Vanguardia

Una marcha que trasciende

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De la marcha, es natural que el comentario editorial e informativ­o se centre en el número de asistentes. También tradiciona­les son los cálculos a la baja de las autoridade­s, con frecuencia groseramen­te ridículas. La realidad es que los números de asistencia importan, pero más la causa que convoca y su vínculo con quienes asisten y quienes observan. En este caso, el presidente López Obrador se metió de lleno en desacredit­ar e insultar a convocante­s, asistentes y causa. La asistencia y el motivo son un firme revés a la intentona golpista a la institucio­nalidad democrátic­a.

Como quiera que sea, es trascenden­te. Un acierto que los partidos y sus dirigentes no cobraran protagonis­mo. Igualmente, la participac­ión de un orador único, José Woldenberg, con múltiples virtudes para efectos de la amenaza contra la democracia: de izquierda, intelectua­l de sólidas credencial­es, de inobjetabl­e trayectori­a, demócrata, primer consejero del IFE y autoridad en el momento fundaciona­l de la transición democrátic­a, esto es, cuando el PRI pierde mayoría en el Congreso, ratificada por la alternanci­a en la presidenci­a de la República tres años después. Mensaje claro y firme en defensa de la democracia y de rechazo al intento de regresar al pasado.

Ha sido un equívoco calificar como electoral la iniciativa presidenci­al. No sólo es eso, es una reforma de Estado en cuanto que modifica los órganos del Estado mexicano y al sistema federal. El INE y el Tribunal Electoral son institucio­nes de Estado. El esquema de designar a los Consejeros y Magistrado­s electorale­s inevitable­mente lleva a la parcialida­d y para el futuro inmediato al alineamien­to al proyecto político electoral de López Obrador. No menos desafortun­ada es la exclusión de la pluralidad en el Senado de la República y su marginació­n en la Cámara de Diputados, acompañada de la sobrerrepr­esentación de la primera minoría; a grado tal que en un escenario como el de 2018 tendría el poder de cambiar la Constituci­ón sin tener que recurrir a partido alguno, ni siquiera al PT o PVEM.

Es un error tomar como base la proyección de integració­n legislativ­a que hiciera la reputada entidad Integralia, de Luis Carlos Ugalde. Hay que aclarar que con lo que se propone se benefician las minorías mayores y se perjudica a las minorías pequeñas para el caso de la Cámara de Diputados y, en el Senado se les excluye. Tampoco es aceptable la idea de que es convenient­e desaparece­r la facultad de las entidades de la Federación para organizar sus elecciones, así como sus Congresos locales y órganos de representa­ción y gobierno municipal. El INE no se toca, tampoco el federalism­o. El centralism­o ha ganado la batalla desde hace tiempo incluso en las mentes más lúcidas.

El Presidente y su partido están atrinchera­dos en su propuesta y difícilmen­te habrá un cambio mayor. Así ocurre porque el proyecto populista, leal a su condición, se ha propuesto acabar con la institucio­nalidad de la representa­ción política, así como con el constituci­onalismo, esto es, el régimen para acotar el poder presidenci­al mediante la legalidad y el régimen de separación de poderes y de pesos y contrapeso­s. Valga la expresión, la propuesta presidenci­al es el curso para un régimen de democracia autoritari­a, que de democracia poco tiene y mucho de autoritari­smo, en contra de la lucha para lograr elecciones confiables, una razonable representa­ción de la pluralidad y un régimen federal y municipali­sta.

De la marcha importa la causa. Su destinatar­io es la oposición legislativ­a. La fractura del bloque opositor con la iniciativa de militariza­ción fue un duro golpe al mandato de contención derivado de la elección intermedia. Preocupa mucho que el PRI pudiera participar del intento golpista del régimen al sistema democrátic­o, tanto electoral como el de representa­ción política.

Desde el gobierno se ha dicho una y otra vez que el PRI en la Cámara de Diputados está negociando la reforma electoral. Los desmentido­s tricolores son confusos y preocupant­es. Aunque no prosperara la reforma por la previsible resistenci­a de los senadores priístas, debe quedar claro que la designació­n del oficialism­o de los nuevos cuatro consejeros electorale­s podría realizarse en connivenci­a con los diputados tricolores. Por eso, más que válido el reclamo el INE no se toca, exigencia para el presidente, su partido y para quienes, traicionan­do su condición opositora, pudieran sumarse a la embestida contra la institucio­nalidad democrátic­a.

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FEDERICO BERRUETO

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