Trastorno de ansiedad electorera (2 de 2)
Y ya cuando un político se propone a hacer campaña, ya sea porque tiene la venía de su padrino (generalmente el jefe del Ejecutivo en turno), o porque se siente muy optimista el “weón” como dicen los peruanos- y supone que todo es cosa de ir poniéndose en contacto con el electorado a través de cuanta presencia mediática pueda comprar, sabemos que no habrá poder humano que se lo impida.
¿Que es ilegal? ¡No me venga ahora con que la Ley es la Ley! Como ya dejó muy en claro nuestro Presidente, la Ley es algo que no necesariamente se ha de observar en todo momento, eso depende, es relativo, a veces sí, pero otras no. La ley es flexible, fluida, sobre todo si se trata de echarle la mano a un cuate o si el que la está violando forma parte del movimiento transformador.
Usted deje de pensar en la ley como algo pétreo, inamovible, insoslayable. Si es mexicano sabrá que mucho tienen que ver sus contactos y el equipo para el que esté jugando al día de hoy.
Podríamos no obstante tener el mejor reglamento electoral de la galaxia y nuestros políticos, con el colmillo que se cargan, encontrarían la manera de burlarlo; hallarían a no dudar los recovecos legaloides para sortear cualquier impedimento para sus afanes proselitistas.
Hace tiempo se puso de moda un método infalible para que los precandidatos ganosos fueran entrando en calor, posicionándose antes de los tiempos establecidos, ya sea porque buscan sacarle toda la ventaja posible a sus competidores o bien, porque se encuentran tan atrás en las preferencias que en vez de arrancar con unos pocos puntos de porcentaje, lo hacen con un handicap negativo.
Todo lo que necesitan hacer es crear una sociedad sin fines de lucro, una fundación, una ONG, una AC. Llámele como usted quiera, es lo de menos y por supuesto, la vocación de esta alianza “eminentemente ciudadana” también es intrascendente.
Una vez inscrita su asociación en el lugar donde se registran todas las asociaciones, es decir, una vez que está legalmente constituida y reconocida, el precandidato asume la presidencia, dirección o jefatura de dicha organización patito y convoca a los medios a una rueda de prensa, donde comienza a hablar de sus principios, ideales, de su lucha y de esta nueva etapa como activista (es necesario ofrecer canapés a la prensa para que con la buchaca llena no se rían por temor a atragantarse y morir ahogados).
La dizque asociación comienza a hacer publicidad con la carota y el nombre del político suspirante porque técnicamente no es ilegal. Está promoviendo su movimiento, su “asociación cívica”.
Sobra decir que la tal asociación utiliza en su propaganda los colores, las fuentes tipográficas, las palabras y otros elementos que redundarán con el manual gráfico de la campaña una vez que ésta dé inicio. O sea, que es pre-campaña burda, vil y descarada que se realiza con cínica y reiterada frecuencia, y sobre la cual nadie -como dijo Maussan- hace nada.
Aprovechando además el vacío legal que hay en materia de promoción por internet y redes sociales, los “calefactos” por Morena para la candidatura a la Gubernatura coahuilense, Ricardo Mejía Berdeja y Luis Fernando Salazar, están descosidos vomitando publicidad sin ningún tipo de recato o restricción; al menos a mí me aparecen materialmente cada vez que abro el maldito Facebook, así que le están inyectando con todo o es que el mentado algoritmo me odia a mí de manera particular. Me inclino a pensar que es lo primero.
Pero la cosa no para en el ámbito digital, también los espacios urbanos están siendo invadidos con la publicidad de estas “causas civiles” (guiño, guiño). La promoción de Mejía Berdeja la firma una presunta “Ciudadanía Libre de Coahuila”, mientras que Salazar utilizó una variante de la misma chapuza: Se inventó una publicación, una revista, que se anuncia en panorámicos y ¿quién cree que aparece en la portada? Así es: El ex panista hoy joven promesa de “la izquierda más progre”, ‘Luisfer’ Salazar.
Armando “don Baldomero” Guadiana, por su parte y para mantenerse fresco en la mente de quienes todavía a estas alturas osarían votar por él, ya anunció que dará su Cuarto Informe de Actividades como Senador de la República y -como es natural- la lectura de dicho informe será amenizada por Grupo Pegasso y la Sonora Dinamita, que supongo tendrá a bien sacar a bailar al Senador durante “El Viejo del Sombrerón”. No hay falla, los astros están alineados.
¿Espantarme yo por algo de esto? ¡Para nada! Ya le digo: décadas de priato nos acostumbraron a éstas y otras chapucerías y en honor a la verdad, ese cadáver azulado que es el PAN también se las solía gastar de esta manera.
¿Pero qué no se suponía que la 4T es un movimiento renovador enemigo de la corrupción y de las viejas mañas “del pasado”? ¿Por qué recurre entonces a las mismas tácticas de “la Mafia del Poder’’, cuando el Presidente se ufana en insistir que “no somos iguales”?
Las preguntas son meramente retóricas, ya que por supuesto nadie podría darles respuesta o justificación medianamente racional sin caer en contradicciones.
Resulta hasta una insignificancia todo esto comparado con los atropellos y arbitrariedades a las que nos hemos acostumbrado. La verdad es que la ciudadanía ya hasta lo ha asimilado como parte del folclore político. Pero no dejan de ser flagrantes violaciones a la Ley que, si por meros tecnicismos no se proceder en su contra, son graves faltas a la ética y a la moral, de parte de quienes eventualmente nos pedirán el voto y la confianza.
Deberían ser los primeros en abstenerse aquellos que enarbolan una bandera de transformación, aunque ya sé que pedirles congruencia a estas alturas es hasta risible de mi parte.
Es pertinente preguntar dónde está el árbitro político, la autoridad electoral, a la que tampoco parecen preocuparle estas artimañas, quizás porque en el pasado se las tuvo que consentir al partido que gobierna esta comarca y ni modo de comenzar a ponerse duros precisamente ahora. El Instituto Electoral en Coahuila brilla tanto por su ausencia que es pertinente preguntarse si todavía existe.
Como pertinente es también preguntarse dónde está la supuesta superioridad moral con que AMLO, su partido y su movimiento, aseguraban que podrían transformar a este País.