Una pandemia, dos realidades
Me cautivó un reciente artículo de un diario español porque pone en palabras puntuales una noción que a muchos nos incomoda y quizás no hemos sido capaces de articular: La actual crisis de la razón que padece la humanidad en favor de un apogeo del pensamiento emocional.
Tiene mucho que ver con la pasada entrega de esta columna (“Yo creo” VANGUARDIA. Ene. 13. 2022), en la que comentábamos sobre cómo nuestro mandatario larga sus creencias al pueblo desde su interminable perorata matinal, en vez de dirigirse a éste con datos duros, puntuales y hechos.
Parece que los gobiernos del siglo 21 ya ni siquiera se tienen que esforzar en mentirnos, pues todo es cosa que nos entreguen su visión, su interpretación, su percepción de las cosas, para que la tengamos que asumir como una verdad tan sólida y válida como la fórmula del agua.
El artículo “La Humanidad Está Abandonando la Razón” nos dice que, en la sociedad actual, los hechos y la racionalidad pierden trascendencia frente a la intuición y la emoción.
Cita un estudio de la Universidad de Wageningen, de los Países Bajos, que encontró que el uso de palabras relacionadas con la razón como “determinante” o “concluyente” comenzaron a utilizarse con mucha mayor frecuencia a partir de la segunda mitad del siglo 19; mientras que vocablos como “creer” y “sentir” perdían territorio, tanto en las obras literarias como en los textos de no ficción, lo cual parece corolario de la Revolución Industrial y preludio a la explosión científico-tecnológica del siglo 20.
Bien, pues dicha tendencia comenzó a revertirse a partir de la década de los 80 y el posterior advenimiento de las redes sociales sólo vino a acelerar el posicionamiento del lenguaje relativista y la “posverdad”, que no es sino el privilegio de las emociones y opiniones que un tema suscita sobre la información dura que tengamos disponible al respecto.
Básicamente hoy cualquier opinión es válida, no importa si es un auténtico roznido; si alguien se identifica o lo siente parte de su realidad, así lo contradigan los hechos, debe respetarse y dársele un lugar privilegiado junto a la más demostrable de las verdades.
Todo esto genera una “realidad” paralela, alternativa, a la cual se va a vivir mucha gente a la que la realidad número uno, la material, tangible y objetiva no le sienta bien porque contradice sus deseos y le provoca “amsiedad”.
Y uno podría pensar: ¡Wow, genial! Que cada quien viva en el plano existencial donde mejor le plazca, convenga y más valgan sus puntos de Infonavit, y así todos felices, ¿cierto?
Pues no, porque desgraciadamente los puntos de Infonavit sólo valen en esta realidad número uno, única en la que por cierto se puede comer un buen corte y tomar ciertas decisiones.
Los que se mudan a la realidad B, sólo lo hacen de dientes para afuera, pero nunca reportan su cambio de domicilio ante el INE porque no hay mucho que hacer en esa otra dimensión especular en la que dicen residir, aunque están tan atorados en este mundo como quienes, a regañadientes quizás, pero lo aceptamos.
Aquí algunos hechos de nuestra más pura, dura y cruda realidad:
La pandemia de COVID sigue en curso. El COVID es, de acuerdo con algunas opiniones médicas, una enfermedad vascular no obstante presenta un cuadro de afecciones respiratorias que genera cierta confusión. Pero de ello a afirmar que se puede mantener bajo control con los mismos remedios con que se palia el resfriado o la gripe común, es de un pendejismo inaceptable cuando eres gobierno o autoridad en materia de salud.
Que un Presidente o su ministro de Salud le digan a la población que el COVID se alivia con el “Tres Tres de Vapo-rub” es sencillamente criminal, como lo es minimizar el problema vigente llamándole “covidcito” a la cepa dominante actual en el mundo.
Emitir además un decálogo de recomendaciones muy poco pragmáticas, ya no digamos científicas, ni siquiera con una aproximación remotamente médica, para que la población afronte esta nueva embestida de la pandemia (como adoptar una actitud optimista, darle la espalda al consumismo, al egoísmo y al racismo -wtf!-) y relegar a un segundo o tercer plano la importancia de la vacuna en la resistencia frente al virus, es una sarta de embustes que por razones ideológicas y/o políticas algunos no tendrán empacho en aceptar como verdades absolutas.
La plaga, sépalo, tiene postrados nuevamente a los servicios hospitalarios de los países de la Comunidad Europea. Que el presidente de México salga a decirle a sus gobernados que hay que enfrentar esta cuarta y elevadísima ola con una mezcla de tecitos y buena ondez, obedece a mi parecer a dos razones posibles:
Estupidez supina, galopante, total, progresiva, degenerativa y terminal, derivada de la ignorancia crónica congénita, o bien: Que darle la guerra a la contingencia sanitaria es muy costoso, costosísimo y ahora que que el anciano por fin ocupa el poder para consolidar su régimen, nada le encabrona más que tener que destinar dinero a la salud pública, siendo que él quisiera consagrar cada peso del presupuesto (que es enorme, porque no somos un país pobre, sino de pobres) a sus empresas político-electorales.
Por supuesto, estas son mis lecturas. Si el lector tiene otra, le suplico por favor que me las comparta para que todos podamos echarles una examinada y contrastarlas con la información disponible.
Ignorar los hechos y toda su gravedad para retirarse mejor a vivir en el mundo de buenos deseos y de apapachos con Vick’s Vaporub que el Presidente nos ofrece, es opcional. Yo sin embargo le aconsejo que se quede a vivir en esta áspera realidad, que si bien no es del todo cómoda, es la única sobre la que podemos construir cualquier cosa. Amén de que tarde o temprano la tormenta nos moja a todos parejos, optimistas incluidos, por lo que más vale estar lo mejor informado y prevenido posible.