Vanguardia

EPISTOLARI­O DE LOS COBARDES

- JOSÉ LUIS CUEVAS QUINTERO

Los cobardes son asaz herméticos, engalanan la incapacida­d para inhibir el deseo y negar aquello que quieren, en cambio prefiere ocultarse en la penumbra de las naguas bienhechor­as, ergo, tras la máscara del enigma que les libera del vértigo de la decisión; pero -sobre todoejecut­an con maestría el escape a las consecuenc­ias de sus actos perversos, repugnante­s y falazmente cándidos.

Los cobardes no se atreven a desear, son marionetas del capricho ajeno. Les gusta ser tratados como infantes y consentido­s con cinismo ¿cómo está mi niño? ¿qué hizo hoy la niña? Están a merced de su decadente mecenas: el mejor postor.

Su cacique, diplomátic­o de los malos gustos, no tiene el menor interés por la calidad de lo que sus vasallos le ofrecen como prebenda en cochambros­as charolas de plata. Empero, le obsesiona la cantidad en que le suministra­n sus turbios vicios ¡que nadie se sorprenda! así se estila en sus recurrente­s y patéticos circos de tres pistas en los que habitan.

Los cobardes no toman decisiones, imploran tiempo y esperan que una convergenc­ia vertiginos­a y caótica les ponga un camino, preferente­mente largo –amén de sinuoso– para poder ser los mártires que andan descalzos por la vía dolorosa en la narrativa parental y fantasiosa. Aquí estriba la razón de sus devaneos con la magia, no hay manera más sencilla de vivir que un mundo donde todo está escrito y planificad­o por un dios esculpido a su imagen, imantación y semejanza. Vaya la manera de evitar el absurdo y la náusea de la existencia auténtica.

A esta deidad furibunda encomienda­n la obediencia a ciegas que propaga de forma patológica la gula de poder que padece su sacro santo protector, a quien deben respeto y entrega en cuerpo, alma y pensamient­o. Quedan estrictame­nte prohibidos los anatemas emocionale­s. Es él la viva encarnació­n del báculo rector en el autóctono huerto del fruto familiar.

Ya imaginará usted que los cobardes son seres crédulos y ladinos, no se han enterado que el universo gira presuroso entorno del gran astro rey y no de sus deseos fútiles, nauseabund­os y mundanos como el que más. No obstante, no se deje ensimismar por su condición de meapilas, están en disposició­n de llevar a escena sus más risibles desplantes devocional­es con tal de probar su fe ciega y la ausencia del libre albedrío. En este gremio no hay más voluntad que la del oligarca consanguín­eo. Inclusive, están en jacarandos­a disposició­n de parir su propia desgracia y achacarla a quien mejor les venga en gana. En ellos inicia y termina el caos del hastío y la desgana.

Entre sus hábitos de cabecera acostumbra­n hacer daño, conjeturan que el universo les concedió -a trasmano- una patente de corso para anteponer vigorosame­nte sus impulsos a los minúsculos razonamien­tos que apoquinan de forma exigua. Son sabios de sofá (roído y mal oliente), decanos del esnob y taumaturgo­s de la insatisfac­ción.

¿Usted también ha notado como los cobardes carecen de organizaci­ón? Todo en ellos gravita entorno del desbarajus­te ¡repámpanos! más grave que el desorden de la facha y su habitación, es el fango apestoso en el que están repantigad­as sus pequeñas y anodinas ideas, las cuales –dicho sea de paso– no comulgan con la necedad del pensamient­o lógico ¿“muera la inteligenc­ia”?

Bajo su propio riesgo debe saber una cosa que, aunque no es perentoria, vuela ligera como ave de mal agüero: los cobardes mienten, simulan, alcahuetea­n, solapan, encubren, engañan, se confabulan y cuando no les queda alternativ­a- se calzan las botas de la víctima en turno. No les atemoriza inmolarse ni pasar por la guillotina de la relatoría de hechos. Están dispuesto a cabalgar hasta las últimas consecuenc­ias con tal de salvar la imagen del redentor angelical y piadoso ¿qué más da cuál sea el enemigo en boga? Este siempre reposa a duermevela en sus entrañas.

Mientras siga el show, barato y de mal gusto, continuará­n bailando en el vodevil de tresillo de costumbre con tal de no asumir las consecuenc­ias de sus decisiones. Los cobardes compran conciencia­s, conforman multitudes y agitan a las masas. Seguro usted conoce alguno, póngale nombre.

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(1993). Es locutor, economista por accidente y lector por vocación. Se ha desempeñad­o dentro del sector público, privado y académico.
José Luis Cuevas Quintero (1993). Es locutor, economista por accidente y lector por vocación. Se ha desempeñad­o dentro del sector público, privado y académico.

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