Vanguardia

La imagen capilar con Paulo, mi peluquero

- LUIS EFRÉN RÍOS VEGA

Como cada mes, la semana pasada fui a cortarme el pelo con “El Barber es Paulo”. Le pedí, como siempre, que me dejara un pelo más largo que otro, un lado más corto que otro y una patilla más enrizada que otra.

Paulo, como siempre, puso una cara de sorpresa. Me dijo: “Licenciado, no me diga eso. Yo siempre le corto el pelo bien”. Mi respuesta es que si así de trasquilad­o me deja siempre, no sé por qué no me puede dejar de nuevo todo tusado. Como quiera, cada mes, acudo puntualmen­te a la cita con mi peluquero para que trate de arreglar mi cabello como parte de mi derecho fundamenta­l a la propia imagen.

Debo confesar, sin embargo, que el corte de pelo es una parte fundamenta­l de mi libre desarrollo de la personalid­ad. Desde niño tengo problemas serios. Tengo militancia activa, desde hace años, en el PPP (Partido de Pelos Parados). Mi madre, por ejemplo, hizo lo imposible para arreglarme el cabello: me rapó, me puso remedios artesanale­s (caca de vaca) y hasta un día me hizo rizos. Fue una de las etapas de la niñez más complicada­s para mí: la burla de mis amigos fue permanente, como el permanente que me hicieron. El verme con el pelo ondulado afecto en serio mi autoestima. Cada vez que me veían se reían. Gaby sólo me decía: “Hermoso mi chino”, pero no por mis ojos, sino por mi pelo. ¡Fue horrible!, como dice el clásico Lonje Moco.

En fin, creo que esas experienci­as capilares me han ayudado para enfrentar los sufrimient­os en la vida. Si cada vez que te ven, se ríen de ti, por lo que proyectas en tu corte de pelo, creo que puedes salir delante de cualquier desafío que tengas en la vida. Circulan, incluso, todavía fotos de aquellas imágenes que me recuerdan una imagen enrizada no querida por mí.

Afortunada­mente, mi pelo no es rizado. No es una imagen que me guste. Ya me acostumbre a verme con el pelo lacio. El gel es el único que me aplaca (un poco) el cabello. Pero el estilo lacio de mi cabello es parte de mi imagen que me acompaña. No me siento orgulloso de él, pero he aprendido a aceptarme como soy y me gusta así aunque a los demás no les agrade.

El aceptarte como eres y como te quieres ver es, a mi parecer, una parte fundamenta­l para entender el derecho a la propia imagen. Tu imagen le puede gustar o no a los demás. Lo importante es que te guste a ti. Lo relevante es que tú decidas, por ti, la manera en cómo quieres difundir, proteger o proyectar tu imagen personal.

Nadie tiene derecho a afectar la imagen personal de otra persona. No sólo es un atributo de la personalid­ad. Es el patrimonio de la dignidad personal. Las personas tenemos derecho a cuidar la imagen personal bajo nuestra propia voluntad.

RIZAR EL RIZO

Complicar un asunto, especialme­nte cuando es algo que se podría evitar, es algo que forma parte de ir con el peluquero. Si uno va a arreglar su imagen personal no hay problema. Pero si el arreglo del pelo termina siendo una forma de burla, tu imagen puede terminar enrizada.

El próximo mes, no obstante, iré con Paulo nuevamente a arreglar mi imagen, aunque la misma se va construyen­do o destruyend­o en función de nuestros actos que dibujan nuestra personalid­ad.

Para Paulo, mi peluquero, cortar el pelo significa una buena relación de amistad que genera vínculos, empatía y amistad por cada vez que uno va por su trasquilad­a.

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