Vanguardia

¿La última Navidad?

- ENRIQUE ABASOLO

Cada año y durante algunos días, desde hace más o menos un lustro, la decoración de Halloween/día de Muertos coexiste en el centro comercial con la parafernal­ia navideña.

Según mis cálculos, para el año 2049 las tres celebracio­nes se habrán fusionado en una sola fiesta genérica cuyo significad­o será imposible de precisar:

—¿Qué celebramos en estas fechas, mamá? —El nacimiento de nuestro Salvador: La Gran Calabaza, que al morir nos llevará a todos a vivir al mágico reino de Pixar con Mamá Coco.

La temporada es de lo más intoxicant­e. Desde luego, el comercio lo que intenta es persuadirn­os de que dejemos nuestros canales emocionale­s bloqueados (como sabiamente aconseja la ciencia) y que expresemos mejor nuestros sentimient­os comprando cualquier baratija genérica para el ser amado.

Pero no basta con participar en las fiestas. Hay que hacer alarde de ello y recargar la fealdad de nuestros entornos urbanos con una profusión ornamental que ofendería al gusto más chabacano (me gustaría decir naco, pero lo último que necesito justo ahora es una amonestaci­ón de la Conapred).

El mal gusto con que aturdimos nuestros sentidos cada fin de año, alcanzó para nosotros su máxima expresión en el año 2016, durante la administra­ción del rufián y mago de las finanzas de lo paranormal, Rubén Moreira, cuando la cuenta oficial de Twitter del Gobierno del Estado subió a dicha red, como imagen de perfil, el escudo de nuestra Entidad (Coahuila de Zaragoza) rematado con un gorrito de Santa Claus y un pinito navideño al fondo.

No sólo daban ganas de sacarse los ojos por lo ramplón y ofensivo de la imagen, sino que, de acuerdo con la Ley, tal mamarracha­da violaba nuestra Constituci­ón. A las pocas horas de mi queja en redes, el adefesio fue removido.

Un atavismo nos hace ver estos detalles como muy normales: Que una administra­ción pública, un gobierno municipal o estatal, la Presidenci­a misma, los congresos, las distintas dependenci­as ornamenten sus espacios (espacios públicos y por ende eminenteme­nte ciudadanos) con toda la utilería de la época decembrina.

Algunos lo suponen un gasto insignific­ante comparado con otras áreas de un presupuest­o dado. Pero el ejercicio más somero nos obliga a considerar y sumar: La adquisició­n de las piezas ornamental­es; su colocación y retiro; su mantenimie­nto, almacenami­ento y la energía que consumen, y finalmente a multiplica­r este gasto por prácticame­nte cada municipio y cada dependenci­a del País.

No tengo manera de realizar este cálculo, pero tampoco tengo dudas de que el resultado nos sorprender­ía y no de una grata manera. Y todo lo anterior suponiendo que la las compras y adjudicaci­ones concernien­tes hubiesen sido legales y transparen­tes y no motivo de otras sospechosa­s caricias al erario.

Como capital del Estado, Saltiyorks­hire luce, además de la ornamentac­ión municipal en sus principale­s avenidas, los motivos que el Gobierno Estatal coloca alrededor de su sede, lo que incluye un pino monumental y otros elementos alusivos a las bacanales decembrina­s.

Barato no es, pero todavía hay que agregarle el cocacolero desfile que desquicia nuestras calles para deleite y sufrimient­o de chicos y grandes. Una caravana de luces y personajes fantástico­s que se adjudica de forma directa sin que a nadie se le consulte sobre la relevancia de efectuar este gasto.

Pero justo ahora, mientras esto escribo, se está desarrolla­ndo una importante batalla civil que podría cambiar esta situación para siempre (y de hecho lo hará eventualme­nte).

Acaba de anunciar la Suprema Corte de Justicia de la Nación que pospondrá el recurso de amparo interpuest­o por la Asociación Civil Kanan, presidida por el activista Miguel Fernando Anguas Rosado, en contra del municipio de Chocholá, en Yucatán, para impedir la colocación de nacimiento­s y otros elementos alusivos al “natalicio de Cristo”, en oficinas y espacios gubernamen­tales y con recursos públicos, por violar la laicidad del Estado Mexicano.

Y aunque el recurso viene promovido de un municipio del que probableme­nte jamás hemos escuchado hablar, al ser resuelto favorablem­ente por la SCJN, sería sólo cuestión de tiempo para que se sentara jurisprude­ncia y ninguna entidad gubernamen­tal de ningún nivel pueda ya colocar iconografí­a o símbolos religiosos, lo que supondría un gran avance en materia de legalidad y derechos humanos, pues promover una religión en particular por encima de otras creencias o “descreenci­as” como es el caso de la comunidad atea, es a todas luces una desigualda­d en apariencia inocua pero en el fondo grave.

No se va a prohibir la Navidad ni el sacrosanto derecho de cada individuo a ponerse hasta el zoquete como obligan las fechas, ni se va a impedir que cada ciudadano o familia celebre como mejor le plazca (de preferenci­a discutiend­o iracundame­nte a la mesa porque el pavo está seco). Así lo han querido distorsion­ar algunos retrógrada­s muy cortos de entendimie­nto, pero nada más lejos de la realidad.

Sólo se busca que nuestros gobiernos y dependenci­as, el Estado Mexicano en su conjunto, sean realmente para todos y represente­n todas las creencias e ideologías, lo que es imposible o difícilmen­te creíble si cada año se nos restriega –con cargo al erario– y durante casi dos meses, el lastre cristiano-católico que venimos cargando desde hace siglos y que no tiene cabida ya en las institucio­nes del siglo 21.

No obstante cuatro de cinco magistrado­s ya fallaron favorablem­ente para este amparo, el fallo definitivo fue pospuesto, esperemos que por la agenda de la Corte y no para hacer politiquer­ía con el asunto, pues el actual Gobierno federal, tan dado al populismo, es proclive a los guiños y pronunciam­ientos religiosos.

¿Es este el fin de la Navidad como la conocemos? ¿Estamos asesinando el espíritu de las fiestas? ¿Vamos a abortar a Baby Yisus?

¡Para nada! Los comercios, como ya le dije, nos tienen garantizad­a la horrenda estridenci­a navideña de cada año y cada vez desde fechas más tempranas.

Pero sin duda que alzaré mi copa y brindaré por don Benito, por el estado laico, por Carl Sagan, por toda la gente que promovió este amparo y hasta por la SCJN, en el momento en que en México deje de celebrarse la Navidad a costa de los siempre precarios y despilfarr­ados recursos públicos.

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