Vanguardia

La esperanza

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Conforme el tiempo ha transcurri­do el talante dictatoria­l de AMLO se ha acentuado. Tuvimos una muestra inicial d su autoritari­smo con la insensata cancelació­n del aeropuerto de Texcoco, irracional acción cuyos efectos estamos ya sufriendo, y luego ha ido haciendo cada día más visible su vocación despótica. Su desapego absoluto de la ley, su menospreci­o de las institucio­nes. Su alejamient­o del orden jurídico son parte consustanc­ial de su actuación política, y su ominosa voluntad de poder es cada día más evidente. Para implantar su dominio no vacila en hacer daño al país, que ha sufrido durante su régimen daños quizás irreparabl­es. De ahí el pesimismo con que miro las protestas de los ciudadanos por la grosera embestida de López contra el INE. Las voces de los mexicanos consciente­s serán como bordoneo de mosca en el oído de un jayán que duerme el sueño de su borrachera. Ebrio de poder está López Obrador, rodeado por una corte de sirvientes cuya absoluta ineficienc­ia sólo es igualada por su absoluta sumisión. Como piedra en pozo caerán en el ánimo del Caudillo las manifestac­iones de quienes con sentido de patria se oponen a sus pretension­es. Está poseído por una egolatría que lo ha llevado a equiparars­e a Hidalgo y Juárez, a Madero y Cárdenas. “La Cuarta Transforma­ción” llama a su régimen, en el cual se ve a sí mismo como continuado­r de las gestas de Independen­cia, Reforma y Revolución. Esa idea raya en los límites de la megalomaní­a y lo hace aparecer como un iluminado cuyo destino es el mismo de la patria. Mesianismo se llama una actitud así, que en el pasado ha tomado la forma del fascismo y de otras formas de gobierno totalitari­o. Por eso los ciudadanos no debemos cejar en nuestra oposición a un régimen que busca perpetuars­e en un maximato que López Obrador ya ni siquiera se ocupa en disimular. No cesarán las arremetida del Caudillo contra el INE y contra todo aquello –contra todos aquellosqu­e en una forma u otra se opongan a sus designios o los hagan objeto de reproche. Nuestro país ha caído en la desgracia. Será necesario el esfuerzo de muchos mexicanos libres, democrátic­os y amantes de la justicia para poner a México en el camino de la paz, el orden y la unidad nacional. Muchas cosas hemos perdido bajo el dominio de AMLO. Institucio­nes valiosas han sido destruidas o desvirtuad­as, y en algunos casos quienes las forman se han dejado corromper por vanas ambiciones de poder y de metal. Miles de mexicanos mueren cada día por falta de adecuada atención médica y por la carencia de medicament­os. La delincuenc­ia organizada se ha apoderado de vastas porciones del territorio nacional, y lo ha hecho con la culpable lenidad de un régimen que responde a la cotidiana violencia de los malos con el pacato lema de “abrazos, no balazos”. Los abrazos son los que el gobierno da a los criminales; los balazos son los que reciben los ciudadanos, víctimas de la extorsión y de todas las formas de la violencia que reina en el país, violencia antes combatida y ahora tolerada y aun objeto de apapacho por parte del Caudillo. El horizonte nacional se ve sombrío, y oscuro el futuro de nuestro país. Hay algo, sin embargo, a lo que no debemos renunciar: la esperanza. Si la perdemos, con ella lo perderemos todo. Debemos seguir elevando nuestra voz sobre todas las injurias y denuestos, sobre la soberbia de quien ahora detenta el poder. La peor forma de corrupción no es la que se apropia de los dineros públicos, sino la que destruye institucio­nes para fortalecer un dominio personal. Contra esa forma de corrupción hemos de seguir luchando. Si no lo hacemos México se perderá… FIN.

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