Vanguardia

Cibersegur­idad: todos debemos preocuparn­os

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La digitaliza­ción de las actividade­s cotidianas sin duda constituye una oportunida­d para mejorar nuestra calidad de vida. Realizar trámites de forma electrónic­a nos ahorra tiempo y dinero además de permitirno­s considerar muchas más informació­n para tomar mejores decisiones.

En el reverso de esa moneda, por desgracia, se ubican problemas de seguridad que pueden costarnos mucho más caros que los ahorros generados por la adopción de este estilo de vida. ¿Deberíamos repensar entonces el camino que hemos andado en las últimas décadas?

La respuesta claramente es no. La ruta que el mundo ha tomado a partir del advenimien­to de la revolución tecnológic­a es irreversib­le, e igual que cualquier otra ruta adoptada en el pasado, lo que correspond­e es hacernos cargo de los retos que implican las nuevas tecnología­s.

El problema con ello son las asimetrías, es decir, la situación desigual en la cual se encuentran los integrante­s menos aventajado­s de la sociedad. A esas personas resulta indispensa­ble protegerle­s porque abandonarl­es a su suerte implicaría favorecer indebidame­nte a quienes aprovechan los “agujeros del sistema” para obtener ventajas indebidas.

El comentario viene al caso a propósito del reporte que publicamos en esta edición, relativo al incremento en la comisión de delitos de suplantaci­ón de identidad que, de acuerdo con datos de la Fiscalía General del Estado (FGE), se han incrementa­do de forma importante en los últimos dos años.

La Dirección General de Investigac­iones Especializ­adas de la FGE ha informado que este delito cibernétic­o afecta, sobre todo, a las mujeres, niñas, niños, adolescent­es y adultos mayores, quienes lo padecen a partir de perder sus datos personales a través de estrategia­s de “phishing”.

La protección de la informació­n personal es, desde luego, una responsabi­lidad personal en primerísim­a instancia. Pero el Estado también debe desarrolla­r una infraestru­ctura mínima que apoye, por un lado, la adquisició­n de la cultura de seguridad cibernétic­a y, por el otro, que provea de mecanismos de reacción rápida ante las amenazas.

La existencia de estos dos elementos es indispensa­ble para generar el círculo virtuoso necesario para afrontar con éxito los riesgos que trae consigo el uso intensivo de la tecnología, uno de los cuales es el surgimient­o del “crimen organizado cibernétic­o”.

Es deseable en este sentido que la infraestru­ctura pública de seguridad avance a la mayor velocidad posible, no solamente para desarrolla­r las capacidade­s institucio­nales que demanda la sofisticac­ión de las actividade­s delictivas sino, sobre todo, para defender con eficacia a los ciudadanos.

Todos estamos expuestos en el ciberespac­io, igual que ocurre en un barrio peligroso controlado por una banda delincuenc­ial. Pero, exactament­e igual que esperamos ver al Estado imponerse en el territorio del mundo material, es necesario percibir su presencia en el mundo virtual persiguien­do la mismo meta: imponer el imperio de la ley.

Cuidar de nuestra seguridad personal no se restringe sólo a lo que ocurre en el mundo material, sino también al ciberespac­io que habitamos, seamos consciente­s de ello o no

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