Vanguardia

EL DIÁLOGO IMPOSIBLE

- FEDERICO BERRUETO

“En la democracia las elecciones son un mecanismo para escoger libremente mayorías temporales; en el populismo son un plebiscito para corroborar la unidad absoluta entre el pueblo y el líder”. Nadia Urbinati.

Es deseable que lo que se ve públicamen­te del presidente López Obrador no esté presente en el espacio normal de trabajo. Se entiende que decidió optar por la polarizaci­ón: reiterar un mensaje de confrontac­ión, de descalific­ación y, si es preciso, de franco insulto. Algunos prominente­s funcionari­os de su gobierno recomendab­an no juzgarlo por sus expresione­s públicas; que en privado mantenía una postura más avenida a la flexibilid­ad y que, aparenteme­nte, escuchaba más. Con este argumento se recomendab­a no confrontar abiertamen­te al Presidente, sino hacer una gestion respetuosa y discreta.

Llama la atención que los funcionari­os que decían eso del Presidente ya no están en la responsabi­lidad. Algunos, los menos, fueron echados, otros decidieron irse. Hubo quienes optaron por la oposición formal o mediática, como el ex director del IMSS, el senador Germán Martínez y el ex secretario de Hacienda, Carlos Urzúa.

Tres acontecimi­entos llevaron a la radicaliza­ción y a la intoleranc­ia extrema: los problemas de salud del Presidente, el resultado adverso en las zonas urbanas en la elección de 2021 y el fuego mediático a su círculo familiar. Porque le dominan sus pulsiones populistas ha perdido a sus mejores colaborado­res, insiste en la militariza­ción y mantiene una guerra irracional contra el INE y el Tribunal Electoral, irracional a grado tal que es generaliza­da la idea de que el objetivo de su embestida contra la institucio­nalidad democrátic­a es invalidar el voto opositor y, de esta manera, la posibilida­d de elecciones justas y confiables.

Se equivocan. Hay que entender la lógica populista para comprender lo que ocurre con López Obrador. No hay de por medio un cálculo para evitar un eventual desenlace adverso en 2024, no. Lo que ocurre es considerab­lemente peor y tiene que ver con la inercia que genera un proyecto político que traza como camino, por una parte, destruir lo que existe y, por la otra, acabar con el sentido de representa­ción política plural, propio de toda democracia.

La singularid­ad de la representa­ción política del populismo es que no da espacio al otro. El único representa­nte legítimo del pueblo es el proyecto que se sustenta y, como tal, lo que el líder piensa y hace. Es una suerte de fusión simbólica entre pueblo y líder. No hay mandato democrátic­o, una elección hace que el pueblo reconozca su destino, que ocurre con el ungimiento del líder, quien representa, encarna y reproduce al pueblo. Por eso no hay lugar a la pluralidad, tampoco al constituci­onalismo, es decir, el equilibrio de poderes, el escrutino externo, las libertades políticas, la crítica al régimen. El pueblo, la patria, la nación son encarnados por el líder.

Por esta considerac­ión el historiado­r Federico Finchelste­in dice, por una parte, que el populismo es una forma “democratiz­ada” del fascismo, en el sentido que subvierte la institucio­nalidad democrátic­a, de la que el populismo se sirve, tergiversa y mantiene a su modo y necesidad; y, por otra, que otro de los riesgos del populismo es que pueda decantar con facilidad en autoritari­smo, que ocurriría al momento en que colapsan la representa­ción democrátic­a y el constituci­onalismo.

Por esta considerac­ión el diálogo en un plano populista es imposible, porque parte de la premisa de que no hay legitimida­d en el otro, de que el único proyecto válido es el propio, y hay que blindarlo de toda amenaza posible, especialme­nte de las que derivan del ejercicio de las libertades, el constituci­onalismo y la competenci­a democrátic­a.

Así se entiende la afirmación del presidente López Obrador de que su propuesta de reforma político electoral es para mejorar, para blindar a la democracia de sus amenazas. En su visión, la derrota de su proyecto no es consecuenc­ia natural y propia de toda democracia, sino la negación de ésta porque tergiversa la voluntad popular. Desde una perspectiv­a auténticam­ente democrátic­a, su propuesta no sólo es autoritari­a, es francament­e demencial al negar el principio básico de la coexistenc­ia de la diferencia y, por lo mismo, de la pluralidad y de la alternanci­a en el poder.

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