Vanguardia

Una historia que no es de amor

‘CATÓN’, CRONISTA DE LA CIUDAD

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Esta niña nació en un avión en vuelo sobre el mar. En el avión iban su madre y su padre con otros refugiados que escapaban del territorio que ahora es Yugoslavia, al final de la Segunda Guerra Mundial. La familia de la recién nacida se estableció en Buenos Aires, y ahí creció la niña.

Tenía la pequeña una belleza peregrina, mezcla de gitana, eslava e italiana. Cuando creció se hizo tres propósitos en su vida: aumentar su belleza, ser artista y casarse con un hombre muy rico. Los tres propósitos cumplió.

Desde ahora diré quién era ella. Su nombre es Sasha. Su apellido de artista lo tomó del país de sus antepasado­s: Montenegro. Sasha Montenegro.

¿Qué hizo para aumentar su belleza? Muy sencillo: se casó con un cirujano plástico. El doctor Barrón se propuso hacer de su mujer, ya de suyo muy bella, la estatua de la mujer perfecta. Estudioso del ideal clásico y de sus cánones, aquel médico artista quiso ponerle a Sasha el rostro de la Gioconda, y modelar su cuerpo según las proporcion­es de la Venus de Milo. Ella le dijo que las facciones de la Mona Lisa le parecían muy planas, y que la Venus de Milo tiraba a regordeta. Lo que ella quería ser era sencillame­nte

Sasha Montenegro. Pero una perfecta

Sasha Montenegro.

Entonces, igual que Pigmalión con Galatea o el doctor Higgins con Eliza Doolittle, se aplicó el doctor Barrón a modelar a su esposa. En un par de años, tras una larga serie de operacione­s de cara y cuerpo, la dejó convertida en la imagen de la perfección femenina. Vista de frente Sasha era perfecta, lo mismo que contemplad­a de espalda o de perfil. El primer propósito estaba ya logrado. Y gratis. Entonces Sasha se divorció de su marido y se fue a México.

En seguida vino lo de ser artista. Se las arregló para conocer a Pepe Morris, productor de Televicent­ro. Él la citó en el restorán Cardini. Llegó Sasha en toda su deslumbran­te belleza: lucía un traje sastre blanco, un gran sombrero negro de ala ancha, y enmarcaba su espléndido rostro en una pañoleta anudada baja la barbilla. Esa misma noche Morris le hizo una prueba. Al día siguiente Sasha tenía su propio programa de televisión. El segundo propósito estaba realizado.

Seguía el tercero: casarse con un hombre rico. Se iba a estrenar el Teatro San Rafael, de Manolo Fábregas, con la comedia musical “Mi bella dama”. La inauguraci­ón sería hecha por el presidente de la República, José López Portillo. En ese tiempo don Pepe –que en paz descanse– era apuesto y arrogante; estaba lleno de vida y era hombre de pasiones. Sasha se arregló muy bien, y luego se las arregló para quedar al frente de la valla de artistas que recibirían al Presidente en el foyer del teatro. Cuando llegó el mandatario se adelantó a su paso. López Portillo clavó en ella una mirada de varón, y la saludó –nada más a ella– con un cálido apretón de manos que duró más de lo que debe durar un simple apretón de manos. Luego de que López Portillo se alejó, le dijo Sasha al amigo que la acompañaba:

- ¿Sabes qué? Me voy a coger al Presidente.

Y se lo cogió. En todos sentidos. El resto ya se sabe. Muchas historias de amor tienen un triste final. Esta, que quizá no es historia de amor, tuvo también un final triste. Terminó en pleitos de dinero. Alguien dijo que no es lo mismo caer en los brazos de una mujer que caer en sus manos. De ese peligro líbranos, Señor.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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