con unas copas encima, ya un poco achispado o “alegre”, por los rumbos del viejo Ateneo Fuente, y en la esquina de General Cepeda y Juárez frente a la plaza, el poeta tropezó y cayó estrepitos­amente al suelo. Todavía sentado en el suelo, sin levantarse, compuso este verso: “Mientras sea presidente Díaz / y gobernador De Valle, / primero empiedran el cielo / que esta desdichada calle”.

No obstante ser don Jacobo un político con un puesto en la administra­ción del gobernador De Valle y un fiel partidario de don Porfirio y dirigir el Club Reeleccion­ista Saltillens­e Pro Porfirio Díaz, achispado como estaba a causa de la bebida su fino humor encontró camino fácil en la versificac­ión para criticar al gobierno y desahogar la ira que debe haberle causado caer con todo su peso al suelo.

Esta anécdota sucedió unos meses antes del inicio de la revolución maderista y don Jacobo falleció en diciembre de 1910, unos cuantos días después de estallar la lucha armada.

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