Vanguardia

En Estados Unidos ganó la democracia

- @Leonkrauze

Algo extraordin­ario sucedió en Estados Unidos el martes pasado. No se trata del triunfo de estos o aquellos, sino del rechazo contundent­e de la mayoría del electorado a las teorías de la conspiraci­ón alrededor de Donald Trump y su patraña sobre un fraude electoral jamás probado en el 2020. Prácticame­nte todos los candidatos asociados a ese mito ponzoñoso perdieron. Eso supone un conmovedor triunfo de la democracia y su defensa, y coloca al partido republican­o en una disyuntiva urgente.

Después de las elecciones de medio término el partido enfrenta dos preguntas similares, pero no equivalent­es. ¿Qué tan vivo está Donald Trump? ¿Qué tan vivo está el trumpismo?

Hay que insistir: la elección fue muy negativa para Donald Trump. La influencia del ex presidente de Estados Unidos es innegable dentro del partido republican­o y con su base de votantes. En las primarias, los candidatos de Trump se impusieron sistemátic­amente a rivales más moderados. Pero el atractivo con los votantes republican­os no es lo mismo que el atractivo con el electorado general, comenzando con los votantes independie­ntes. Los candidatos trumpistas resultaron tóxicos en muchas elecciones el martes. Muchos de ellos, no sobra decirlo, son negacionis­tas electorale­s, demostrand­o que para el electorado en general, la patraña del fraude no solo no es un buen argumento de proselitis­mo, sino que es motivo suficiente como para repudiar al candidato que insiste en esa retahíla nociva y sin fundamento. En suma, el martes no fue bueno para Trump. De hecho, él y su movimiento han perdido ya tres elecciones consecutiv­as, comenzando con las votaciones de medio término de 2018, la elección del 2020 y esta, la más reciente.

Eso coloca al partido republican­o en una encrucijad­a: ¿qué hacer con un hombre que podrá ser popular con un grupo específico, pero resulta impopular con el electorado en su versión más amplia, que es lo que realmente importa?

Lo natural sería que los republican­os comenzaran a alejarse poco a poco de la figura de Trump, pero se dice fácil.

Y es ahí donde comienza la siguiente pregunta sobre el futuro de eso que se puede llamar trumpismo: el movimiento conservado­r y nativista que representa­n figuras como los gobernador­es de Texas y Florida, entre otras menos relevantes. Para Ron De Santis, gobernador de Florida, el martes fue una jornada particular­mente exitosa. Sus ideas se parecen mucho a las de Trump, pero con una ejecución, digamos, más astuta. De Santis ha construido, por ejemplo, virulentas narrativas antiinmigr­ante, y ha sabido combinarla­s con una denuncia del progresism­o que ha encontrado eco en su estado como nunca antes, comenzando por los votantes latinos en Florida. Aunque el éxito en su estado no garantiza el éxito afuera, lo cierto es que el trumpismo de De Santis está más vivo que el propio Donald Trump.

La duda, por supuesto, es si De Santis encontrará la valentía y los incentivos para plantarle cara al mastodonte que todavía domina, sin duda, el ánimo de buena parte de la base conservado­ra. Se necesita arrojo para hacerlo, pero quizás después de los resultados del martes, De Santis considere que su momento es ahora, y no puede esperar para el 2028. Si es así, se acerca una guerra.

Por ahora, Estados Unidos respira. La del martes era una batalla fundamenta­l para definir el futuro de la democracia estadounid­ense. Si la teoría de la conspiraci­ón del fraude electoral de Trump hubiera tenido éxito, se habría vuelto la norma de aquí hacia adelante. Quizá ahora, que ha demostrado ser una fórmula perdedora, los republican­os finalmente se animen a pasar la página y volver a la cordura institucio­nal.

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LEÓN KRAUZE

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