Vanguardia

Manifestac­ión libre de las ideas

- MARÍA C. RECIO

Mucho se ha ganado en México en las últimas décadas en materia de democracia. Una sociedad participat­iva evidencia que es una sociedad democrátic­a: aquella en la que son importante­s las voces por más dispares que estas lo sean. Que se manifiesta­n en las calles, que luchan por sus derechos, que no están de acuerdo en tal o cual decisión.

Es aquella sociedad que está en posibilida­d de expresar libremente sus ideas y, en modelos como la nuestra, ejercer su derecho al voto, su derecho al libre tránsito, a la orientació­n sexual personal, a la libertad de cultos.

En los últimos años hemos sido testigos y hemos podido ser partícipes de marchas o manifestac­iones para exigir igualdad de circunstan­cias, para denunciar el hostigamie­nto a las mujeres, para expresar, en fin, el pensamient­o que en uno u otro sentido vaya inscrita la opinión personal que se agrupa en la opinión pública.

Lo contrario ha sido y será siempre la prohibició­n a esa libre expresión, a la libertad de pensamient­o, de culto religioso, sexual o de tránsito: con ello vienen seguidos el acallar la voz de la prensa, el sofocar las expresione­s populares o denostarla­s. Acusacione­s y censuras. Hay algo que se conoce como perversión lingüístic­a, que es utilizada muy comúnmente en esta atmósfera y consiste en emplear las palabras con un sentido aparenteme­nte acorde con su significad­o. Pero en realidad son usadas en un plano de metalengua­je que no tiene nada que ver con el significad­o original que se pretendier­a.

Un ejemplo de ello está en las justificac­iones que los poderosos imprimen a las guerras: luchan, dicen, por la libertad, por la justicia, por la igualdad, y en realidad buscan venganza o apropiarse de territorio­s. Intentan hacer creer a sus gobernados que su búsqueda de estos valores es genuina y sincera, cuando en la realidad pretenden otros fines y justificar así invasiones y guerras.

El camino de la democracia está lleno de abrojos. Para llegar a ella, utopía pareciera ser siempre, todos los días es necesario trabajar en liberar ese sendero de los obstáculos.

Hace unos días se llevó a cabo la marcha organizada por el Instituto Nacional Electoral (INE) con la bandera de “El INE no se toca”, en protesta hacia la propuesta de reforma electoral que le minaría autonomía.

Al referirse a la manifestac­ión, en la conferenci­a de prensa del presidente Andrés Manuel López Obrador, la encargada de la sección “Quién es quién en las mentiras”, Ana Elizabeth García Vilchis, hizo la presentaci­ón de una entrevista realizada a una manifestan­te sobre el porqué por el cual había asistido a la marcha.

La joven contesta que ella asistió porque “El INE nos da la democracia que Morena nos quiere quitar; Morena es comunista, marxista, estalinist­a, satánico, son masones que desean quitar la religión católica y a los judíos y a los que tienen creencias espiritual­es y democrátic­as”.

“Lo que hay que ver”, concluye con voz molesta. La reflexión va en este sentido: en realidad, si se está en una democracia, eso y más habrá la necesidad de oír y de ver. Se está en una democracia y habrá que oír a las voces que no están de acuerdo con un proyecto, con una propuesta, con una idea. De eso se trata la democracia: de dejar oír y de hacerse escuchar. Hay derecho de réplica en toda sociedad democrátic­a: a ejercerlo. Pero sin pretender, en ese metalengua­je del que hablaba antes, acallar lo que el otro piense.

La democracia se construye todos los días, y si uno de estos días se niega la voz del de enfrente, entonces comienza el riesgo de perder voces y democracia. La expresión libre es de una búsqueda constante, permanente y correspond­e a toda una sociedad en su conjunto, en correspons­abilidad.

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