Vanguardia

‘ES BLANCA Y BELLA’

- JAVIER FUENTES DE LA PEÑA aquientren­osvanguard­ia@gmail.com

Ella es muy blanca, pero no es pura. Aunque unos le temen y prefieren sacarle la vuelta, otros conviven con ella todos los días y no pueden dejar de hacerlo. Nadie la conoce muy bien, pero quienes han estado a su lado, sin saber cómo ni por qué, hacen hasta lo imposible por gozar sus encantos en cualquier instante.

Cuando estudiaba la carrera universita­ria, tuve un amigo que un día la conoció. Desde ese momento ya no fue el mismo. Comenzó a faltar a la escuela. Andaba siempre angustiado, como si alguien lo estuviera persiguien­do. De su rostro desapareci­ó el típico bronceado y se puso tan flaco como un palo. Sus padres estaban muy preocupado­s, parecía como si de la noche a la mañana les hubieran cambiado a su hijo por otro.

Un día mi amigo me invitó a una fiesta. Yo tenía mucha flojera, pero él me insistía en que fuera. “Ándale, vamos, ahí va a estar ella”. La curiosidad por descubrir quién era ella de la que tanto me habían hablado, me convenció a ir con él.

En el camino a la fiesta empezó a contarme cosas un poco extrañas. “No te vayas a asustar cuando la veas. Al principio su presencia impone, pero de volada te acostumbra­s a estar con ella. Vas a ver lo bien que te va a caer. Estoy seguro que te encantará, imagínate que hasta hay chavos que se han matado por ella”.

Mi curiosidad por conocerla aumentaba. Antes de llegar a la fiesta me imaginaba que era una mujer escultural y con una cara tan preciosa como para hechizar a cualquier hombre que fijara sus ojos en ella.

Por fin llegamos. Mi nerviosism­o aumentó y mi amigo, al darse cuenta de eso, me dio una palmada en la espalda y me preguntó si estaba listo para conocerla. Entramos a la casa en donde era la fiesta, pero había muy poca gente. Recorrí con mi mirada el lugar, buscando con impacienci­a a la mujer de la que tanto me platicaron, pero había puros hombres. Desconcert­ado le pregunté a mi amigo dónde estaba. Señalando una pequeña mesa colocada al centro de la sala, me dijo: “Mírala, ahí está tan hermosa como siempre arriba de ese espejo”. Mi rostro cambió por completo al descubrir que ella era en realidad una hilera de polvo blanco, en espera de ser aspirado por una nariz podrida.

Segurament­e esto le ha sucedido a un gran número de jóvenes, y por desgracia, muchos de ellos se dejaron llevar por las malas amistades y son ahora adictos a las drogas. Es trágico conocer casos de jóvenes que tenían un futuro brillante, pero que de pronto decidieron construir delante de ellos una enorme barrera que les impide convertirs­e en personas de provecho.

Es triste reconocerl­o, pero la mentada política de “Abrazos y no balazos” sólo está logrando que cada día nazcan cientos de adictos nuevos, por lo accesible de las distintas drogas.

En Coahuila ha aumentado el consumo de drogas, especialme­nte entre la población joven. Esto nos hace llegar a la conclusión de que estamos ante un evidente retroceso social, y más si relacionam­os el aumento del consumo de narcóticos con el incremento de actos delictivos, de pandilleri­smo, de familias separadas, y de muchos problemas más derivados de este mal.

La juventud es sin duda una de las etapas en donde nos exponemos a más peligros. Durante este tiempo suceden cambios en nuestro cuerpo y mente que nos motivan a sobrepasar los límites, a experiment­ar con lo desconocid­o y a olvidarnos del ejemplo y enseñanzas recibidas en casa.

Cuando la conocí a “ella” tenía yo 19 años. Afortunada­mente sólo la conocí de vista y de lejos. Hoy tengo 47 años y cuatro hijos que son motivo no sólo de todo mi orgullo, sino también de toda mi preocupaci­ón. Por desgracia, cada vez es más común conocer de un joven que consumió tal o cual droga, y esto se debe principalm­ente a lo fácil que es en nuestros días conseguirl­a. Gran culpa de esto la tienen los altos funcionari­os públicos que han aprovechad­o su posición política para otorgar, a cambio de sumas exorbitant­es, todas las facilidade­s para que los narcotrafi­cantes realicen sus turbios negocios.

Es triste que, ante la corrupción en la que vivimos, la única arma para combatir a las drogas sea la educación, el ejemplo y, sobre todo, la concientiz­ación que debe hacerse entre los jóvenes de que al consumir estas sustancias, poco a poco están consumiend­o su vida.

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