Vanguardia

Gilberto Prado Galán † (1 de 2)

-

Lo he escrito antes. No pocas veces. Tantas, como cruces tiene mi cementerio particular: hartas. Las letras son las mismas: un ser humano, un amigo, un familiar realmente muere cuando dejamos de pensar en él. Pero, en el caso de los escritores y poetas (claro, también músicos y artistas en general) la paradoja es sino y condena: cuando mueren, cuando dejan la tierra se hacen eternos. Viven por siempre y sí, de ellos será la eternidad.

Y lo anterior es justo la partida, la inesperada partida a la eternidad del esteta lagunero y ciudadano del mundo, mi amigo y hermano, Gilberto Prado Galán (Torreón, Coahuila, 1960). Sin duda, el más completo escritor kilo por kilo en Coahuila y en el norte de México. Me ha dejado con un portazo en mis ojos y la interrogac­ión en mi mente y corazón. Creo, Prado Galán llegó en el otoño de su vida a habitar aquel conflicto hegeliano, la disyuntiva entre la poesía del corazón y/o la prosa de la realidad. Para su fortuna y fortuna nuestra, se decantó casi siempre por el primer estadio.

Ganó todos los premios literarios a su alcance –los más prestigiad­os– y el manojo de libros de su autoría bajo el brazo, le otorgan un lugar en la eternidad. Prado Galán era un poeta. Así vivió. Su muerte –ácida, dolorosa y acaso, milimétric­amente planeada por él mismo– es o fue un acto poético: terminó su testamento literario de amor en honor a su musa, su esposa, mi amiga Leticia Santos (†) y se abandonó a una muerte por alcohol, larga y acaso tediosa, pero anhelada por él. Su último libro ya editado, “Ella era el jardín”, fue el homenaje póstumo a su bella Lety.

La poesía, las letras de Gilberto Prado son un espejo de su plenitud de existencia en la cual cada gesto, cada hora, cada viaje y lectura, vino a cohesionar­se en el libro final de su presencia. Presencia siempre activa en el mundillo primitivo, mezquino y patético de las mafias de escritores (locales o nacionales). Gilberto supo ponerle punto final a su vida y obra. Lo demás sale sobrando.

Hace algunos años, específica­mente en 2010, otro de mis hermanos de armas, el escritor Armando Oviedo Romero, fue el director huésped de la revista de Literatura Iberoameri­cana de la Universida­d Iberoameri­cana (Ciudad de México), “Arteletra”. Revista y palíndromo diseñados por Prado Galán. Oviedo, como director huésped de dicha publicació­n, armó un número de colección: escudriñar la vida y la obra de Prado bajo un pretexto único: 50 años del esteta lagunero.

Quien esto escribe fue uno de los colaborado­res de dicho número junto a las plumas siguientes: Javier Prado Galán, Jorge Valdés Díaz-vélez, Eduardo Cerecedo, Julio César Félix, no podía faltar Jaime Muñoz Vargas; Manuel Pereira, Ignacio Trejo Fuentes, Joseba Buj, Armando González Torres, Armando González Acosta… puros ases.

ESQUINA-BAJAN

Por diversos y azarosos motivos, jamás había tenido un número de la revista en la mano. Sólo había visto la versión electrónic­a de la publicació­n. No obstante mis frecuentes viajes a México en ese entonces, la revista se resistía a llegar a mis manos y biblioteca. Y aquí es donde se quiebra mi lápiz y mi garganta: en el mes de junio del año pasado (2021), en día domingo –siempre aparece el día domingo, un día descastado– recibí una llamada al filo del mediodía. Era el chef de sabor huracanado, Juan Ramón Cárdenas, el cual, gozoso, me espetaba: había llegado Prado a “Don Artemio” y pedía mi presencia para tertulia, comida y tragos.

En aquel tiempo salía esporádica­mente a charlar con una candidata a musa, pero, le cancelé en un segundo. Ella, ofuscada, creo y recuerdo levemente, casi inmediatam­ente después de este episodio, dejó de contestarm­e. Caso perdido. Uno más en mi ya larga saga de derrotas amorosas a mis 57 años deambuland­o sobre la tierra. Nada nuevo. No me quejo, es sólo puntualiza­r todo lo públicamen­te mío conocido y sobado.

Corrí a la tertulia con Gilberto y Juan Ramón Cárdenas. Una sesión memorable de charla, exquisita comida y tragos. La sorpresa fue doble: abrazar a Gil y este me traía como obsequio un ejemplar de “Arteletra”. Y así entre tragos y charla, Gilberto leyó a voz en cuello fragmentos de mi texto en su honor. Sí, una distinción inmerecida para mí. Hoy atesoro ese recuerdo. Fue la última vez en verle. El recuerdo es fuego vivo en mis ojos el día de hoy y al momento de escribir estas letras.

Cuando murió la musa de mi amigo y hermano Gilberto Prado Galán (creo yo, hace cinco o seis años), la apasionada y desilusion­ada nostalgia de Gilberto se hizo presente diario y fue un gusano el cual de a poco, lo fue minando y se lo fue comiendo por dentro. Diario. Sin prisa, pero sin pausa. No hubo reposo. Tampoco consuelo para Gil. Empezó su ingesta de alcohol y como el santo bebedor de Joseph Roth, jamás paró hasta ver edificado el templo en honor a su musa, el texto “Ella era un jardín”. Le creo al gran Gil. Las líneas finales de Roth en “La Leyenda del Santo Bebedor”, son un piadoso deseo por él cabalmente cumplido: “Que Dios nos conceda a todos los borrachos una muerta tan dulce y tan bella”.

LETRAS MINÚSCULAS

Querido Gilberto, descansa al lado de tu amada Lety. Descansa, hermano…

 ?? ?? JESÚS R. CEDILLO
JESÚS R. CEDILLO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico