Nosotros y ‘El vizconde demediado’
EUGENIA FLORES SORIA
La trilogía “Nuestros Antepasados”, de Italo Calvino, está conformada por las novelas “El vizconde demediado” (1952), “El barón rampante” (1957) y “El caballero inexistente” (1959). Yo la leí en desorden, cosa que no importa mucho. Empecé, hace unos años, con “El barón…”, seguí con “El caballero…” y terminé con “El vizconde…”. Según el propio Calvino, las historias tienen en común “el hecho de ser inverosímiles y de ocurrir en épocas remotas y en países imaginarios”. En este universo nos enfrentamos a tres protagonistas: un vizconde que es partido a la mitad en la guerra y cada parte, la buena y la mala, anda por el mundo haciendo de las suyas; un caballero, noble y loable, que no lleva nada dentro su armadura porque él, aunque le pese, no existe; y un barón que, enojado porque su hermana cocinó a sus caracoles, se sube a un árbol para nunca más bajar. El autor comentó que las tres obras hablan de la realización humana y representan “la aspiración a sentirse completo por encima de las mutilaciones impuestas por la sociedad”, “la conquista del ser” y “un camino hacia una plenitud no individualista alcanzable a través de una autodeterminación individual”. En total, dice, “tres grados de acercamiento a la libertad”. Una explicación bastante filosófica para una triada de novelas donde reina el humor.
En esta ocasión, me centraré en “El vizconde demediado”, que tiene un aire más cercano a “El caballero inexistente” (o quizá sea al revés). El personaje principal es el vizconde Medardo de Terralba. En la segunda línea ya lo tenemos cabalgando hacia el campamento de los cristianos. Lamentablemente, en batalla, le explota un cañón que lo parte a la mitad. El lado derecho (el malo) fue rescatado por los recogedores de heridos del ejército; el lado izquierdo (el bueno) “quedó enterrada bajo una pirámide de restos cristianos y turcos y no la vieron”. Fueron los eremitas quienes lo salvaron. Medardo “malo” regresó primero a su castillo. Impuso el terror. Cortaba en dos plantas y animales. Mandó ahorcar a quien le molestara y su crueldad no tenía límites. Después llegó Medardo “bondadoso”, que trajo misericordia y ayuda a los aldeanos. Poco a poco, ambas mitades se volvieron insoportables.
La premisa recuerda mucho al clásico de Stevenson, “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”. Hace unas semanas comenté este libro. Aquí un hombre trata de suprimir su maldad. Con el tiempo, el lado vicioso toma fuerza y se encarna en un ser de pesadilla. Ambos son el mismo. En “El vizconde…” la situación no es tan dramática, aunque regresa al tema, recurrente en la literatura, de la dualidad. Ser absolutamente perverso es tan poco natural como ser la piedad andando. La tragicomedia humana consiste en lidiar con la contradicción. En la novela de Calvino, el lector siente alivio cuando aparece la mitad “buena”. La benevolencia no causa daños… ¿o sí? Pronto, este Medardo comienza a sermonear a los demás y los obliga a hacer caridad, quedando los pobres más pobres y los maleantes beneficiados. “A veces los buenos”, señala el autor, “las personas demasiado programáticamente buenas y llenas de buenas intenciones, son terribles chinches”.
Con la misma idea, Stevenson creó una novela de
terror; Calvino, una de humor. “Divertir es mi moral”, declama el autor de esta irreverente trilogía. El enfoque nos puede llevar al miedo o a la risa, así como la condición humana nos convierte en terribles y en bondadosos. Medardo “bueno” dice: “No solo yo, Pamela, soy un ser partido por la mitad y separado, también lo eres tú y todos”. Por ahí va el mensaje. ¿Quién no se ha sentido incompleto? El ser solo un pedazo de hombre ayudó a este personaje a encontrar su plenitud. En la vida, para alcanzar sabiduría, se tiene que experimentar aquello que no deseamos. Por eso Calvino, a manera de metáfora, dibuja en sus novelas un “árbol genealógico” de nosotros, los que andamos incompletos, inexistentes o, en el mejor de los casos, libres.