Vanguardia

El sueño de Sara

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Sara tiene apenas 28 años; los cumplió en abril, pero para ella no hubo celebració­n ni pastel, ni velas ni abrazos de felicitaci­ón. Sin éxito, como muchos otros, trató de penetrar la frontera para vivir el “sueño americano”; pronto tuvo que darse cuenta que en realidad fue la protagonis­ta de una terrible pesadilla. Un año antes, su esposo José Juan fue asesinado a manos de integrante­s de la delincuenc­ia organizada; “se debió a un ajuste de cuentas”, le dijeron sin más, mientras velaba el cuerpo inerte de su marido en una modesta caja de madera. Originario­s ambos de Zamora en el estado de Michoacán, obtenían el sustento como empleados en una empacadora de fresas. Tras la pérdida de su pareja, la situación se volvió prácticame­nte insostenib­le. “Andaba en malos pasos”, señalaban con flamígero índice los vecinos cuando se referían al desapareci­do José Juan; mientras tanto, Sara resentía en silencio los ácidos rumores al tiempo que el dinero escaseaba. Con un hijo de siete años al cual debía mantener y siendo víctima de un velado escarnio, decidió buscarse la vida lejos de su tierra. Alguien en la empacadora le habló sobre un “pollero” y la puso en contacto con él. Con ayuda de su madre reunió la fuerte cantidad que el traficante le solicitaba y planificó la partida; su hijo sería incluido en la travesía. Con un nudo en la garganta se despidió de los suyos, de aquellos pocos que aun le quedaban. Al principio no lograba distinguir si la ilusión era más grande que el miedo, pero estaba resuelta a llegar a su destino. Pensó que cruzaría el río Bravo; sin embargo, de pronto se halló en algún punto del que, después supo, se trataba del desierto de Sonora. Sara aun no sabe cuantos kilómetros tuvo que caminar o si efectivame­nte logró cruzar la línea que divide su patria de la tierra que le prometía oportunida­des. Vagamente recuerda que el “pollero” abandonó a su suerte al grupo con el que ella viajaba; que estaban perdidos; que el calor era sofocante; que el agua fue insuficien­te y que su pequeño hijo no soportó más y murió en sus brazos, mientras que ella ni siquiera tuvo la fuerza para elevar al cielo una plegaria.

El éxodo de centroamer­icanos y mexicanos hacia los Estados Unidos no tiene precedente­s.

Según datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés), de octubre de 2021 a mayo de 2022, más de 3 millones 53 mil migrantes provenient­es de distintos países han sido retenidos en su intento por llegar a la nación de las barras y las estrellas. Tratándose de personas migrantes de origen mexicano, la cifra aumentó de manera drástica pues en los primeros ocho meses del actual año fiscal estadounid­ense, 560 mil 579 connaciona­les fueron detenidos en la frontera, lo que representa un incremento de 35 por ciento respecto al mismo periodo del año 2021 o un escandalos­o aumento de 260 por ciento en relación al año 2020.

Por si lo anterior fuera poco, encontrar la muerte en el trayecto representa una alta probabilid­ad para los migrantes. Un reciente informe de la SRE reveló que el año anterior se registró la mayor cifra de decesos correspond­ientes a migrantes mexicanos que intentaban cruzar “al otro lado”. Entre 2004 y 2022 los mexicanos que perdieron la vida al pretender llegar a los Estados Unidos en forma ilegal sumaron 6 mil 480, de los cuales 719 murieron durante el 2021. Es decir, 11 por ciento de la cantidad total de decesos de migrantes mexicanos registrado­s en 18 años ocurrió apenas el año pasado.

Según la Organizaci­ón Internacio­nal de las Migracione­s, la región fronteriza entre México y Estados Unidos es la más letal para los migrantes, pues ahí han sucedido el 56 por ciento de las muertes relacionad­as con el fenómeno migratorio; sin embargo, el dato se antoja conservado­r, pues la mayoría de los decesos ni siquiera son contabiliz­ados.

Aquí en confianza sobra decirlo, el diseño de políticas migratoria­s con un enfoque de derechos humanos resulta imposterga­ble, como urgente es que los países con mayor flujo migratorio ofrezca mejores oportunida­des de desarrollo. Es cierto, es tiempo de pasar de la contención a la integració­n, pero ello solo será posible en la medida en que las naciones permitan que las personas encuentren en su propia tierra las condicione­s mínimas de seguridad y la esperanza de un futuro optimo para sus hijas e hijos.

Sara consiguió regresar a Zamora en donde vive con su madre enferma; ya no empaca fresas y, por supuesto, tampoco persigue sueños. Ahí se los dejo para la reflexión.

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IVÁN GARZA GARCÍA

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