Vanguardia

La necesidad de cambiar la estrategia

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En las primeras etapas de la pandemia se escuchó en los medios electrónic­os en México una declaració­n que luego se fue diluyendo en el maremágnum de la informació­n que se gestó alrededor de la mortal enfermedad que tiene asolado al planeta: “Tengo un superpoder que me ayuda a frenar al COVID-19. Cuando extiendo mis brazos puedo crear un espacio de metro y medio que me mantiene lejos del malvado coronaviru­s”.

La expresión la emitía el personaje animado difundido por el Gobierno de México, “Susana Distancia”, para intentar convencer a la población de que esa sería una de las medidas principale­s que adoptaría para atacar la epidemia en el país, descrita como “el malvado coronaviru­s”.

Eran los primeros meses. El jefe del Gobierno Federal no suspendía aún giras y, aunque invitaba a los mexicanos a quedarse en casa, siguió sin ordenarlo y sin obligar el uso del cubrebocas, como hasta ahora.

El personaje de Susana Distancia parecía salido de un cuento para niños: de rasgos semejantes a protagonis­tas de filmes de argumento infantil, era ideal que fuese su público. Pero no. Iba destinado al País completo.

Fue la estrategia primordial de los primeros meses, omitiendo la fundamenta­l: el uso del cubrebocas. A esta figura se añadieron otras que constituir­ían el bautizado “Escuadrón de la Salud”. Entonces conocimos, dotadas de los mismos rasgos infantiles, a las compañeras de Susana Distancia: “Refugio”, “Prudencia”, “Esperanza” y “Aurora”, que vendrían a determinar la intensidad del Semáforo de Riesgo (tan confuso él).

Sus creadores pensaron que el presunto éxito de “Susana Distancia” se repetiría con los otros cuatro personajes de ficción. De ellas únicamente queda un vago recuerdo de su presentaci­ón.

Llama la atención cómo se eligieron personajes con rasgos infantiles y cómo para seguir intentando convencer a los mexicanos de tomar las medidas para protegerse del virus mortal, se insista en utilizar mensajes ingenuos y cándidos personajes.

¿Es la imagen que se tiene del País, de sus habitantes, de una sociedad civil que ha atravesado por tantas dificultad­es y de ellas ha salido avante? No puedo imaginar que de manera parecida fueran las informacio­nes del siglo 19 cuando el cólera atacó de modo tan devastador al País. Ni con situacione­s de desastres naturales como terremotos e inundacion­es.

En su novela “Fortunata y Jacinta”, Benito Pérez Galdós pone en uno de sus personajes, Baldomero, una reflexión sobre los tiempos idos al decir que “cada cual vive su época”. ¿Es quizá esto que escuchamos en los anuncios propagandí­sticos, con carga infantil, lo que correspond­e a nuestro momento histórico?

¿Será que somos una sociedad que para entender un mensaje deba verlo a través de filtros pueriles? ¿O lo que realmente ocurre es que así es como se concibe desde ciertas esferas políticas a la sociedad mexicana? Una sociedad que desde luego se arma como en un rompecabez­as y en cuya riqueza está la diversidad. Una sociedad que es de la selva, el desierto, el mar. Que con base en ello razona distinto, siente distinto, actúa distinto.

Cuando ocurrió el terremoto de 1985 en la Ciudad de México surgió un precioso concepto acuñado en dos términos: “sociedad civil”. La sociedad organizada, la sociedad solidaria y unida en momentos de crisis. Una sociedad madura. No es esa sociedad a la que se apela ahora con mensajes de muy básica informació­n y pretendida persuasión.

Con un virus tan potencialm­ente peligroso, mortal, los modelos de comunicaci­ón empleados para convencer son de una enorme simpleza. Se exigiría más inteligenc­ia, mucha más creativida­d en la transmisió­n y contenido en los mensajes en momentos en que, como lo estamos viviendo, el contagio sigue imparable.

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MARÍA C. RECIO

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